Caso Alcàsser

Miguel Ricart, 7.226 días entre rejas

Tras 20 años, diez meses y dos días en prisión, el único culpable juzgado por el triple crimen de las niñas de Alcàsser quedó en libertad tras la derogación con carácter retroactivo de la doctrina Parot

La prensa rodea a Miguel Ricart a su salida de la prisión.

La prensa rodea a Miguel Ricart a su salida de la prisión. / F. Bustamante

Héctor Casero

La anulación de la doctrina Parot por parte del Tribunal Superior de Derechos Humanos (TEDH) de Estrasburgo aceleró la puesta en libertad del único condenado por el asesinato y violación de las niñas de Alcàsser, Miguel Ricart.

Lejos de los 170 años a los que la Audiencia de València condenó a Ricart en 1997, el asesino de Miriam, Toñi y Desirée permaneció un total de 20 años, diez meses y dos días en prisión, los últimos en el centro penitenciario de máxima seguridad de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real. Antes pasó por Picassent, Castellón, Zuera (Zaragoza) y A Lama (Pontevedra).

Miguel Ricart se convirtió, a golpe de titular, en el preso más conocido de la historia criminal del país. Nunca fue un preso común aunque lograse integrarse en la normalidad de su prisión. Vivió casi una década de su cautiverio en un aislamiento autoimpuesto por miedo a la justicia de la cárcel y que rompió de forma paulatina cuando comenzó a entablar relaciones con otros presos que permanecían aislados del resto de reclusos.

"Siempre llevaba los auriculares de los walkman puestos y nunca hablaba con nadie. Le costaba mucho abrirse a los demás. Tardó casi diez años en sentirse un poco más cómodo y empezar a contar cosas y a hablar de sus necesidades", explicaba el sacerdote que fue su sostén espiritual durante sus 21 años en prisión.

Miguel Ricart durante el juicio por el crimen de Alcàsser.

Miguel Ricart durante el juicio por el crimen de Alcàsser. / José Aleixandre

En 2002, la misma persona, la única que mantenía contacto permanente con el condenado por el triple asesinato, explicaba a Levante-EMV, del grupo Prensa Ibérica, que Ricart pensaba de forma constante en la obtención de un permiso penitenciario que le permitiese disfrutar de, al menos, unas horas de libertad. Además del miedo al revuelo social y mediático que podía suponer que el preso más famoso de España pisase la calle, Ricart no contaba con la tenaz y lógica oposición de la madre de Desirée, Rosa Folch, cuyo único objetivo vital era que "él nunca salga de prisión".

En declaraciones a Levante-EMV, Folch explicó que "la justicia es que Ricart pase toda la vida en la cárcel". Consciente de que una condena perpetua resultaba imposible en el momento, añadía: "No me mató a mi hija y ya está, si no que, antes de asesinarla, la hizo padecer de una forma terrible. Merece estar entre rejas todo lo que le queda de vida". En 2000 y 2003, cuando el condenado pudo solicitar por fin un permiso penitenciario, rehusó hacerlo. Había tirado la toalla.

Entre los compañeros de Ricart durante su periplo carcelario de más de dos décadas se encuentran otros reconocidos violadores como Juan Manuel Valentín Tejero, el asesino de la pequeña Olga Sangrador, de nueve años, o Pedro Luis Gallego Fernández, más conocido como el ‘violador del ascensor’ de Valladolid.

En todo ese tiempo, además, aprovechó el tiempo muerto en la prisión para obtener el graduado escolar y realizar talleres que le reportaban beneficios penitenciarios. Sin embargo, pese a que Ricart no protagonizó ni un solo altercado grave, nadie de su familia quiso saber nada del criminal.

Ningún miembro de su familia lo visitó en la prisión. Tampoco su única hija, que tenía tres años cuando Ricart y Anglés cometieron los asesinatos. La joven sigue teniendo hoy una espina clavada: tener al menos un encuentro con su padre para escuchar de sus labios lo que ocurrió.

La salida de prisión, un nuevo circo

El viernes 29 de noviembre de 2013, exactamente 7.226 días después de su detención el día del hallazgo de los cuerpos de las niñas, el 27 de enero de 1993, decenas de periodistas esperaban en la puerta del centro penitenciario manchego a Ricart. Los focos que iluminaron el espectáculo mediático en el que se convirtió el triple crimen de las niñas de Alcàsser volvieron a encenderse para levantar el telón de una nueva función: la puesta en libertad del hombre más odiado de los noventa.

Miguel Ricart ocultó su rostro a la prensa con un pasamontañas negro al salir de prisión. Eran las 17.43 horas. Entre el constante ruido de los disparos de los fotógrafos y la luz cegadora de los constantes flashes, huyó de la nube de periodistas que le rodeaba, como si de una estrella pop se tratase, a bordo de un taxi que encontró a la puerta del penal.

