De Robert Lewandowski uno puede esperar cualquier cosa cuando está dentro del área. Es uno de aquellos delanteros que serían capaces de rematar un contenedor de basura para meterlo dentro de una portería. Cuando se retorció en el aire para sacar la pierna izquierda y convertir un globo de Fermín en la mejor asistencia del mundo en el 2-1, preámbulo de su sentencia al Girona en el 3-1, toda tentación por discutir su intervención en el juego durante una hora dejó de tener sentido. Lewandowski, con sus 25 goles en la Liga a sus 36 años, llega donde nadie cuando huele la sangre. Y el Barça lo necesita más que nunca para convertir el arte en algo palpable.