La manifestación del orgullo LGTBI recorrió este lunes de nuevo las calles de Zaragoza después de que, el año pasado, el covid impidiese la celebración de ningún acto. Según fuentes policiales, la marcha congregó a unos 1.000 asistentes, aunque a pie de calle parecieron bastantes más y con todas, el color, la alegría, la protesta y la lucha regresaron a la capital aragonesa.

Dos batucadas fueron las encargadas de poner ritmo al asunto y, además de la típica arcoíris, ondearon también muchas banderas trans (azul, rosa y blanca) y otras tantas del género no binario (amarilla, blanca, morada y negra). Se sabía ayer que era un día importante para estos colectivos pues la ley trans que el Ministerio de Igualdad pretende aprobar inicialmente hoy les concede derechos hasta ahora negados.

En el manifiesto final, que se leyó en una plaza del Pilar repleta, se recordó que las personas trans y racializadas fueron la punta de lanza de las primeras marchas para defender los derechos del colectivo en su conjunto. «Fueron ellas también las que lucharon contra la pandemia del VIH, ayudando a muchas personas. Y lucharon no solo contra el virus sino también contra el estigma», se pudo escuchar.

Por ello, y para que las personas trans «puedan usar su nombre, con el que se identifican», las peticiones iban encaminadas a meter prisa al ministerio de Irene Montero y a exigir que no ceda a las presiones del PSOE, con Carmen Calvo a la cabeza.

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La de ayer, según los asistentes, fue una de las marchas por el orgullo LGTBI más numerosas que se recuerdan en Zaragoza, puesto que la primera, que tuvo lugar en el año 2000, no juntó a más de 50 personas. Con el tiempo, más y más gente (y más jóvenes cada vez) se han unido a esta protesta llena de color y alegría .

No obstante, la fiesta ayer no pudo alargarse mucho, ya que los bares de la calle Fita, muchos de ellos de ambiente, recibieron ayer un aviso de la compañía eléctrica avisándoles que iban a cortarles la luz de 00.00 a 3.00 horas por unos trabajos de mantenimiento en el cableado. «Esto no es casualidad», se escuchó.