Pasaba consulta con sus pacientes en el centro de salud Univérsitas cuando llegó el aviso del botón del pánico. Algo pasaba. Este sanitario, que prefiere guardar su identidad dadas las denuncias interpuestas, no dudó en acudir a la llamada y lo que se encontró a su llegada le sorprendió.

«Lo primero que vi fue un hombre en el suelo. Empecé a desalojar la zona, porque había pacientes, y entonces escuché cómo una compañera se quejaba de una agresión», relata a EL PERIÓDICO uno de los sanitarios agredidos el pasado viernes por el padre de un menor.

«Tenía muchas personas encima y aún así se resistía», recuerda. «Cuando me acerqué para ayudar y le cogí de las manos para impedir que siguiera cogiendo a mi compañera, me mordió en el gemelo», cuenta.

Poco después llegó el segundo mordisco, en la misma zona, y fue ahí donde este sanitario fue consciente de que menos mal que llevaba un pantalón grueso. «Si no llego a llevar un vaquero, habría habido arrancamiento de carne seguro. Estaba muy violento», recuerda.

La agresión le ha dejado unas marcas considerables en las que se ven, perfectamente, la señal de los dientes de este padre molesto por no poder acceder a la consulta con su hijo de 14 años.

«Siento frustración y tristeza por el punto al que hemos llegado. Es injusto que el personal sanitario paguemos un malestar de la sociedad o un resquemor que, tras la pandemia, se está haciendo muy latente», confiesa.

Un días después y con la reflexión del paso de las horas, este sanitario sigue sin comprender qué pasó en la consulta. «El único motivo es que se le dijo que no podía entrar porque la sala era pequeña. Se podía haber quedado en la puerta o cerca, pero no dentro. Ahí empezó todo», dice.

El lunes volverá a su puesto de trabajo y lo hará «con una cierta decepción» por «cómo ha cambiado todo» en dos años. «No creo que sea justo que un trabajador, sea cual sea su profesión, vaya con miedo a sufrir una agresión del tipo que sea. O que incluso pueda llegarse a replantear el continuar ejerciendo su profesión por este tipo de experiencias», señala.

«Durante el confinamiento en la pandemia éramos héroes sin haberlo pedido, era nuestro trabajo, pero al acabar los aplausos cesaron y comenzaron las quejas», señala.

«Las quejas pasaron a ser faltas de respeto y estas se convirtieron en insultos que, finalmente, se han transformado en agresiones. No somos los responsables de muchos de los problemas ni tenemos en muchos casos los recursos para solventarlos», insiste.

La punta del iceberg

Teresa Tolosana, presidenta del Colegio Oficial de Enfermería de Zaragoza, confiesa a este diario que el suceso del centro de salud Univérsitas es «solo la punta del iceberg» de un problema que «por desgracia» se repite a diario en forma de agresiones verbales.

«Es solo una pequeña parte de la población, pero cada vez nos está costando más atender correctamente a estos pacientes que vienen con mala educación, con reclamaciones y con amenazas», señala. «Hay quien nos exige cambiar nuestra praxis y nos dice cómo tenemos que hacer nuestro trabajo, pero además lo hace de forma altiva y poco respetuosa», dice.

La Unión de Colegios Sanitarios Profesionales de Aragón, cuya portavocía ostenta el Colegio de Enfermería este año, está pendiente de una reunión con Sanidad para abordar el tema de las agresiones a sanitarios