Lacra mundial
La generación que dijo basta a la mutilación genital femenina: "La sociedad debe verla como una violencia cercana"
Varias organizaciones recuerdan que en España, debido a los flujos migratorios, hay mujeres y niñas en riesgo

Asha Ismail, activista contra la mutilación genital femenina. / Cedida
María G. San Narciso
Asha Ismail fue sometida a una mutilación genital femenina (MGF) cuando era muy pequeña, alrededor de los cinco años. Fue de tipo tres, conocida como infibulación. Consiste en estrechar la abertura vaginal, que se sella cortando los labios menores o mayores. En su caso también implicó la clitoridectomía, es decir, la ablación del clítoris. En su comunidad somalí, esta práctica era habitual y no se cuestionaba. Solían pasar por ello como una ceremonia más de su niñez. Por suerte, eso está cambiando.
No fue ni las consecuencias físicas ni psicológicas de esta mutilación, ni su matrimonio forzado, lo que hizo que cambiase de mentalidad. "El momento en el que yo rechazo con todas mis fuerzas esta práctica fue con el nacimiento de mi hija, en 1986. Cuando la vi en brazos supe que no iba a permitir que ella pasara por el mismo dolor. Aunque no sabía ni cómo podía protegerla ni que existían movimientos en contra. Era un tema del que no se hablaba", asegura. Otras madres de su comunidad sentían lo mismo. Su generación era la primera que decidía, al fin, decir basta.
"Mi madre pensó que se me pasaría esta idea. Pero hace dos años hablamos por primera vez de cómo había sido su mutilación. Ella sabe lo que hago y lo acepta. De hecho, a veces dice que fue un error. Me complace mucho saber que ahora lo ve como algo que no debió ocurrir. Pero también me reconforta saber que hay muchas más mujeres jóvenes que están en contra. Es un movimiento mucho más grande, que traspasa fronteras", asegura.
Salvar a las nuevas generaciones
Años después fundó Save a Girl, Save a Generation, una ONG que centra sus esfuerzos en acabar con la mutilación genital femenina y el matrimonio forzado.
Me complace mucho saber que mi madre ahora lo ve como algo que no debió ocurrir. Pero también me reconforta saber que hay muchas más mujeres jóvenes que están en
Llegó a España en 2001 y lo último que pensó es que en el país se necesitaría una organización de ese tipo. El pensamiento cambió cuando tuvo una cita con la ginecóloga. "Cuando comienza a explorarme, se asusta mucho. Llama a un compañero, a otro... De repente, tenía a cuatro personas observándome. Salí de allí sintiéndome fatal y pensando que no sabían ni qué era. Alguien tenía que explicárselo", razona.
Como intérprete somalí-español también se percató de que en el proceso de la solicitud de asilo nadie hablaba con las mujeres sobre la mutilación genital femenina. Salvo en algún lugar específico, como en Cataluña, la información brillaba por su ausencia. Así que empezaron a dar charlas. En 2012 arrancaron con "actividades reales" y con el crecimiento de trabajo creció el equipo. Ahora ofrecen clases de español a mujeres reagrupadas o formación en centros de salud y espacios sociosanitarios y en centros escolares. Ocupan los huecos que el sistema deja sin cubrir en esta materia.
Su objetivo es que ninguna generación más pase por esta violencia cuyo único cometido, asegura Asha, es controlar la sexualidad de las mujeres.
Tres millones de niñas en peligro
A día de hoy, la mutilación genital femenina sigue siendo una de las violaciones de derechos humanos más extendidas y silenciadas del mundo. Aunque muchos países han prohibido su práctica, su erradicación enfrenta serios desafíos debido a la persistencia de normas culturales y la falta de concienciación en algunos sectores.
Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo hay unas 200 millones de mujeres que han sido sometidas a la mutilación genital femenina y más de tres millones de niñas corren el riesgo de ser sometidas a esta práctica cada año. La mayoría de estos casos se dan en 30 países, de los cuales 22 están en el continente africano, Oriente Medio y algunas zonas de Asia. También se produce en Europa, EE.UU, Canadá, Australia, Nueva Zelanda o cualquier otra zona geográfica de destino migratorio.
Pero no en todos los países hay el mismo grado de prevalencia, ni en cada país prevalente lo realiza toda la población, y si lo hace, no de la misma forma. Por ejemplo, en el lugar de origen de Asha, Kenia, la práctica está limitada a grupos étnicos concretos y no a toda la población.
"La sociedad no es consciente de a cuántas mujeres, de todos los colores y continentes, les afecta. Si no, yo creo que ya se habría frenado", apunta la presidenta de Save a Girl, Save a Generation. "El daño psicológico de esta práctica es permanente. No hay nada que te lo quite, por mucho que busques ayuda".
La situación en España
En España, la MGF está considerada una forma de violencia de género penalizada en el Código Penal, pero a diferentes organizaciones de derechos humanos y autoridades sanitarias les preocupa el repunte de 72 casos detectados en el último año en las Islas Canarias. Según medicusmundi, 5.000 mujeres y niñas pueden estar en riesgo en las islas.
Lasmujeres susceptibles de sufrir esta intervención proceden en su mayoría de Senegal, Mauritania, Nigeria, Guinea, Guinea-Bissau, Ghana, Mali y Sierra Leona, según apuntó Yaiza Schamann, ginecóloga y técnica de la Dirección General de Programas Asistenciales del Gobierno de Canarias, en declaraciones en Canarias 7, donde recalcó que era difícil detectarla.
En este contexto, Médicos del Mundo ha reclamado la incorporación de la figura de la mediadora intercultural en el Sistema Nacional de Salud de España para garantizar una atención accesible e inclusiva a las supervivientes. "Cuando una profesional de la salud sabe cómo hablar contigo, cómo explicarte los procedimientos y cómo respetar tus vivencias sin prejuicios ni estereotipos, la diferencia es enorme. Sin una formación adecuada, los protocolos no bastan", ha remarcado la referente política del Grupo Estatal de MGF de Médicos del Mundo, María Idoia Ugarte Gurrutxaga.
Hasta que esto ocurra, la organización de Asha y otras tantas seguirán intentando formar a profesionales, dando apoyo a supervivientes y evitando a toda costa que esto siga ocurriendo.
Lo consiguen, por ejemplo, por medio de documentos en formato de pasaporte que entregan a personas que quieren visitar a sus familias en comunidades donde todavía se practica la MGF. Les advierten de que esta práctica es ilegal en España y de las penas que podrían enfrentar por este delito.
"Algunos consideran esto cultural, pero sabemos que no tiene nada que ver con ninguna religión, ni con una comunidad específica. Ocurre en Colombia, en Inglaterra o en Kenia. Estamos desprotegiendo a muchas personas que podrían necesitar ayuda y apoyo. Esto va mucho más allá de lo que pensamos: es una violencia contra la mujer por ser mujer, independientemente de dónde haya nacido", concluye.
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