Periodistas a las puertas del penal esperando la puesta en libertad de Ricart.

Periodistas a las puertas del penal esperando la puesta en libertad de Ricart. / F. Bustamante

La persecución continuó hasta la localidad de Manzanares, a pocos kilómetros de la cárcel, y se prolongó en una agonía que solo terminó cuando intervino la Guardia Civil, esta vez para protegerle.

Ricart, enfundado en un pasamontañas y un plumas y con toda su vida metida en la mochila colgada a la espalda, acabó subiéndose al primer tren que se detuvo en el andén en el que decidió frenarse tras el cese del acoso mediático gracias a la presencia policial. Y, sin pretenderlo, tomó rumbo al sur, a Jaén. Llevaba lo que cualquier preso que abandona la penitenciaría sin apoyo externo: 200 euros y un vale canjeable por un billete de tren a cualquier destino dentro del territorio nacional.

En la calle y sin rumbo fijo

No fue el único en montarse en el convoy. A los vagones subieron el fotógrafo de Levante-EMV Fernando Bustamante y periodistas de otros medios. Inesperadamente, Ricart se acercó al fotógrafo de este periódico y le espetó: "¿Cuándo vais a dejar de acosarme? Solo quiero rehacer mi vida".

Fue el inicio de la única entrevista que un periodista ha mantenido, sin condicionar ni manipular sus respuestas, tras los crímenes de las niñas. Y la concedió a cambio de una sola condición: que no tratara de robarle una foto de su aspecto en aquel momento. Quería intentar volver a una sociedad que seguía odiando 21 años después el rostro del criminal, aquella cara clavada en el imaginario colectivo en una foto fija de aquel septiembre de 1997, cuando escuchó la condena a 170 años de cárcel.

Ricart, escoltado por guardias civiles ante la persecución mediática.

Ricart, escoltado por guardias civiles ante la persecución mediática. / F. Bustamante

Ese fue el inicio de esa exclusiva entrevista, peculiar por los silencios y plagada también de comentarios intrascendentes, a la que accedió tras pactar que respondería solo a lo que quisiera. Bustamante incluso le ofreció una fórmula sorprendente, que contestase con un 'pasapalabra' a las preguntas incómodas.

Cuando llegó el momento de interrogarle sobre el paradero de Antonio Anglés, contestó también con un 'pasapalabra' y una sonrisa a caballo entre la sorna y el cinismo, intuida en la contracción de unas marcadas patas de gallo, las propias de quien ha pasado entre rejas casi la mitad de los entonces 44 años recién cumplidos. Esas arrugas y sus ojos eran lo único de su rostro que permitía ver a través de la ranura de su pasamontañas.

En esa entrevista, mostró el único signo de arrepentimiento que jamás se le ha conocido públicamente. A la pregunta directa formulada por Fernando Bustamante de si se arrepentía de haber participado en el triple crimen, su respuesta no dejó lugar a la duda: "¿Tú qué crees?".

Durante el improvisado encuentro, el triple asesino evidenció la ignorancia propia de quien ha pasado 20 años encerrado, lejos de los vertiginosos avances tecnológicos. Así, mostró una sorpresa rayana en lo infantil con el smartphone del fotógrafo y sus utilidades o con el hecho de que las puertas entre los vagones se accionaran por un simple sensor de movimiento, sin que los viajeros llegasen a tocarla.

Miguel Ricart, en el interior del tren, captado por el objetivo de Fernando Bustamante.

Miguel Ricart, en el interior del tren, captado por el objetivo de Fernando Bustamante. / F. Bustamante

"Quiero rehacer mi vida", insistió en varias ocasiones, "pero con este nombre, ¿quién me va a dar trabajo?", se lamentó Ricart. También mostró sorpresa por su puesta en libertad: "Estaba convencido de que me quedaban nueve años. Y de pronto me han dicho que me tenía que ir". El tiempo dentro no cuenta igual. La errática actitud del reo a su salida, que ni siquiera sabía cómo comprar el billete de tren en la estación de Manzanares (sólo había expedición electrónica en las máquinas), se resume en esa frase: ni siquiera se había preparado para salir, porque simplemente no sabía que iba a salir.

Tras una hora larga de conversaciones interrumpidas por silencios y ausencias, Ricart pidió ayuda a Fernando Bustamante para esquivar a los redactores de Telecinco y Antena 3 que le acechaban desde el vagón contiguo. "Solo quiero bajar sin que me siga nadie y rehacer mi vida", aseguró entonces. El fotógrafo respetó el pacto: el exrecluso había accedido a dejarse entrevistar; el fotógrafo le ayudaría a bajar.

Después de 20 años sometido a la disciplina del funcionamiento de una prisión, Ricart sólo atendía a órdenes directas, pero se mostraba inseguro en las decisiones propias.

