Trump sigue saliendo detrás de la cortina y el auditorio se viene abajo. Trump sube las escaleras del estrado y todo el mundo le hace fotos. Trump promete volver a la Casa Blanca y el público parece querer llevarlo en volandas. El furor sigue intacto entre las bases republicanas siete años después de su entrada en política. A pesar de su derrota no aceptada, del asalto al Capitolio que alentó o de las numerosas investigaciones judiciales. O quizá gracias a eso: porque Trump ha convertido la adversidad en persecución contra él. Los líderes del Partido Republicano no se atreven a llevarle la contraria. Quien ha osado hacerlo ha perdido en las elecciones primarias. La última, su mayor enemiga interna: Liz Cheney, arrollada por una recién llegada apoyada por Trump.