Hubo un tiempo en el que el zaragozano barrio de San Pablo se puso de moda. Las Armas se convirtió en un punto de referencia los fines de semana con los mercadillos, actividades y actuaciones musicales por doquier. El centro de la ciudad se ensanchó pero llegó la pandemia y de aquello ya no queda nada. Hoy los vecinos se dividen entre los que echan de menos aquel murmullo constante y la gente por las calles y los que disfrutan de la paz que otorga el silencio.

Y es que el de Las Armas, en el corazón del Gancho, siempre fue un proyecto debatido, como todavía hoy demuestran los carteles en algunos balcones pidiendo fin al ruido en la plaza Mariano de Cavia. Había y hay asociaciones de vecinos a favor y en contra y partidos políticos a favor y en contra. Pero a pie de calle la discusión es menos visceral: «Ni tanto ni tan calvo», dice una vecina. Llegó a haber tres mercadillos al mes. «Con uno hubiera bastado», aclara.

Hoy el bar de Las Armas está cerrado. El centro de música también. En sus paredes se anuncian aún los conciertos que iba a haber en marzo de 2020. La plaza, a pesar de ser fin de semana, solo aloja a un par de paseantes. Los escenarios en los que en el pasado actuaron grandes de la música como Kase.O, Crystal Fighters, Loquillo, Nacho Vegas y Dorian, entre otros muchos, están despejados. La madera luce vieja y astillada. Los grafitis y pintadas en las paredes, que antes pasaban desapercibidos entre la muchedumbre, hoy cobran protagonismo y aportan fealdad y un aire descuidado. Los parterres no tienen hierba. Ya nadie que no sea del Gancho pasea por sus calles.

El centro de música de Las Armas ya no organiza conciertos. ÁNGEL DE CASTRO

«¿Qué prefiero, lo de antes o lo de ahora? Es una mezcla. Estaba muy bien porque había animación. Pero como contrapartida había más jaleo. Pero vamos, yo tengo un recuerdo positivo. Me gustaba. Aun así, este barrio sigue teniendo mucha vida y es muy agradable. Yo vivo aquí muy a gusto aunque tiene sus cosas. Todos lo sabemos», explica una vecina, Elvira, mientras pasea a su gato y este yace tumbado disfrutando de la ausencia de humanos.

Sobre una de las paredes en la zona en la que se instalaba parte del mercadillo trabajaba este sábado un operario. «Estoy tapando los grafitis. Le damos una capa de cemento aguado y pintura blanca, aunque no sé si hubiera sido mejor que fuera gris. Tapa más», explicaba. La zona está llena de rayujos y algunos muros se deshacen al pasar la brocha porque la humedad los ha debilitado.

El solar del circo social, en el que antes de la pandemia unos contenedores de mercancía pintados en rojo y turquesa hacían las delicias de todos los zaragozanos con Instagram, está hoy vacío. Con el covid cayó en desuso y unos okupas se hicieron con el espacio, por lo que el ayuntamiento les desalojó y limpió todo el espacio.

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Los comerciantes de la zona no pasan por su mejor momento. «Aguantar en el barrio es complicado. Desde que el centro de música y el bar cerrase se ha notado mucho. Atraían a mucha gente. Y los mercadillos también», asegura la dueña de un negocio del entorno, que prefiere no decir su nombre. «Yo soy de fuera y cuando mi familia viene a Zaragoza no entienden cómo el Casco Histórico puede estar tan deteriorado. Y ahora, como no viene gente de fuera del barrio el ayuntamiento está menos pendiente y hay más problemas de okupación y limpieza». Su objetivo, de todas formas, no es quejarse. Quiere mucho al Gancho, dice.

«No necesito que esto se llene de tiendas chachis y súper modernas. No quiero que esto sea el Soho. Quiero que sea un barrio normal, pero un barrio al que la gente no tenga miedo de venir a partir de las ocho de la tarde y en el que no me encuentre basura en la puerta de la tienda caza vez que abro», zanja la comerciante anónima.