«Lo primero que hay que saber es que aunque haya restos que no se conserven no significa que no sean importantes o que no se estudien. Las decisiones se adoptan siempre después de haberlos analizados y documentado, después de conocer la historia que hay detrás». Es la reflexión de Javier Andreu, responsable científico de las excavaciones en la ciudad romana de Los Bañales de Uncastillo, en las Cinco Villas, y director del Diploma de Arqueología de la Universidad de Navarra.

En las urbes superpuestas, es decir, en las ciudades modernas construidas sobre otras más antiguas, como sucede en Zaragoza, es muy habitual que aparezcan restos arqueológicos y es imposible que todos se conserven. «Lo importante es encontrar las soluciones para preservar estos hallazgos y conciliar el crecimiento de la ciudad», explica Andreu, que asegura que las administraciones públicas tienen la obligación de permitir a la sociedad que disfrute del conocimiento y del patrimonio cultural. El problema, continúa, es que los restos del pasado muchas veces se han entendido como un impedimento o un obstáculo en lugar de como una fuente de conocimiento que puede hacerse visible o quedarse solo como un descubrimiento histórico.

Es lo que ha sucedido en numerosas ocasiones. La última en la plaza Santa Engracia de Zaragoza, donde se encontraron restos de un antiguo convento y un cuartel que se encontraban en el entorno, que fueron protegidos y cubiertos y que ahora se encuentran bajo las baldosas de la explanada. Pero esto no significa que el pasado se haya borrado.

El responsable de las excavaciones en la ciudad romana de Los Bañales asegura que actualmente existen técnicas que permiten documentar los hallazgos de otras épocas «casi al milímetro» para que se pueda aprender del pasado.

A la hora de decidir sobre el futuro de los descubrimientos considera que hay tres aspectos de gran relevancia: si son exclusivos, si se pueden documentar con garantías y si el interés del proyecto que hay detrás es más importante.

«Para apostar por la conservación es muy importante tener en cuenta si esos restos son históricos, únicos y exclusivos», explica. Sucedió, por ejemplo, con el foro romano, en la plaza de La Seo. «No eran muy vistosos pero no se conocían este tipo de restos así que se apostó por conservar su carga histórica, que era de primer nivel», explica. No sucedió lo mismo con el arrabal islámico del paseo Independencia, «que se eliminó», matiza.

Para Andreu también hay que sopesar las garantías de que pueda realizarse una intervención integral. «El proceso de documentación debe ser exhaustivo para que, una vez que se destruya, no se pierda esa parte de la historia», comenta.

Otra de las premisas tiene que ver con el interés social del proyecto que va a realizarse sobre un descubrimiento. Siguiendo con la idea de que el pasado no debe impedir el desarrollo de las ciudades, para este experto es comprensible que en algunas ocasiones prime el futuro. «Hay fines sociales que justifican la pérdida del patrimonio», aunque con límites.

«El pasado no es un obstáculo y encontrar restos arqueológicos supone abrir una nueva página de la historia», reflexiona Andreu, que asegura que en Zaragoza se han respetado los hallazgos, aunque admite que ha habido «episodios controvertidos».

En su opinión, conservar el pasado no solo es bueno por lo que significa, por su valor, también lo es porque es una fuente de ingresos para las ciudades. Se refiere al turismo cultural y de eso Zaragoza sabe mucho. Tanto que hay una ruta por la antigua Caesaraugusta que empieza en las muralla romanas.