Antonio Caparroso Ibáñez fue asesinado a los 51 años en el interior de su vivienda de Zaragoza. Fue el 9 de abril de 1997, día en el que el instituto Medina Albaida se quedó sin uno de los profesores más queridos y respetados entre el alumnado. Su pasión por Grecia no solo le llevó a dejar su anterior trabajo al frente de la conserjería del hotel Goya y hacerse catedrático, sino a irradiarla entre unos estudiantes que le elegían con los ojos cerrados. Era el que organizaba el viaje de estudios. Su muerte violenta engrosa la lista de los crímenes sin resolver en Aragón.

El Grupo de Homicidios de la Jefatura Superior de Policía de Aragón trabajó con varias pistas e incluso llegó a dibujar un perfil del sospechoso, pero la multitud de huellas halladas en la escena del crimen impidieron determinar con exactitud quién fue el autor. Los investigadores se afanaron en los ambientes gays de la ciudad que frecuentaba la víctima y un joven que se prostituía llegó a ser detenido.

Quien descubrió el cadáver cosido a puñaladas de Antonio Caparroso fue su hermano. Minutos antes había recibido una llamada de la dirección del centro escolar ante la extrañeza de que el profesor de griego no hubiera acudido a su puesto de trabajo. No era habitual en él, por lo que la alarma pronto sobresaltó entre su familia. Le podía haber pasado algo y que nadie se hubiera enterado porque vivía solo en su piso del número 3 de la calle Andrés Gurpide. Unos temores que se confirmaron, pero de la peor forma.

Nada más llegar vio que salía sangre por debajo de la puerta de acceso al domicilio y al abrir se encontró el cuerpo de su hermano detrás, completamente ensangrentado. Rápidamente llamó a la Policía Nacional que se personó en el lugar y que pudo observar que los cables del teléfono habían sido arrancados y que la vivienda estaba totalmente desordenada. Un hecho que pronto hizo pensar a los agentes que el móvil que había detrás podía ser un robo violento, si bien la puerta no estaba forzada por lo que la víctima abrió voluntariamente a su criminal. O le conocía o se fió de él, pero le abrió vestido con el pijama.

Nadie escuchó nada

Nadie escuchó nada aquella noche. Ningún ruido extraño alertó al vecindario de esta comunidad cercana al camino de Las Torres. Tampoco sospecharon nada las últimas personas que le vieron con vida. Fueron los responsables del bar Claudia donde Antonio Caparroso se tomó una copa antes de ir a su casa. Fue sobre las 23.00 horas tras disfrutar de una cena con sus amigos. Su madre, de la que cuidaba por estar en una silla de ruedas, había fallecido dos meses antes, por lo que había cogido por costumbre comer o cenar fuera de casa. Según los testigos de entonces, cuando salía por la puerta llamó a su hermano, el mismo que al día siguiente le encontró muerto. 

La autopsia realizada al profesor de griego reveló que hubo ensañamiento. La víctima recibió una treintena de puñaladas en el abdomen, tórax, cuello y en la cara que no le provocaron una muerte inmediata, sino que le quedó moribundo detrás de la puerta de la vivienda. No había mantenido relaciones sexuales.

Una forma de actuar que llevó a Homicidios a barajar la hipótesis de un crimen pasional, sin descartar, por supuesto, el robo. El hecho de que a esa hora de la noche Caparroso abriera la puerta, en pijama, hizo pensar a los investigadores que víctima y agresor se conocían o habían concertado una cita,

Las diligencias que practicaron permitieron determinar que el fallecido mantenía una relación sentimental relativamente estable con una persona, si bien esta situación no le impedía otros contactos más esporádicos, especialmente con profesionales de la prostitución homosexual de Zaragoza. Los encuentros tendrían lugar en la casa de la víctima, lo que hizo que Científica hallara múltiples huellas dactilares que dificultaron la investigación. Todo ello gracias a un láser especial que fue trasladado desde la Comisaría Central de la Policía Nacional de Madrid a Zaragoza para el análisis de los vestigios. Ello derivó en una ingente identificación de sospechosos a los que fue llamando a declarar, si bien todos presentaron coartadas razonables. De todos, un joven gallego de 25 años llegó a ser detenido. Fue el único, si bien el juez acabó poniéndole en libertad.

Relación con otro crimen

Lo reconoció la propia Policía en aquel momento: «En la casa entraban muchas personas, por lo que es lógico que existan numerosas huellas, pero es difícil determinar la antigüedad de las mismas».

En paralelo, Homicidios trabajó con la huella de una zapatilla de deporte impresa sobre el suelo del domicilio de Caparroso. Los agentes pudieron determinar que se habían comprado en la extinta cadena de supermercados Pryca lo que conllevó varios registros de viviendas en la capital aragonesa de posibles sospechosos, aunque todos fueron infructuosos.

Pero ello no desmotivó a los investigadores que llegaron a determinar que el perfil del asesino era el de un psicópata que frecuentaba ambientes homosexuales. Le describieron como un hombre de entre los 30 y 35 años, de pelo rubio y que llevaba un tatuaje en el hombro. Fue gracias a una información ofrecida por un testigo que dijo haber visto al profesor conversando con un chico en la plaza de Los Sitios, un lugar en el que, antes de su renovación, era frecuentado por prostitutos en los urinarios públicos situados en este céntrico lugar.

Asimismo, tuvieron la sospecha de que podría haber cometido más agresiones. La muerte de Caparroso se relacionó con una agresión sufrida por otro hombre en los Pinares de Venecia, donde se realizaba y se realiza cruising. Por suerte, no acabó como la víctima de este crimen.

Pero no solo hilaron ambos sucesos, sino también el asesinato del industrial vasco Juan Sáez Rubio, de 43 años, que desapareció de un hotel de Utebo el 29 de septiembre de 1994 y cuyo cadáver apareció desnudo y maniatado en el río Ebro, a la altura de la localidad zaragozana de Gelsa. Pese a todo, nunca dieron con el sospechoso y el caso sigue sin resolverse y el asesino en la calle.