Catedrático de Historia Contemporánea y profesor emérito de la Universidad de Zaragoza y director de la Institución Fernando el Católico. Sus discípulos acaban de dedicarle un libro coral a propósito de su trabajo, de 50 años historia.

--Acaba de ser objeto de un libro homenaje, ‘Carlos Forcadell. A propósito de la Historia’, coordinado por Carmen Frías, Pedro Rújula y Alberto Sabio.

--Los tres tienen en común que son discípulos míos y a los tres les dirigí la tesis. Además, todos se quedaron como profesores de Historia Contemporánea, que es mi ámbito, dos de ellos como catedráticos. Yo me jubilé en el 2016 y pasé a ser profesor emérito de la Universidad de Zaragoza. Y ellos decidieron hacer unas jornadas, de alumnos de distintas generaciones en torno a mi trayectoria. El libro está elaborado con los textos de las jornadas y es un grato reconocimiento. Produce una cierta sensación de que, 50 años después de empezar a dar clase, uno no lo ha debido hacer tan mal…

--Dicen sus alumnos de usted que ha sido un docente comprometido. ¿De dónde nace esa pasión por la historia?

--Me matriculé en Derecho; había cierta tradición familiar. Y la facultad de Letras estaba al lado, así que me matriculé también en Filosofía y Letras. En un momento dado, pensé que lo que me contaban allí me interesaban más. Las profesiones se construyen a través de experiencias. Uno no sale del cascarón diciendo: «¡quiero ser aviador!». Aunque era una universidad franquista y algunas cosas se contaban a su manera, había profesores que generaban gran capacidad de atracción. Y luego tuve el privilegio de contar con José Carreras como maestro... Y de lograr una beca del Gobierno alemán. Para alguien de mi generación eso fue toda una experiencia. El París post 68, a la universidad radicalizada europea. ¡Era un mundo muy distinto!

--En esos años participó en la creación de ‘Andalán’, una aventura apasionante.

--Cuando se creó 'Andalán' éramos veinteañeros... En ese germen había gente mayor que yo y muy conocida: Labordeta, Eloy Fernández Clemente.... Fue otro gran proceso de aprendizaje. De los primeros números recuerdo recortar tiras y llevar cosas a la imprenta. Lo que sería la opción democrática se articula a través de este periódico… Los mismos que nos encontrábamos en los consejos de redacción los lunes en la calle San Jorge, nos acabábamos viendo los martes en la Junta Democrática o dando clases en la facultad. Era un momento en el que hacía falta una prensa más libre, una política editorial, el momento de los cantautores… Coincidimos allí periodistas y profesores. La lógica de unos era diferente a la de otros y eso creaba tensiones (risas)...

--Entre sus estudios, hay algunos relacionados con la prensa...

--Con Eloy hicimos una Historia de la prensa aragonesa, desde el siglo XIX hasta mediados del XX. Es una obra que está llena de errores, pero no ha sido sustituida todavía. Era un instrumentos y ese instrumento ha sido muy utilizado. Pero, básicamente, yo he sido un historiador de los movimientos sociales, de la cultura... Cuando yo entré en la universidad, la historia que se explicaba llegaba hasta el siglo XVIII.

--Cuando llegó a la universidad, se vivía un momento de cambio. Dicen de usted que conseguía que los alumnos fueran a la biblioteca no a estudiar, sino a buscar libros.

--Yo había padecido una enseñanza memorística. En esa generación de profesores y alumnos recayó la tarea de hacer esa transición y renovación pedagógica. Había que hacer clases participativas. Y el alumnado se inclinaba por esas fórmulas nuevas.

--En su currículum figura su nombramiento como cronista de Zaragoza, en 2008.

--Sí, a mí me nombró Belloch. Pero pronto me di cuenta de que era una figura muy antigua. Cómo vas a ser cronista de una ciudad sobre la que tantos medios informan. No le vi sentido. De hecho, presenté una carta de dimisión, que no hicieron pública. Fui al despacho de Fernando Rivarés, cuando era consejero de Cultura, y le dije que no tenía sentido en el mundo actual. Y no sé dónde estará esa carta.

--Desde 2007, dirige la Institución Fernando el Católico (IFC).

--La IFC tiene un patrimonio cultural y bibliográfico del que no somos conscientes ni los que estamos ahí. Son 3.000 publicaciones desde su creación, en 1943. En nuestro plan editorial, hay 60 o 70 publicaciones al año. Comprendo que esto a la gente no le llega, pero tenemos obras que nos piden de universidades remotísimas, sobre El Criticón de Gracián, tres tomos sobre Los caprichos de Goya. Es una editorial pública, hemos invertido muchos esfuerzos en la página web y tenemos en red unas 1.800 publicaciones de consulta libre. Es llamativo saber que el libro más consultado en red son los Anales de Zurita.

--¿Qué le ha enseñado la historia?

--Enseña a comprender a las personas, en el pasado y en el presente. Y, en este mundo que vivimos, es crucial para armar a las generaciones jóvenes y que puedan defenderse de la posverdad.