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Entrevista

La española que dirige la Cruz Roja alemana en Madagascar: "La cooperación internacional es una profesión, aunque a veces se romantice"

María Calzadilla, arquitecta, destaca que podrían haberse evitado muchas muertes en catástrofes naturales con "inversión y aplicando de forma correcta los modos de construcción"

María Calzadilla, en Oviedo

María Calzadilla, en Oviedo

Xuan Fernández

María Calzadilla (Oviedo, 1973) es la jefa de la delegación de la Cruz Roja alemana en Madagascar. Arquitecta de profesión, lleva décadas dedicada a la cooperación. Insiste en que es un trabajo y quiere alejarlo del romanticismo. Ha estado en varios países y tiene tres hijos.

– ¿Por qué eligió estudiar Arquitectura?

– Me gustaba desde hace tiempo. Mi padre es arquitecto y siempre le encantó su trabajo, me animó a dedicarme a ello. Recuerdo que por entonces se decía: “Si sacas buenas notas, ve a Ciencias”. Y la verdad es que siempre me llamó la atención. Me fui a Madrid a estudiar.

– Vivió en Lisboa.

– Hice un año de Erasmus en Lisboa y allí conocí un despacho de arquitectos. Me ofrecieron quedarme a trabajar y estuve seis años. Estaba encantada. Nada más terminar la carrera, quería aprender y conocer cómo se trabajaba. Hacíamos muchas rehabilitaciones, también obra privada y algo de urbanismo. Un poco de todo. Fue una etapa muy buena para aprender.

– Después, Dublín

– Fue un paréntesis entre etapas en Lisboa. Estuve un tiempo en Dublín y luego regresé a Lisboa. Allí empecé a notar que ya no estaba aprendiendo tanto. Una amiga que vivía en Madrid me comentó que había mucho trabajo para arquitectos en Dublín. Era 2003, había un boom de la construcción y, en una semana, ya tenía tres ofertas. Era un buen momento. Trabajé en promociones de vivienda, conociendo una arquitectura muy distinta. Me pareció interesante, pero me di cuenta de que se me agotaba el interés. Me ofrecieron un contrato indefinido, que hoy en día suena a ciencia ficción… y decidí volver.

– Más adelante se especializó en cooperación internacional. ¿Cómo dio ese giro tan profundo?

– No lo veo como algo tan excepcional. La cooperación internacional es una salida profesional que a veces se romantiza, pero yo le quito ese halo. Sentí que era algo que encajaba con lo que se me daba bien. En Lisboa me sensibilicé mucho con el tema de la vivienda para personas vulnerables, porque colaboraba como voluntaria en una asociación por el derecho a la vivienda. Trabajaban con gente que vivía en barrios periféricos, con viviendas construidas por ellos mismos desde los años 70, que luego fueron derribados sin ofrecer alternativas. Era escandaloso. Esa experiencia me marcó. Sentí que eso era lo que quería hacer. La cooperación no es “salvar el mundo”, es un trabajo. A veces, lo haces para salvarte a ti misma.

– Trabajó en Arquitectura Sin Fronteras, en Senegal. ¿En qué consistía su labor allí?

– Primero me especialicé en Madrid, porque insisto: esto es una profesión. Empecé a buscar trabajo y encontré una oportunidad como arquitecta expatriada para gestionar la construcción de un centro social en un pueblo de Senegal. Estuve un año y medio en ese proyecto, que incluía una parte de talleres. Fue una experiencia maravillosa. El equipo era increíble, el proyecto fue bien. Esa primera misión te marca. Fue entonces cuando decidí que quería seguir en ese camino.

– ¿Y cómo llegó a trabajar con Cruz Roja?

– Existe un mito de que para trabajar en Cruz Roja hay que ser voluntaria, pero depende del proyecto. Tenían uno muy grande de reconstrucción de viviendas tras el tsunami de Indonesia y buscaban arquitectos con perfil técnico. Me podría haber contratado una constructora, pero buscaban experiencia en cooperación. Me fui a Sumatra, a una zona muy aislada afectada por el tsunami. Estuve allí otro año y medio trabajando en reconstrucción de viviendas. Fue muy impactante ver la vulnerabilidad de la gente. En Senegal el enfoque era más social, en Indonesia se sumaba el impacto de un desastre natural. Hicimos muchas reconstrucciones, trabajando directamente con la comunidad, e integrando aspectos como el agua, saneamiento o medios de vida.

– ¿Por qué le interesó especialmente la gestión de desastres?

– Porque lo vi sobre el terreno. Me di cuenta de que muchos daños podrían haberse evitado con lo que se llama reducción del riesgo. A veces no se trata de tener grandes infraestructuras, sino de saber qué es un tsunami, cómo identificarlo, cómo construir mejor. Trabajamos mucho en viviendas resistentes a terremotos. Con un poco más de inversión y aplicando correctamente los códigos de construcción, se podrían haber evitado muchas muertes.

