Director de la Escuela de Violeros de Zaragoza y lutier profesional de instrumentos antiguos. Reivindica la tradición violera de Aragón, cuya importancia fue transcendental en la Edad Media, mientras enseña a las nuevas generaciones.

- ¿Cómo nace la escuela de violeros?

- El origen está en cubrir una carencia en las enseñanzas oficiales españolas, donde no existe ninguna titulación relacionada con la construcción de instrumentos musicales. Ni siquiera de guitarra española. Es una carencia bochornosa, lamentable. Estamos hablando de que España es uno de los países que más contribuyó al desarrollo de los instrumentos musicales, como la vihuela de arco o la vihuela de mano. Hemos conseguido que la violería aragonesa sea declarada como Bien de Interés Cultural y las instituciones son sensibles y nos apoyan, pero no contamos todavía con un título que podamos ofrecer a los alumnos.

- Entonces, enseñan a construir instrumentos musicales antiguos.

- Recibimos alumnos que vienen de todo el mundo a aprender, pero, además de aprender, tienen que disponer de un título que les acredite que han aprendido a construir instrumentos. En Francia, en Italia, en México, en Bogotá o en Gante sí existen escuelas oficiales de formación.

- ¿Qué importancia tuvo Aragón en la violería medieval?

- Aragón fue una potencia en la construcción de instrumentos musicales en los siglos XV y XVI. Zaragoza fue la ciudad donde más violeros activos hubo en el final de la Edad Media y el principio del Renacimiento. Existen 36 nombres documentados de constructores en una ciudad que tenía poco más de 18.000 habitantes. Había un barrio entero dedicado a la violería, donde se sitúa ahora la calle Fustería, en la Magdalena, donde trabajaban una veintena de violeeros mudéjares.

- Desde luego, en los colegios no es algo que se enseñe.

- Le damos mucha importancia a algunas manifestaciones artísticas, a las que llamamos artes mayores: pintura, escultura, arquitectura… Pero es que la violería también es un arte mayor. Un instrumento es mucho más que la herramienta del músico.

- Y usted ¿cómo empezó a construir instrumentos?

- Mi primer instrumento lo hice de niño, con ocho años. Fue un violín que construí a partir de una guitarra rota que teníamos en casa. Fue entonces cuando se despertó en mí la afición. Lo he hecho toda la vida, aunque es muy difícil dedicarse sólo a esto.

- ¿Aprendió solo?

- Empecé yo solo y, prácticamente, me lo inventé todo. No tenía modelos ni había visto nunca un violín de verdad, sólo en revistas o en libros. Después, tuve la suerte de mantener conversaciones telefónicas con un lutier polaco, un monje que vivía en León, que me explicaba cosas. Pero he sido autodidacta y esto es lo que nos ha pasado a mucha gente: no hemos podido aprender.

- ¿No tiene algo de místico esto de construir instrumentos?

- Construir un instrumento es una de las cosas más maravillosas que puede hacer un ser humano. Y eso sólo se sabe después de haberlo construido. Dicho así puede parecer una exageración, pero cualquier alumno te dirá lo mismo. Para construir un instrumento hace falta tener cierta sensibilidad, y no es necesario ser músico: una intuición especial para saber qué respuesta tendrá una vez terminado. Además, hay que adaptarlo a las necesidades del músico: unos te piden que el instrumento llore, otros que sea rico en armónicos...