La OCU lo desmonta: esto que haces para ahorrar en la compra no sirve para nada

El entorno del supermercado moderno se convierte en un campo de batalla psicológico donde el consumidor puede caer fácilmente en trampas que engordan su ticket final

Una cajera de supermercado en su puesto de trabajo.

Una cajera de supermercado en su puesto de trabajo. / Juan Castro

Alexandra Costa

En la incesante búsqueda de aliviar la presión inflacionaria sobre el presupuesto familiar, muchos consumidores españoles se aferran a cualquier estrategia que prometa un respiro en la cesta de la compra. Sin embargo, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha puesto el foco en una serie de prácticas extendidas en los supermercados que, lejos de facilitar el ahorro, a menudo conducen a un gasto superior al planificado. Estas tácticas, que bordean los límites de la legalidad pero plantean serias dudas éticas, se han intensificado, creando una neblina de falsa economía que enturbia la percepción real del valor de los productos y explota la vulnerabilidad de un público preocupado por estirar cada euro.

Los supermercados, según desvela la OCU, han perfeccionado un entramado de técnicas de marketing diseñadas no tanto para beneficiar al cliente, sino para incrementar sus propias ventas. Lejos de ser un aliado en la lucha contra la inflación, el entorno del supermercado moderno se convierte en un campo de batalla psicológico donde el consumidor, ávido de ofertas, puede caer fácilmente en trampas que engordan su ticket final. El análisis detallado de estas estrategias revela cómo la ilusión de ahorro es cuidadosamente construida, mientras la realidad del gasto se camufla tras una apariencia de oportunidad.

El laberinto de las ofertas: cuando el reclamo es una trampa

Una de las tácticas más evidentes, según la OCU, es la disposición estratégica de los productos dentro del establecimiento. Los artículos "gancho", aquellos con precios aparentemente irresistibles, suelen situarse en ubicaciones estratégicamente alejadas, obligando al consumidor a recorrer largos pasillos. Este peregrinaje forzoso no es casual; está diseñado para maximizar la exposición a una miríada de otros productos, aumentando significativamente las posibilidades de compras impulsivas. De igual manera, los artículos de primera necesidad a menudo se encuentran en extremos opuestos del local, creando recorridos artificiales que persiguen el mismo fin: que el cliente vea y compre más de lo que inicialmente tenía previsto.

A esta arquitectura comercial se suma una estudiada manipulación sensorial. La música ambiente, que puede variar su ritmo para acelerar o ralentizar el paso en determinadas secciones, los aromas artificiales que estimulan el apetito cerca de la panadería o la sección de comidas preparadas, y una iluminación cuidadosamente calibrada para realzar el atractivo de los productos, son elementos que, según advierte la OCU, buscan generar estados emocionales que favorezcan decisiones menos racionales y más impulsivas. Incluso las promociones clásicas como el "compre dos y pague uno y medio" esconden, en ocasiones, un incremento previo de precios semanas antes de aplicar el supuesto descuento, lo que diluye o anula por completo el beneficio para el comprador, una práctica especialmente común en periodos de alta demanda como Navidad o vacaciones.

La letra pequeña y los formatos engañosos: el arte de la confusión

La OCU también ha destapado que la calidad de ciertos productos en promoción puede ser notablemente inferior, a pesar de presentar envases casi idénticos a sus contrapartes de mayor calidad o de marca reconocida. Estas diferencias, apenas perceptibles para el consumidor medio, suponen un ahorro considerable para las cadenas de distribución mientras se mantiene la ilusión de ofrecer el mismo producto a un precio más competitivo. Los formatos "especiales" o "ahorro" son otro campo minado: envases ligeramente modificados que dificultan la comparación directa con el formato habitual, a menudo ocultando menor contenido neto o concentraciones diluidas, un fenómeno especialmente notable en detergentes, salsas y productos de limpieza, creando así una falsa sensación de abundancia o de estar obteniendo más por menos.

El etiquetado se convierte en un auténtico desafío donde la información crucial frecuentemente queda sepultada bajo un aluvión de reclamos y diseños atractivos. La organización denuncia el uso de tipografías minúsculas para los datos nutricionales más comprometedores o la lista de ingredientes, mientras se destacan con grandes caracteres y colores llamativos mensajes que sugieren beneficios para la salud no siempre respaldados científicamente o irrelevantes para la calidad real del producto. Un elemento fundamental para una compra informada, el precio por unidad de medida (kilo o litro), suele aparecer en lugares poco visibles o con un tamaño de letra prácticamente ilegible. Esta táctica, documenta la OCU, resulta particularmente efectiva para despistar al consumidor, dificultando el cálculo rápido necesario para determinar qué producto ofrece realmente la mejor relación calidad-precio y favoreciendo decisiones basadas únicamente en el precio final del envase, independientemente de su contenido real.

Fidelización digital: ¿ahorro real o carnada de datos?

La era digital ha traído consigo nuevas herramientas de aparente ahorro, como las aplicaciones móviles de los supermercados y las tarjetas de fidelización. La OCU alerta que estas plataformas digitales rastrean meticulosamente nuestros hábitos de consumo, generando perfiles detallados que permiten personalizar ofertas. Sin embargo, esta personalización a menudo está diseñada para estimular la compra de productos complementarios o de mayor margen de beneficio para la tienda, disfrazando un incremento del gasto como un servicio al cliente. Se presenta como una ventaja, pero constituye una sofisticada herramienta para incrementar el gasto medio por usuario.

Las omnipresentes tarjetas de fidelización también merecen un escrutinio crítico. Los estudios comparativos de la OCU demuestran que muchas de las ventajas promocionadas apenas compensan el valor de los datos personales cedidos. Además, el sistema de puntos o descuentos suele estructurarse de forma deliberadamente confusa, estableciendo umbrales de gasto difícilmente alcanzables para las bonificaciones más atractivas o limitando su aplicación a productos específicos, generalmente sobrevalorados o con poco movimiento. Esta estructura, cuidadosamente calculada, garantiza que el beneficio real para el consumidor casi siempre sea inferior al incremento de ventas y a la información de mercado que genera para el establecimiento, creando una ilusión de privilegio que, en realidad, beneficia principalmente al supermercado.

En definitiva, la OCU desmonta la creencia generalizada de que muchas de las estrategias que los consumidores emplean instintivamente para ahorrar en la compra son efectivas. Los supermercados han perfeccionado un arsenal de técnicas que, si bien pueden operar dentro de los márgenes de la legalidad, explotan la psicología del consumidor y su legítima necesidad de optimizar el gasto. La falsa sensación de ahorro, impulsada por un marketing sofisticado y un diseño estudiado del entorno de compra físico y digital, frecuentemente resulta en un ticket final más abultado, demostrando que aquello que hacemos para ahorrar, en muchos casos, no sirve para nada más que para engrosar las arcas de las grandes cadenas.

Tracking Pixel Contents