La vida en los pequeños pueblos repartidos por la geografía aragonesa es completamente distinta según cuál sea la época del año en la que los visites. La llegada del verano y con ella la de los veraneantes supone para los pequeños municipios una inyección de alegría y una inyección de servicios. Este es el caso de un pequeño pueblo en la provincia de Teruel, Villarroya de los Pinares.

Este verano, además del bar, la farmacia y el resto de servicios que son ya habituales de la temporada estival, los visitantes han encontrado un nuevo reclamo en las calles de la pequeña localidad, las ocas volviendo al corral.

Desde hace 20 años, y a consecuencia del descenso del cauce del río Guadalope, el ayuntamiento adquirió seis ocas, las cuales disfrutaban del agua en invierno y limpiaban de malas hierbas el cauce en verano, evitando así posibles problemas con riadas el invierno siguiente y viviendo en paz y armonía con el resto de los aproximadamente 130 habitantes del municipio .

La tragedia llegó el invierno pasado cuando cinco de las seis aves que formaban la bandada murieron tras el ataque de una zorra salvaje. Elisa Buj, panadera del pueblo y encargada de cuidar a estas curiosas vecinas, cuenta que «solo quedó una, estaba muy triste y se pasaba el día gritando por el río buscando a sus compañeras».

La solución del consistorio no tardó en llegar. Se compraron nuevas ocas, más jóvenes, y se decidió que por su seguridad lo mejor era que pasaran la noche en los toriles cercanos al cauce del río. Así, Elisa, de forma voluntaria y altruista, comenzó a guiar a los animales todas las noches hasta los corrales donde podían pasar la noche tranquilas y seguras. «Al principio me llevaba a mis tres nietos, les hizo gracia y empezaron a venir todos los amigos», cuenta Elisa entre risas. Así fue como la recogida de las ocas se convirtió en un evento en el pueblo. La llegada de la época estival favoreció aun más a la popularidad de las aves, la gran cantidad de veraneantes que pueblan el municipio durante los meses julio y agosto descubrieron en las ocas un nuevo pasatiempo impensable en las grandes avenidas y parques de las capitales.

«Al final del verano todos los días tenia a las 20.30 a los niños en la puerta de la panadería y me decían: Elisa, vamos que tenemos que recoger a las ocas», comenta la panadera.

Durante el invierno, en este pueblo viven un total de 15 niños. Con el comienzo del curso escolar, Elisa cuenta que las madres del pueblo le han pedido que empiece a recoger a las ocas antes para poder bañar y dar de cenar a los niños a una hora prudente y no entorpecer las rutinas de los más pequeños. «Ningún niño se va a casa hasta que las ocas no están recogidas y seguras», afirma Buj y es que, tanto los niños del pueblo como los niños que veranean en la localidad, están maravillados con los animales y bajo la supervisión de Elisa cada día se encargan de colaborar en las labores de limpieza y alimentación de las aves que se han convertido ya en las vecinas más mimadas de todo el Maestrazgo.

La panadera cuenta que estos «encierros» son un hecho circunstancial, que se mantendrá hasta que las ocas crezca un poco más. «Ahora son inexpertas. Cuando sean mayores y no exista un peligro real, pues entonces las volveremos a dejar sueltas». Probablemente el próximo verano sean ya adultas y puedan vivir en completa libertad, pero serán los cuidados y la alimentación de Elisa los que hagan que los animales no escapen y se queden en el pueblo.

Su amor por los animales y la compañía que le aportan son los motivos que hacen que esta vecina se encargue cada día de velar tanto de la seguridad como de la correcta alimentación de estas peculiares vecinas. «No son mías, pero como si lo fueran, al final las ocas y los niños pues me hacen mucha compañía.».