Pisos de 30 metros cuadrados, lujosos chalets con amplias zonas verdes, habitaciones de hoteles o las casas rurales tan demandas últimamente. Pero, ¿cómo se convive en un cámping? Carlos Capapé, 51 años, reside en el de Zaragoza desde hace varios meses. Después de treinta años trabajando en el sector de la construcción como albañil y encargado de obra se encuentra en el paro. A pesar de ello, él es feliz: «Quería vivir de espartano y me vine a aquí. La vida es cómoda y tranquila, vivo a mi aire. A partir de que cruzas la puerta para salir ya hay nerviosismo y caos».

Capapé añade que todavía sería «más feliz» si consiguiera «encontrar un puesto de empleo», aunque valora con mucho cariño sus meses de estancia en este recinto: «Para mí ha sido el renacer, como volver a nacer, he vuelto a ser yo. He ayudado a todo el mundo que he podido».

Además, ha aprovechado su dilatada experiencia en la construcción para acomodarse en un bonito y curioso bastión que acompaña su caravana. Sin duda, algo que hace más cómoda su estancia, aunque lo que más valora es la convivencia con los visitantes: «Hace unos días estuve echando unas cervezas con un profesor de Educación Física de Playa de Aro. El lunes coincidí con un matrimonio de Córdoba que hizo noche en Zaragoza para marchar al Tour de Francia. Eso es lo bonito». Precisamente, este obrero de profesión destaca que durante los últimos meses ve turistas nacionales «a borbotones», aunque también a «turistas europeos» que pernoctan durante una o dos noches, «sobre todo holandeses y alemanes».

Su marcada personalidad es uno de los éxitos para sentirse tan a gusto en este espacio, por lo que él mismo subraya la importancia de «tener la mente abierta» para llevar ese estilo de vida: «Es mi filosofía, no la del cámping. La convivencia y el país lo hacemos nosotros». También tiene palabras para el virus que nos acompaña desde el año pasado: «El covid ha sido muy triste, la gente se ha vuelto muy desconfiada del prójimo».

Si algún pero puede poner Carlos al cámping es la comunicación de la red autobuses de Zaragoza para llegar hasta la instalación: «No es la mejor, pero ya no por el tema de las frecuencias, sino porque no hay un bus directo que llegue hasta aquí». Respecto a la dotación de servicios en las proximidades, se muestra satisfecho: «está bien porque tenemos supermercados como el Mercadona y el Alcampo bastante cerca. También los bares, para desconectar y alternar con gente».

Laura Torres, de 52 años, acabó en este complejo en octubre tras no poder hacer frente a los pagos mensuales de alquiler: «Es muy difícil cumplir los requisitos para estar de alquiler, los precios son muy caros y me quedaré aquí hasta que tenga la posibilidad de acumular dinero», explica.

Laura Torres junto a la puerta que da acceso al bungalow en el que reside. ÁNGEL DE CASTRO

Diferentes motivaciones

Torres ha sido una de las damnificadas de la pandemia tras ser despedida de su puesto de camarera en un establecimiento de Zaragoza. Al cámping llegó acompañada de sus tres hijos y su nieta, motivo por el cual señala que «se hace mucha familia». Laura interpreta su estancia allí como una lección de vida pero, sobre todo, de aprendizaje: «No me he ido todavía, pero estoy segura de que van a ser recuerdos inolvidables porque me ha enseñado a no derrochar tanto y guardar un poquito más». Torres asume la situación que le está tocando vivir con naturalidad y, ni mucho menos, le invade el pesimismo: «El mundo es bonito por los cambios. Nunca habría pensado que terminaría aquí, pero por lo menos doy gracias a Dios por tener la suerte de estar bajo un techo y poder dar de comer a mi familia». Respecto a las instalaciones, también destaca la «tranquilidad» y «seguridad» para sus niños, además del cumplimiento de las medidas sanitarias frente al covid: «Estamos muy concienciados».

No todos llegan a El Gracijo, nombre por el que también se conoce a la finca, por motivos de dificultad económica. Es el caso de Blanca Ponce, que permanecerá dos meses (junio y julio) debido a «los trabajos de reforma» en su piso. «Es lo más rápido y, también, lo más económico», comenta sobre los motivos que le llevaron allí. Blanca no llegó sola, sino que está acompañada por sus dos hijos pequeños, quienes pueden disfrutar de tantos metros de superficie: «Es genial porque cuentan con un espacio amplio donde jugar». Sin embargo, lamenta no poder aprovecharse del servicio de la piscina. «Es un fallo que estén abiertas todas las piscinas municipales menos esta», lamenta.

Así, este recinto acoge a personas muy diferentes, cada una de ellas con su historia y vivencias personales. A Carlos, Laura y Blanca les han llevado distintos motivos hasta allí, pero si algo comparten es, indudablemente, el cariño hacia un emplazamiento donde ha transcurrido una época difícil para el mundo. La del covid. Para ellos será la era del covid en el cámping.