La sociedad es cada vez más consciente del impacto que tienen nuestras acciones en el medio ambiente. Los residuos físicos que producimos, como los plásticos o las emisiones de COque generan las industrias y el transporte, son los principales responsables de la contaminación del planeta. De lo que no somos tan conscientes es de la contaminación que provoca la huella digital y de que, por tanto, internet también contamina.

La transformación digital ha traído muchos beneficios, como la reducción del consumo de papel, que repercuten positivamente en la lucha contra el cambio climático y reducen las emisiones de CO₂.

«Sin embargo, la producción, el uso y la transferencia de datos y, sobre todo, el almacenamiento, provoca más emisiones de CO₂ de lo que cabría esperar», explica Ana Jimeno, Gerente de Calidad, Medio Ambiente y Prevención de Riesgos Laborales de ISS España, que se dedica al sector de los espacios de trabajo. Estas emisiones se resumen bajo el término ‘huella de carbono digital’.

Actualmente un 60% de la población mundial (4.660 millones de personas) tiene acceso a Internet. «Cada consulta, cada búsqueda, cada archivo enviado y cada documento almacenado, ejecutado miles de millones de veces, es responsable de parte de la creciente demanda mundial de energía y, por lo tanto, también del aumento de las emisiones de CO₂», asegura Jimeno.

Según Fernando Tucho, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos y creador del blog www.ecologiaymedia.info, el consumo de productos audiovisuales es más contaminante de lo que aparenta. Solo en 2018, la visualización de vídeos en internet generó más de 300 toneladas de dióxido de carbono. Su consejo para el ciudadano de a pie es descargar los archivos en vez de bajarlos continuamente, realizar búsquedas en texto y no en video, o utilizar el buscador ecológico Ecosia para compensar emisiones.

Enviar una foto por WhatsApp, actualizar el perfil de Facebook o ver videos en You Tube contribuyen al calentamiento global más de  lo que la ciudadanía pueda llegar a pensar. Se estima que cada correo electrónico genera cuatro gramos de CO2 y el envío de 65 emails equivale a un kilómetro recorrido en coche, según datos de la firma de asesoría empresarial con sede en Washington FTI Consulting. De ahí que la Unión Europea insista en que los centros de datos den el salto decidido a las energías limpias y renovables.

El almacenamiento, el verdadero problema

La mayor parte de la huella digital no se debe en tanta medida a los mensajes o acciones que se realizan en internet, sino que en algún momento todos los datos que se guardan y comparten se almacena ya sea en el servidor, correo o en un dispositivo que consume energía y por lo tanto necesita suministro eléctrico, lo que genera grandes cantidades de CO.

Subir todos estos archivos a la nube tampoco es la mejor opción. La nube es un lugar real, y tiene forma de enorme servidor capaz de almacenar millones y millones de terabytes de información de usuarios de todo el mundo; información que muchas veces nunca más vamos a utilizar.

«Las empresas tienden a ser quienes más archivos almacenan que a menudo no se vuelven a consultar nunca más. Desde archivos de clientes antiguos, documentación desactualizada que se acumula, datos y datos, que no solo impactan negativamente en el medio ambiente, sino que también pueden entorpecer el correcto desempeño de la compañía», comenta Ana Jimeno, de ISS España.

Se calcula que los centros de servidores usan unos 30.000 millones de vatios para guardar nuestros datos, el equivalente a la producción de 30 plantas nucleares, ya que esos servidores necesitan energía para su funcionamiento y, sobre todo, para su refrigeración.

Se estima que la emisión de carbono por parte de esta actividad digital es equivalente a las emisiones globales de CO2 de toda la industria de la aviación.

Los expertos proponen a las empresas una serie de acciones para reducir esta huella digital.

-Limpiar los dispositivos y eliminar aquellos documentos, videos e imágenes duplicadas o que no se utilizan.

-Desinstalar apps y programas que no se utilizan.

-Borrar los mensajes de correo electrónico antiguos.

-Desuscribirse de newsletters que no se leen.

Son pequeñas acciones cotidianas que a gran escala suponen una reducción importante de emisiones de carbono, especialmente cuando se trata de empresas de mediano y gran tamaño capaces de generar un gran volumen de operaciones.

«Creemos firmemente que nuestras acciones pueden marcar la diferencia, empecemos por tomar conciencia y aplicar pequeños cambios», añade Ana Jimeno.

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