Una investigación desarrollada por científicos de la Universidad de Alaska en Fairbanks ha descubierto un método para detectar lugares donde han impactado meteoritos y en los que, sin embargo, ya no se aprecia visualmente ningún vestigio de tal impacto desde hace tiempo. El descubrimiento está llamado a mejorar de forma notable la localización de meteoritos no solo en la Tierra, sino también en otros cuerpos del Sistema Solar.

La clave, según explica el profesor Gunther Kletetschka, está en el bajo nivel de magnetización remanente que queda de forma natural en la roca que ha sido objeto de un impacto.

Las rocas que no han sido alteradas por fuerzas no terrestres o incluso artificiales suelen tener entre un 2% y un 3% de magnetización remanente natural, lo que significan que existe esa proporción de partículas minerales magnéticas, generalmente magnetita, hematita o ambas a la vez.

En cambio, Kletetschka descubrió que las muestras recogidas en el lugar de un fuerte impacto meteorítico, como es la estructura de impacto de Santa Fe, en Nuevo México, solo contenían menos del 0,1% de magnetismo.

El investigador determinó que el plasma creado en el momento del choque, junto con un cambio en el comportamiento de los electrones en los átomos de las rocas, explican tan bajo nivel de magnetismo.

La gran estructura de impacto de Santa Fe fue descubierta en 2005 y se estima que tiene aproximadamente 1.200 millones de años. El lugar consta de conos rotos fácilmente reconocibles, que son rocas dispuestas en forma de abanico y líneas de fractura en sentido radial.

Se cree que los conos rotos solo se forman cuando una roca se somete a una onda de choque de alta presión y alta velocidad, como es el caso de un meteoro o una explosión nuclear.

El hallazgo efectuado por este científico permitirá a partir de ahora localizar un lugar de impacto antes incluso de que se descubran los conos rotos que delatan su existencia, y también permitirá definir mejor la extensión abarcada por dichos impactos, pese a que la erosión haya borrado ya todo vestigio del cráter que dejaron.

“Cuando se produce un impacto, éste sucede a una velocidad tremenda”, señala Kletetschka. “Y tan pronto como se produce una colisión a esa velocidad, se produce una transformación de la energía cinética en calor, vapor y plasma. Mucha gente tiende que se produzca calor, tal vez algo de fusión y evaporación, pero no se suele pensar en el plasma”, añade.

El plasma es un gas en el que los átomos se han dividido en electrones negativos e iones positivos que flotan libremente. “Pudimos detectar que se creó plasma en las rocas durante el impacto”, manifestó.

Las líneas del campo magnético de la Tierra atraviesan todo el planeta. Pero la estabilidad magnética de las rocas puede verse afectada temporalmente por una onda de choque, como sucede cuando se golpea un objeto con un martillo, por ejemplo. La estabilidad magnética regresa a la roca inmediatamente después de que pasa esa onda de choque.

En Santa Fe, el impacto del meteorito envió una onda de choque masiva a través de las rocas, tal y como se esperaba. Kletetschka descubrió que esa onda de choque alteró las características de los átomos en las rocas al modificar las órbitas de ciertos electrones, lo que provocó su pérdida de magnetismo.

La modificación de los átomos permitiría una rápida remagnetización de las rocas, pero Kletetschka también descubrió que el impacto del meteorito había debilitado el campo magnético del área. De hecho, no había forma de que las rocas recuperaran su magnetismo anterior del 2% o el 3%, a pesar de que tenían la capacidad de hacerlo.

Eso es debido a la presencia de plasma en las rocas, tanto en la superficie de impacto como debajo de ella. Este plasma aumentó la conductividad eléctrica de las rocas a medida que se convertían en vapor y roca fundida en el borde de ataque de la onda de choque, debilitando temporalmente el campo magnético ambiental.

“Ese plasma protegerá el campo magnético y, por tanto, la roca solo encontrará un campo muy pequeño, residual”, añadió el científico.

Estudio de referencia (en inglés): https://www.nature.com/articles/s41598-021-01451-8