Los aviones de pequeño tamaño y los catalogados como ultraligeros son especialmente sensibles a los choques en vuelo contra grandes aves, como buitres y cigüeñas. De hecho, quince personas han muerto en España en dos décadas por este motivo. Ahora, los expertos proponen cambios legales para evitar en lo posible que las avionetas puedan chocar contra aves.

Un cambio legislativo para elevar el vuelo de las avionetas por encima de los 1.300 metros de altitud ayudaría a evitar el riesgo de colisiones con cigüeñas y buitres, que en ocasiones provoca accidentes mortales, con lo que se aumentaría la seguridad de la aviación civil.

Esta es una de las conclusiones de un novedoso estudio sobre el patrón de vuelo de buitres y cigüeñas a través de GPS realizado por 16 científicos europeos y americanos coordinados por la Estación Biológica de Doñana (CSIC) y el Centro de Investigación e Innovación Agroalimentaria y Agroambiental (CIAGRO) de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche (Alicante).

Se ha analizado el vuelo en la península Ibérica de 92 buitres leonados procedentes de cuatro poblaciones españolas, de 15 buitres negros de España y Portugal y de 103 cigüeñas blancas procedentes de Alemania y España, y el GPS ha proporcionado una ingente cantidad de datos, informa Efe.

Entre ellos, que estas aves tienen mayor actividad de vuelo en las horas centrales del día, de 10 a 16 horas, y en los meses de marzo a septiembre.

Esto es así porque son ejemplares planeadores que necesitan corrientes térmicas para volar eficientemente y, por ello, concentran su actividad en los periodos de mayor insolación y disponibilidad de aire ascendente.

Avionetas, buitres y cigüeñas comparten el mismo espacio aéreo

Justo en esos meses es cuando se registran más accidentes graves, según ha declarado a Efe Eneko Arrondo (CIAGRO-UMH), que ha liderado la investigación y que ha añadido que se ha comprobado que, contrariamente a la creencia popular que atribuye a estas aves alturas de vuelo exageradas, los buitres y cigüeñas circulan por debajo de los 1.300 metros de altura.

Esto unido a que las aeronaves de pequeño porte (avionetas) vuelan (obligadas por ley) por debajo de los 900 metros sobre el suelo provoca que aparatos y aves “compartan espacio” y se multiplique el riesgo de choque.

Este estudio fue presentado en el II Foro de Aviación y Fauna organizado por la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA), celebrado en Madrid en enero de 2020, para sugerir un cambio legislativo sobre el techo de vuelo de la aviación general, algo que podría ser útil aunque el trámite sea complicado.

Mientras tanto, los resultados permiten recomendar a los pilotos que entre marzo y septiembre tomen otras medidas preventivas, como volar lo más alto posible o hacerlo a baja velocidad, puesto que “la fuerza de un impacto tiene que ver con la velocidad, de manera que el golpe es más leve cuanto menos rápido se vaya”.

El riesgo de colisión entre un ave y una aeronave existe desde los albores de la aviación, ha recordado Arrondo, concretamente desde que los hermanos Wright chocaran en EUU con una gaviota tan solo un año después de que, en 1903, patentaran el primer aeroplano.

Trágico balance en España

Desde el año 2000, se tiene constancia de doce avionetas precipitadas al suelo en España con 15 fallecidos tras colisionar con buitres leonados y negros y cigüeñas blancas, que causaron destrozos en hélices, motores o cabinas, principalmente.

Pese a que estas cifras son un mínimo porcentaje entre las decenas de miles de vuelos anuales de avionetas, ultraligeros y planeadores, los expertos consideran necesario extremar los esfuerzos para intentar reducirlos.

Arrondo ha destacado que este trabajo científico es “un claro ejemplo de cómo los estudios ecológicos sirven para preservar la biodiversidad y, además, pueden tener una aplicación inmediata para reducir importantes pérdidas económicas y riesgos para las personas”.

Los autores del informe son, además de Arrondo y José Antonio Sánchez-Zapata, del CIAGRO (UMH), Marina García-Alfonso, Julio Blas, Manuel de la Riva y José Antonio Donazar (Estación Biológica de Doñana), Ainara Cortes-Avizanda (IMEDEA CSIC-UIB), José Jiménez y Antoni Margalida (IREC, CSIC-UCLM-JCCM) y Pilar Oliva-Vidal (Univerdad de Lleida) y otros.