De cachorros, cuando los perros parecen más peluches que otra cosa, sus orines en casa hasta son graciosos. Pequeños, inocentes, de un animal torpe que está descubriendo el mundo. Todo cambia cuando entran en la pubertad, empiezan a salirles los dientes y comienzan a morder (la mayoría, no todos) sin control cualquier cosa que se encuentran por casa, a marcar y a ladrar. Entonces dejan de ser esos peluches amorosos para convertirse en lo que son, en perros, con sus necesidades y con un comportamiento que, de no ser educado, puede ser complicado.

El resultado es que muchas familias se ven superadas y acaban renunciado a su mascota. O peor aún, las abandonan. Así lo resume la veterinaria del Centro Municipal de Protección Animal (CMPA) de Zaragoza, María Jesús Ramírez, que confirma que la mayoría de los perros que llegan tienen entre seis y 12 meses. Este año han sido 224.

«Al principio todo es muy bonito, pero los animales deben ser educados y hay que perder tiempo para hacerlo. Uno de los errores que se cometen es pensar que un perro no te quita tiempo», explica. «Son animales, hay que sacarlos a pasear, a que corran, a jueguen con otros perros y se relacionen», añade. Sin olvidar que exigen un gran desembolso económico entre visitas al veterinario, vacunas y piensos y, además, una importante inversión del tiempo. «Tener un perro exige tiempo y mucha gente no está dispuesta a sacrificarlo por un can», lamenta.

En cuanto a los gustos de las familias que acuden al centro para adoptar, Ramírez explica que lo que más se buscan son hembras, de tamaño mediano, pelo largo y claro. Según dice, porque creen que proyectan una imagen más cercana y dan menos miedo «porque a los de tono oscuro se les ven más los dientes».

«La gente tiene tendencia a elegir perros que gesticulan mucho porque resultan más simpáticos y aquellos que por su raza y musculatura lo hacen menos, o porque son más introvertidos, acaban pasando desapercibidos y más tiempo en el centro».