El centenario cumplido por el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido es algo que debe celebrarse. Y aunque cualquier momento del año regala sus atractivos, la visita durante el verano es de las más esplendorosas. Temperaturas bajas, días soleados, naturaleza en su máxima expresión son atractivos que reúnen a numerosos visitantes en sus senderos y rincones. Tanto que, en algunas ocasiones, el valle debe sacar bandera blanca y cerrar el paso a más personas, alcanzando el cupo de visitas diarias como sucedió en hasta 12 ocasiones en el 2018.

Bien cierto es que tanto la sierra de Guadarrama como el Teide, los dos Parques Nacionales con mayor afluencia de público -acumulan más de tres millones de visitas anuales cada uno-, multiplican las casi 700.000 personas que llegaron hasta aquí en el 2018. Ocurre que las cifras se agravan al constatar que el 90 por ciento de estas últimas sucedieron en los meses del corto verano pirenaico, mientras que en el Teide y en la sierra de Guadarrama las visitas se espacian a lo largo de todo el año. A ello se añade que la gran mayoría se concentra en las dos mil hectáreas del valle de Ordesa, que fueron declaradas Parque Nacional en 1918. Depresión excavada en mitad de una colosal arquitectura de roca y vacío, el cañón de Ordesa puede considerarse como el Yosemite español. Que esta afirmación no haga pensar en sacrilegio alguno. Explicamos el parecido.

Mecas mundiales del turismo al aire libre, las imágenes de los dos parajes están entre las más conocidas entre los escenarios naturales más populares del planeta. Quienes conozcan ambos lugares deben convenir que pocos enclaves guardan una similitud tan notable. La historia de ambos discurre paralela. Sus convulsiones escénicas son fruto del trabajo de dos ríos cuyos nombres revelan idénticos fuste y poder: Arazas el oscense, Merced el californiano. Ambos construyeron el prodigio donde se acomodan tapices de bosques centenarios y potentes saltos de agua, con sendas piedras orgullosas que destacan como tótems en su geografía: El Capitán en Yosemite y Tozal del Mallo en Ordesa. Siguen las vidas paralelas de estos lugares. Los dos contaron con sus respectivos profetas que desvelaron al mundo unas naturalezas únicas y amenazadas en los albores de un progreso imparable. En Yosemite le correspondió tan importante papel a John Muir.

En el caso de Ordesa, el precursor de todo fue Lucien Henri César Briet, francés, escritor, fotógrafo, explorador y iluminado pirineísta que pasó gran parte de su vida de correrías por la cadena montañosa fronteriza. Fue en los comienzos del siglo XX cuando descubrió el valle surcado por el Arazas.

Adentrarse en la naturaleza

Para conocer Ordesa hay que caminar, no hay mejor manera. Y la excursión más asequible y recomendable del lugar es la que recorre el fondo del cañón en un entretenido ascenso hasta alcanzar su cabecera. Tarjeta de visita del Parque Nacional, descubre los más llamativos rincones del valle. Es el llamado Camino de las Cascadas, pues pasa junto a los más importantes saltos de agua del valle, para concluir en el más conocido de todos ellos: la Cola de Caballo. Al poco de abandonar el aparcamiento la ruta alcanza el más importante cruce de caminos del valle. Se inicia la esforzada subida a las clavijas de Cotatuero y a la cascada del mismo nombre.

El río Arazas forma el impresionante valle de Ordesa, que originó la creación del Parque Nacional el 16 de agosto de 1918 y es Patrimonio de la Humanidad.

Se trata de la más alta de España, en permanente disputa con el salto del Nervión. Es esta primera parte la más esforzada al salvar el mayor desnivel, aunque la comodidad de un camino ausente de todas dificultades hace posible transitarlo sin el menor inconveniente. A pesar de ello, muchos no lo concluyen. Algunos por falta de forma física, otros simplemente quedan abducidos por la belleza del bosque que ocupa la primera parte de la marcha. Se abre paso la pista por el interior de una bóveda de hojas iluminadas. La cascada del Estrecho es el primer salto de agua que se alcanza, y el más íntimo. Para contemplarla hay que desviarse por un empinado ramal que baja hasta el río. En el fondo, una hendidura abovedada retuerce las aguas y las obliga a dar varios saltos únicos.

Capturar con la cámara los mil y un instantes, las formas de este enclave de mil caras, la pujanza de los saltos de agua o el dosel amarillo que tamiza los rayos del Sol entretiene toda la jornada. Otros se sobreponen al hechizo y alcanzan el final de la ruta entre los silbidos de las marmotas, el planeo de los buitres y, a poco que tengan suerte, la visión fugaz de un inmaculado quebrantahuesos. Cae la tarde y un oscuro telón de nubes diluye los confines de este escenario. Se levanta aire y los soplidos del viento espantan el verano que hay en Ordesa.

La magia de Huesca

Con 15.636 km2, la provincia de Huesca alberga atractivos para todos los gustos. El imponente medio natural que lo envuelve tiñe sus pueblos de un temple ancestral y su gastronomía de un encanto especial. Las poblaciones que rodean el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido son lugar de parada obligada para recuperarse de las emociones este brinda. Entre los enclaves destacados sobresale Torla, situado a las puertas del Parque Nacional. Para quienes prefieran más intimidad, sus opciones son Fanlo, Nerín, Bestué, Escuaín y Buerba. Los más metropolitanos deben escoger Huesca: sus plazas, parques, monasterios y museos custodian la esencia pirenaica. Más información: huescalamagia.es