Zaragoza ha disfrutado del buen tiempo durante el primer fin de semana completo sin estado de alarma en más de seis meses. El fin de las restricciones impuestas por la Moncloa implica la recuperación de la movilidad entre autonomías y que las noches sean algo más ruidosas que en las semanas anteriores. Y con todo ello ha aparecido un fenómeno que para muchos era cosa del pasado: el turismo.

«Hacía mucho que no se dejaban ver por aquí los turistas, sí», reía este domingo Laura Mateo, propietaria de la tienda de souvenirs El Torico en la calle Don Jaime I. Ella contaba que fue el sábado cuando más actividad se notó mientras que el domingo ya fue algo más tranquilo. «Ya era hora», espeta desde detrás de su mostrador.

«Tampoco podemos echar las campanas al vuelo. Es verdad que ayer (por el sábado) hubo un poquito más que estos días anteriores pero necesitamos que esto se vaya pasando, porque sino mala pinta tiene esto», comentaba la dueña de otra tienda de recuerdos, Fina Sánchez.

En frente, Lucía González, de La Seo Regalos, confirmaba la tendencia. «Sí, hay más gente de fuera, aunque tampoco compran mucho. Quiero pensar que iremos a mejor», decía la mujer, que también anunció que si el próximo fin de semana las expectativas son semejantes a las de este que se va, abrirá un pequeño quiosco que tiene en el pasaje del Ciclón en el que también vende recuerdos.

«Creo que con el nuevo tren ese de Ouigo puede llegar mucha gente de Madrid y Barcelona. Esa es mi esperanza», aseguraba también la vendedora.

A pie de calle se vio mucho movimiento aunque en algunos momentos la brisa se convirtió en viento y eso espantó a algunos viandantes. ¿Turistas? Eran difícil de distinguir, aunque los grupos de visitas guiadas recorriendo la plaza del Pilar eran un indicativo de que allí estaban.

Tomando algo junto a unos amigos había un posible visitante. Henry Brown, se llamaba, pero no, no procedía de las islas Británicas. Era de Pamplona y había aprovechado la apertura de las comunidades para visitar a unos amigos.

También en una mesa, o más bien en dos por aquello de las limitaciones covid, comía una familia conformada por zaragozanos y castellanoleoneses. «Vivimos en Aranda de Duero, en Brugos, y hemos venido en cuanto hemos podido para ver a mi hermano, que vive aquí», explicaba una mujer rodeada por tres niños, llamada María José Clemente. «Llevábamos desde octubre sin venir pero vamos, lo primero que hemos hecho no ha sido visitar nada. Nos hemos sentado en una terraza y aquí estamos de cañas. Hay que aprovechar que esta noche nos volvemos», comentaba risueña la mujer. Los reencuentros vuelven. Y la alegría, poco a poco, también.