– Después fue a Haití

–Justo después del terremoto de 2010.  Fue impresionante ver una ciudad convertida en escombros. Los edificios que resistieron eran de madera. Eso me hizo reflexionar sobre la arquitectura tradicional, que muchas veces es más segura que la nueva.

– También trabajó con Cruz Roja Española en República Dominicana. ¿Qué tipo de proyectos desarrolló allí?

– Fue mi primera experiencia directamente en reducción del riesgo de desastres. No solo hacíamos construcción, también trabajábamos con la Cruz Roja Dominicana y sus profesionales. Formábamos a los comités locales de gestión de riesgos, para que supieran cómo actuar y elaborar planes de contingencia. También promovíamos técnicas de construcción segura frente a terremotos, ciclones o inundaciones. No era nada nuevo, simplemente se trataba de aplicar los códigos existentes.

– Más adelante entró en la Cruz Roja de Luxemburgo, en África.

– Trabajé de nuevo en Senegal, en la zona del Sahel, centrada en vivienda de emergencia y vivienda temporal para personas desplazadas por conflictos. Fue una de las experiencias que más me ha marcado. Me impresionó más eso que los desastres naturales, porque ves a gente sin casa y yéndose de su país. Colaborábamos con las Cruces Rojas locales, ayudando a diseñar modelos de vivienda adecuados y trabajando en agua y saneamiento. También formábamos redes regionales de técnicos. En total, estuve cinco años en Senegal.

– Ahora trabaja con la Cruz Roja Alemana, en Madagascar. ¿Por qué?

– El proyecto con la Cruz Roja de Luxemburgo terminó y se cerró la oficina de Senegal. Me ofrecían destinos con mucho riesgo, así que empecé a buscar trabajo y encontré una oferta con la Cruz Roja Alemana. Pasé el proceso de selección y me contrataron. Llegué en plena pandemia, en 2020. Fue toda una aventura: cruzamos África desde Senegal hasta Madagascar, con una maleta cada uno (se refieres a ella y sus hijos). Empecé trabajando problemeas en reducción del riesgo de desastres en barrios urbanos vulnerables. Había casas frágiles, sin acceso a servicios básicos, expuestas a inundaciones por lluvias y ciclones y nosotros intentábamos ayudar a buscar soluciones. Poco a poco, la oficina creció, me nombraron coordinadora, conseguimos más financiación y empezamos a trabajar en proyectos adaptación al cambio climático, que está muy relacionada con la reducción de riesgos. En Madagascar hay un sistema social, pero no cubre a todos. La Cruz Roja apoya a las autoridades públicas. Hablamos de soluciones basadas en la naturaleza y llevamos a cabo proyectos reforestación, mejora de drenajes, alertas tempranas. En definitiva, cosas sencillas que salvan vidas.

– Tiene tres hijos, ¿cómo es su día a día en Madagascar?

–Normal. En cada país te haces tu minivida. Mis tres hijos van al colegio, estamos cerca y nos movemos fácilmente. Yo voy en coche a la oficina, vuelvo a casa, hacemos nuestras actividades. Hay menos opciones que en Europa, sí, pero las hay: algún sitio para hacer deporte, salir a cenar… Antananarivo (capital de Madagascar) es una ciudad relativamente segura. Si no lo fuera, Cruz Roja no permitiría venir con familia.

– Ha formado una familia yendo de un sitio para otro.

–Tengo tres hijos asturianos. Dos mellizos nacieron en Madrid por casualidad y el otro en Asturias. Pasé todas las bajas por maternidad en casa y luego me fui reincorporando al trabajo.  He tenido suerte: mis misiones han sido largas. Hay compañeros en la Cruz Roja que cambian mucho más de destino. Por un lado, para mis hijos es bueno: conocen contextos muy diferentes y aprenden varios idiomas. Desde el punto de vista educativo es muy enriquecedor. Cuando vienen a España, les encanta. Siempre dicen que quieren mudarse a Oviedo, por la libertad, por poder moverse solos. Yo crecí en Oviedo, y con el tiempo me entraron ganas de ver mundo. Quizá ellos un día decidan quedarse.

– ¿Sigue la actualidad política y social de España?

–Intento no perder el vínculo. Me relaciono bastante con españoles, uno busca eso. Leo periódicos, aunque con cierta distancia. Sé lo que pasa, pero desde lejos, no estoy tanto en los temas.

– ¿Y de Asturias?

– Igual. Leo LA NUEVA ESPAÑA y voy todos los años. Mucha gente de mi generación salió de Asturias y casi todos tenemos ese deseo de volver. Nos entra la morriña. Pensamos: ‘Qué bien vivimos, qué bien se está aquí’. Si pudiera, volvería. Pero es verdad que el trabajo que hago no existe en Asturias.

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