Así las cosas, y viendo que si no descendía enseguida acabaría llegando a Jaén, donde aguardaba una nueva nube de periodistas, Bustamante tuvo que forzarle: "¡Miguel, prepárate! En la próxima estación te bajas y te largas lo más rápido que puedas. No vamos a seguirte".

Tocó Linares, de nuevo por puro azar, porque podía haber sido cualquier otra. Ricart obedeció militarmente. Pero, tras él se abalanzaron los redactores de los programas estrella de las mañanas de Telecinco y Antena 3, el de Ana Rosa Quintana y el de su oponente Susanna Griso.

En las horas posteriores a su libertad, asediado por los medios, Ricart no descubrió su rostro.

En las horas posteriores a su libertad, asediado por los medios, Ricart no descubrió su rostro. / F. Bustamante

Viéndose de nuevo acorralado, se refugió sin saberlo en lo que resultó ser un callejón sin salida. A traición, fue grabado por el entonces redactor de Griso. La Policía Nacional acabó interviniendo y se llevó al triple asesino a la comisaría de Linares. De nuevo, las fuerzas del orden protegían al asesino. Sirvió solo un tiempo. El que tardaron en dejarlo ir.

A la puerta de la comisaría lo esperaban las redactoras de Quintana. Fue llevado a un hotel de cuatro estrellas de la Gran Vía de Madrid y, al día siguiente, los tres pusieron rumbo a València. La ‘aventura’ duró hasta Perales de Tajuña, en la A3, donde pararon a comer. La intervención de la Guardia Civil y las críticas de otros medios frustraron las intenciones del programa, que su directora negó hasta la saciedad.

El fracaso del nuevo circo mediático

Además, para entonces, y viendo peligrar su material, Antena 3 ya había empezado a publicitar la ‘entrevista’ con el triple asesino; en realidad, unas frases robadas con una cámara oculta en aquel oscuro callejón, con Ricart acorralado. Pero ya no era 1997.

El resto de medios saltó sobre las dos reinas de las mañanas televisivas. Las críticas arreciaron hasta tal punto cuando se supo que pretendían resucitar el circo crecido en torno al caso, que ambas cadenas negaron la mayor y jamás emitieron esos minutos.

Aunque la televisión continúa jugando hoy en día en la línea roja, el hundimiento de La Noria tras una entrevista pagada a la madre del Cuco, el menor acusado de matar a Marta del Castillo, sentó cátedra entre los directivos de la televisión que evitaron los probables efectos nefastos de entrevistarse con Ricart.

Dos semanas después de su salida de prisión, la pista de Miguel Ricart se perdió en Francia, hasta donde viajó al comprobar el rechazo que generaba allá por donde pisaba. Nunca más se ha vuelto a saber de su paradero. Logró su objetivo: vivir en la más absoluto de los anonimatos lejos de las cámaras.

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La doctrina Parot, tumbada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) de Estrasburgo el 21 de octubre de 2013, consistía en la aplicación de beneficios penitenciarios sobre cada una de las penas impuestas a la persona juzgada y no sobre el máximo legal permitido por el Código Penal español.

El último Código Penal anterior a la etapa democrática, aprobado en 1973 y vigente hasta 1996, apostaba por la reinserción de los reclusos estableciendo un periodo máximo de 30 años de prisión aunque la condena fuese mucho mayor. Además, contemplaba la reducción de las penas de cárcel a cambio de trabajo penitenciario.

El caso del etarra Henri Parot, con una condena de 4.800 años de prisión por 82 asesinatos, puso en jaque al sistema judicial. Para evitar que el terrorista se beneficiase de la redención de penas como resultado de su trabajo durante su cautiverio, el Tribunal Supremo estableció que la reducción de la condena se restase de los 4.800 años de condena total y no de los 30 años de límite establecido por la legislación española (Sentencia 197/2006).

La aplicación de la doctrina Parot a los delitos cometidos antes de 2006, es decir, con carácter retroactivo, suponía el incumplimiento del artículo 9 de la Constitución Española y del artículo 5 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, como así alegó la defensa de la etarra Inés del Río, que obtuvo la razón del TEDH de Estrasburgo.

Desde 2006 hasta su derogación, la doctrina Parot se aplicó a más de 60 reclusos, principalmente miembros del grupo terrorista ETA, pero también a asesinos y violadores. Miguel Ricart fue uno de los últimos reos en quedar libre a los que se les aplicó la Parot.

Nota al lector: 

Esta información fue elaborada por Levante-EMV en 2019 con motivo del 27 aniversario de la desaparición de Miriam, Toñi y Desirée, las niñas de Alcàsser. Hoy, 13 de noviembre de 2020, recuperamos este especial sobre el triple crimen de las jóvenes.