Siempre ha sido consciente de que su figura estaría a la sombra de su padre, el gran Vittorio Gassman. Pero a Alessandro Gassmann (Roma, 1965) nunca le ha importado seguir protegiendo el legado de su progenitor al mismo tiempo que desarrollaba una fructífera carrera como intérprete y director. Precisamente por eso, en el 2011 decidió recuperar su apellido original, Gasmann, con dos enes finales, de origen hebraico y que su familia tuvo que modificar durante la segunda guerra mundial por miedo a las persecuciones raciales.

Acaba de cumplir 50 años y, además de continuar siendo uno de los actores más atractivos de su generación, Gassmann Jr. se ha convertido en un reclamo para la taquilla en su país de origen después de protagonizar dos grandes éxitos como El nombre del bambino y Si Dios quiere, que aún se puede ver en muchas salas de España y en la que interpreta a un sacerdote tan moderno y cool que replantea a todos aquellos que le rodean el sentido de la religión y la fe. «Es un cura muy particular, que se acerca a la gente y en especial a los jóvenes, un verdadero mensajero de esperanza que habla desde el corazón», afirma el actor. «La película intenta tratar el tema de la diversidad de creencias desde la tolerancia. Fue una de las cosas que más me atrajeron del proyecto, además del sentido del humor que desprende».

Alessandro Gassmann comenzó de la mano de su padre en Di padre in figlio, película codirigida por ambos, y en la que de algún modo el mítico actor pasaba el testigo justo antes de sumirse en una larga depresión que se prolongaría hasta la muerte.

Recuerda con especial cariño cuando, en 1997, lo acompañó a España a recoger el Premio Príncipe de Asturias, uno de los momentos, cuenta, más bonitos de su vida. «Un poco antes, en 1993, tuve el honor de trabajar con Bigas Luna y Javier Bardem en la película Huevos de oro. Y la verdad es que regresar a vuestra tierra siempre me produce mucha alegría».

Siempre ha tenido una belleza exótica un tanto perturbadora, una mirada inquietante y un magnetismo muy primitivo, algo que explotó a la perfección en la película que se convertiría en su verdadero descubrimiento, Hamam: el baño turco, en la que el director Ferzan Ozpetek supo sacar a su cuerpo todo el partido posible entre vapores y humedades.

Probó suerte en el panorama internacional en la franquicia protagonizada por Jason Statham, en la segunda parte de Transporter, pero tras esta experiencia prefirió seguir haciendo cine en Italia, sobre todo comedia, donde ha destacado en los últimos tiempos aportando estilo, elegancia y un toque indómito.

Sus inquietudes artísticas lo han llevado a compaginar cine, teatro y realización. Su primer largo en solitario, titulado Razza bastarda, mostraba su interés por las relaciones paterno-filiales y por los conflictos sociales desde una perspectiva realmente descarnada.

En Si Dios quiere ha recuperado el espíritu de la commedia all’italiana, género en el que su padre brilló al lado de otros grandes intérpretes de la época. Ahora le toca a él dejar el listón bien alto y demostrar que su pedigrí interpretativo es mucho más que una cuestión de genética y apellidos. H