CASO ABIERTO I ASESIN@S NAT@S

Lady Halcón y el asesino que llegó por las ondas a Zaragoza

José Antonio Berdejo cosió a puñaladas a un matrimonio de Zaragoza después de enamorarse de la voz de ella

José Antonio Berdejo junto al lugar del Picarral en el que se produjo el crimen.

José Antonio Berdejo junto al lugar del Picarral en el que se produjo el crimen. / Ibáñez / Martínez

Pilar Puértolas y Antonio Campín era un joven matrimonio zaragozano que iba a todos los lados juntos. Fueron degollados cuando él, fontanero de profesión, pretendía acompañar a su esposa al trabajo en una fría mañana de enero de 1995. Quien acabó con sus vidas fue Riglos, que era como se hacía llamar el joven José Antonio Berdejo Santos en una emisora de radioaficionado por la que se habían conocido y se hablaban desde hacía un año. Pili, de la que se enamoró de forma enfermiza, respondía al nombre de Lady Halcón. El asesino nato, de 27 años, acabó suicidándose en la cárcel tras confesarlo todo.

El brutal asesinato ocurrió un 10 de enero a las 05.30 horas. Antonio había bajado primero a coger el coche para llevar a su esposa Pili a al matadero de aves de Doux en el que trabajaba. Allí empezó su vida laboral de soltera y lo dejó cuando fue madre, reincorporándose unos días antes. Sus hijos tenían 17 y 13 años.

El hombre cogió su turismo, lo aparcó y fue a buscar a Pili. No se imaginaba que en ese momento José Antonio Berdejo le iba a coser a puñaladas ahí, en plena calle frente al número 4 de la calle general Yagüe (actual José Luis Lacruz Berdejo). El asesino le estaba esperando a él, pero también a su Lady Halcón, quien al bajar las escaleras de su tercer piso al portal fue apuñalada en 80 ocasiones; tantas veces que estuvo a punto de seccionarle la cabeza. Tenían 41 y 38 años.

Los gritos del ataque despertaron a un vecino que llamó a la Policía Nacional alarmado con la existencia de una pelea en la vía pública. Hasta el lugar se desplazó una patrulla, hallando los dos cadáveres sobre el suelo. El autor se había esfumado, pero sospechaban que era él, calificando el crimen de pasional.

El Grupo de Homicidios de la Jefatura Superior de Policía de Aragón puso en marcha un amplio dispositivo de vigilancia en torno a su domicilio, en el barrio del Actur en el que vivía con sus padres, así como en los lugares que frecuentaba e, incluso, en el cementerio por si se acercaba al tanatorio o al funeral.

Tras asesinar a la pareja se fugó a Huesca

Sin embargo sus planes eran otros. Tenía preparadas 100.000 pesetas para irse a esconder a la provincia de Huesca. En la capital, el homicida se hospedó la primera noche en el hotel Pedro I, donde pagó 6.000 pesetas de la época para dormir. Lo primero que hizo fue comprar una caja de valerianas. Curiosamente, al día siguiente buscó un lugar más económico como el hostal Juan XXIII. Allí trató en dos ocasiones suicidarse, poniéndole sobre la pista a los investigadores de que podía estar en Huesca.

El propietario del establecimiento, alarmado, dio aviso al Cuerpo Nacional de Policía. Acababa de descubrir restos de sangre en la bañera y una cuerda con dos nudos colgada del techo. Pronto supieron quién era el dueño de eso por el libro de registros y la confirmación del farmacéutico que vendió vendas y apósitos a José Antonio Berdejo para taparse la herida que se había hecho en las muñecas.

Ya sabían que estaba en Huesca, pero no sabían exactamente dónde. A las 18.30 horas del 12 de enero se personó en el cuartel de la Guardia Civil de Canfranc y confesó tanto lo que había hecho como que su intención era quitarse la vida. Consigo llevaba aún el arma homicida, una pequeña navaja, y varias cartas remitidas a Pili, la fallecida. De las dependencias policiales fue trasladado directamente a la unidad psiquiátrica del hospital universitario Miguel Servet para tenerle en observación hasta que fue enviado a la cárcel de Torrero por la magistrada instructora del caso, Natividad Rapún. Fue en el centro penitenciario donde finalmente llevó a cabo sus planes. Se quitó la vida, ahondando el dolor de la familia de la víctima que reconoció en aquel momento que «podía haberse matado antes». «Me he quedado helada. Creo que no ha debido resistir su remordimiento», afirmó en aquel momento Julia, la madre de Antonio Campín.

Acababa de esta manera tan trágica y sin juicio un caso que tuvo su origen en una emisora de radioaficionado. Riglos y Lady Halcón se conocieron un año atrás en el canal 37. Hablaban, según las crónicas de la época, de ríos, pueblos y hasta en una ocasión trataron el crimen de las niñas de Alcasser. El asesino llegó a calificar de «injusta» la muerte de Toñi, Miriam y Desiré en aquel año 1992. Las conversaciones, en las que participaban más aficionados, eran principalmente por la tarde y en todas José Antonio Berdejo se mostraba como una persona seria.

Ingresó en la cárcel donde se suicidó

Poco a poco se fue afianzando lo que para Pilar o Lady Halcón era solo una amistad, pero que para Berdejo era algo más. El homicida consiguió que ella hablara con él, a solas en el canal 40. Esto llevó incluso al asesino a adentrarse en la vida diaria de la familia. Para Reyes llegó a regalar un robot al hijo del matrimonio y un joyero a la otra hija y a la abuela.

Pero esa desvirtualización también la hacían todos los viernes en el bar Mónaco, en el barrio de La Almozara. Allí los radioaficionados quedaban para hablar. También iba el marido de Lady Halcón, quien se mostraba especialmente tímido, pero algo no le gustaba. Algo sospechaba.

Antonio Campín le llegó a advertir a su mujer que se andara con ojo, no se fuera a sobrepasar Riglos. Ella le dijo que se tranquilizara, que no viera nada más allá. Él siempre decía de ella que era «coleguica de la radio». 

Sin embargo, Berdejo tenía esperanzas de algo más, aunque se convirtiera en lobo por la noche como la película que daba nombre a su amada y que habla de una relación entre unos amantes en los que están eternamente unidos y separados tras un hechizo. El criminal llegó a contar a su hermana que Pili «le daba en ocasiones esperanzas de mantener unas relaciones más íntimas y que otras veces le rechazaba y le decía que tenía ella muchos problemas y que no pensaba separarse de su marido».

Esta mujer contó a la jueza instructora que Berdejo le había señalado que «la relación más íntima no pasó de alguna caricia, hasta cierto punto, y que cuando hablaban a través de la radio ella le contaba la situación del matrimonio».

El 10 de enero el canal 40 enmudeció para siempre y el 37 en el que estaban el resto de radioaficionados se llenó de incredulidad, lamento y miedo a lo que en ese momento era una especie de red social en el que ampliar amigos y conocer personas a través de la voz. Algo muy diferente a la actualidad, donde lo principal es la fotografía.