Decía Enric Palau, uno de los directores del Sónar, que el Festival de Músicas Avanzadas y Arte Multimedia (ese es su apellido), que se celebra en Barcelona, es un escaparate de las propuestas musicales del futuro. Hasta ahí, nada que objetar. La banda sonora pertenece al mañana. Otra cosa es la atmósfera que envuelve la cita, la estética de los asistentes. Sí, hay que hablar de futuro, pero de regreso al futuro. A los 80.

Pides la hora en el cualquier sitio del festival y cinco brazos aparecen para dártela gentilmente. En las muñecas, los digitales de Casio, más de uno y de dos con calculadora. ¿Se ha parado el tiempo? ¿Pero no estamos en el siglo XXI? ¿Y esas Ray-Ban Wayfarer? ¡Si las crearon hace 60 años! Están de moda. También son modernas las gafas con rejilla, que no tienen fecha de nacimiento pero podrían ser de la generación Naranjito. De cuando había vinilos y casetes (hay quien recuerda las cintas en la hebilla del cinturón) y nadie sabía que era eso del cedé.

Con el fondo de armario de papá y mamá se podrían llenar páginas y páginas de un especial de fashion victims del Sónar. ¿Rafa Nadal? Por favor, aquí el mito se llama Bjorn Borg. En el Sónar han aparecido émulos del tenista sueco, raqueta incluida. Algunos iban armados con una espada luminosa, la misma que se convirtió en arma de diversión masiva en La guerra de las galaxias. Y una cosa más: esta moda es barata porque es reciclada.