Médico, padre de tres hijos y presidente de la Fundación Lacus Aragón, antes Talita. Un proyecto que nació con nombre propio y que está de aniversario. La inclusión es la respuesta. El camino: trabajo y muchas ideas.

-El origen de esta historia tiene un nombre. Y no es el suyo...

-Se llama Pablo. Ayer cumplió once años. Después ha habido más nombres. El nacimiento de nuestro hijo mayor, que tiene Down, nos hizo darnos cuenta de que no podíamos desarrollar su proyecto vital como lo hubiéramos hecho si no tuviera una discapacidad. Y queríamos que su desarrollo no estuviera condicionado por qué colegio te pudiera tocar o que apoyos pudiera tener.

-Y, ¿qué hicieron?

-En este proceso, conocimos lo que hacía Fundación Talita con las aulas itinerantes, que trasladan al profesional al colegio donde está el niño y no al revés. Luego, llegaron muchos más proyectos. Creamos aquí Fundación Talita que luego pasó a ser Lacus Aragón. Y ahora cumplimos diez años, con ocho profesionales en plantilla y hasta cincuenta personas que trabajan desinteresadamente en todos nuestros proyectos. ¡Fíjese!

-Su punto de partida es la inclusión. Ustedes no creen en otra vía.

-El niño tiene que estar en sociedad. Esto implica que esté en la escuela ordinaria de manera innegociable, porque ahí es donde se desarrollan desde pequeños. No en centros de educación especial. La inclusión beneficia a los niños con discapacidad y también al resto, porque les proporciona valores de esfuerzo, de trabajo en equipo y de empatía. La diversidad se aprende con la experiencia.

-Y ¿qué proyectos tienen en marcha?

-Ahora mismo trabajamos con 19 niños en nueve colegios a través de estas aulas itinerantes. Además, tenemos un proyecto de logopedia y planes de acompañamiento para familias y becas, porque hay muchas personas que no pueden abordar el coste que supone este tipo de servicios. Por último, tenemos nuestra escuela de familias, acciones de sensibilización y 92 niños con o sin discapacidad en tres proyectos de ocio inclusivo.

-Como el del teatro de las Esquinas, que es una de sus ‘niñas mimadas’...

-Con el teatro, y su escuela, y gracias a un texto que en la primera edición, y van siete, nos cedió Fernando Lalana, titulado La profecía. En torno a ese texto y a los mundos de Fofa, los niños, con o sin discapacidad, van trabajando culturas o historia. Solo ahí hay cuarenta niños, seis voluntarios, cuatro actores y dos psicopedagogos. Y es precioso.

-¿Qué sensación tiene tras diez años?

-Que la discapacidad intelectual molesta. Si la segregación a la que se somete a las personas que tienen discapacidad intelectual, se hiciera por cuestión de sexo o de raza, la gente se llevaría las manos a la cabeza. No vivimos en una sociedad inclusiva.

-Pablo llegó un día de Reyes, hace once años. ¿Qué le enseñó este regalo?

-¡La vida con Pablo es intensa! (risas) Y me ha enseñado muchas cosas. Tiene una empatía enorme, hasta con quienes le rechazan, y una gran capacidad de cariño. Aunque siempre tengo un problema con él y con su carta a los Reyes. Mis tres hijos son austeros. Pero Pablo nunca pide nada. No quiere tener cosas. Solo quiere disfrutar de nosotros.