Hubo un momento en el que todo lo que teníamos cabía en este armario. Ahora la puerta no se puede abrir bien porque está todo lleno de cosas. Mira, aquí tengo una caja vacía de Microsoft Word. ¿Qué hago? ¿La tiro? Pues no, me da pena». Habla el profesor Eduardo Mena, encargado de gestionar el Museo de Informática Histórica de la Universidad de Zaragoza, situado en el edificio Ada Byron del campus Río Ebro. En el sótano, donde Mena admite pasarse un pelín de nostálgico por no querer deshacerse de ciertos «trastos», tiene su base de operaciones. Allí decide si lo que le llega y le donan le sirve y si le puede hacer hueco en la exposición, que está en las plantas superiores. «Tengo más de 4.000 chismes, pero está todo catalogado. Mira, aquí tengo disquetes. Y aquí ratones. Nunca sabes si lo que te dan, por ejemplo, estos floppies, son los últimos que te llegan», cuenta.

Una joven mira una de las zonas del museo, la de ordenadores domésticos. | ÁNGEL DE CASTRO

Mena es profesor titular del departamento de Informática e Ingeniería de Sistemas de la Universidad de Zaragoza pero además es también miembro de la asociación RetroaAcción, como bien luce en la mascarilla que porta, una entidad a través de la cual hace el papel de director de este museo, que se comenzó siendo una exposición en 2003 en los pasillos de la facultad con motivo del décimo aniversario de los estudios de Ingeniería Informática en el campus aragonés. «Se compraron unas vitrinas y se dejó allí todo dentro y no se tocó en un tiempo», explica Mena refiriéndose a sus queridos aparatos.

Fue ya en 2008 cuando RetroAcción se convirtió en el gestor técnico de la exposición, que ya entonces pasó a considerarse un museo. Y en 2015 proyectaron una ampliación que se hizo realidad en 2019. Desde entonces, las vitrinas y objetos expuestos ocupan tres plantas en el Ada Byron. Ahora, para visitarlo, no hay más que acercarse al edificio. «La gente parece que tiene miedo a entrar por ser la universidad, pero esto es público, no te van a pedir un carnet de estudiante», dice Mena, que admite también que el museo es «bastante desconocido». «Los alumnos lo ven porque se topan con él al salir de clase, pero fuera de aquí no se conoce mucho», lamenta. Además de ir por libre se puede hacer una visita guiada con él o por otro compañero suyo siempre que se le avise.

Ordenador portátil que estuvo en una cumbre en 1985 entre Gorvachov y Reagan. ÁNGEL DE CASTRO

Todo lo que enseña este museo es imposible de resumir en pocas líneas, ni siquiera en una página. La muestra está organizada por zonas entre las que destacan la de los ordenadores portables, que no portátiles al principio –«si te ponías esto encima de las rodillas con lo que pesa acabas en el traumatólogo», dice Mena señalando una especie de maletín que no es sino una computadora–; otra área de PCs, donde llama la atención el primer modelo de IBM, cuyo sistema operativo, el MS-Dos, es el origen de la fortuna de Bill Gates; una zona de videojuegos y consolas antiguas; y otra zona dedicada a Apple, con los primeros Macintosh y el primer iMac.

Todos los objetos, que llaman la atención por su tamaño si los comparamos con los actuales, vienen acompañados además por mil y una historias que Mena explica con pasión. En la muestra hay un ordenador portátil que estuvo en una cumbre entre Reagan y Gorvachov en Ginebra en 1985 y una calculadora Atari que apareció en Terminator 2. También hay Spectrums, el primer ordenador que muchos tuvieron en sus casas, o grandes máquinas que ocupan habitaciones enteras y que «en los 90 movían el mundo», por ser las computadoras y servidores que gestionaban las transacciones bancarias, entre otras operaciones, y cuya evolución es lo que Amazon va a traer a Aragón por cientos a sus centros de datos.

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«Estos son de los 90 y todos prácticamente eran de IBM. Estos ordenadores -dice refiriéndose a un grupo de enormes cajas beiges- están preparados para encenderse, no fallar nunca y no apagarse nunca, y esto normalmente ni se compraba, se alquilaba. Y para encenderlo no es darle al botón de on y ya va. Tienes que tirarte toda la mañana con un libro bien gordo y dándole comandos desde este teclado para que se ponga en marcha. Eso sí, no volverás a apagarlo igual en 30 años. Lo donó hace 10 años una empresa y estuvo funcionando hasta entonces. Cuando la trajimos aquí nos planteamos si encenderla y hasta localizamos a un jubilado de IBM para ponerlo en marcha pero lo que pasa es que necesitaríamos un suelo técnico preparado, tiene un enchufe trifásico, que no sé qué es pero seguro que dejamos sin luz a todo el Actur... Y luego si lo enchufas, ¿luego qué? Así que lo dejamos así», explica.

El museo está en constante expansión puesto que la tecnología, con el paso de los años, se queda antigua y pasa a ser enseñable. «Muchos jóvenes miran estos cacharros, que yo he usado algunos, y nos preguntan cómo nos conformábamos con eso y que cómo nos divertíamos. Yo les digo que llegará un momento en el que a ellos les pregunten que cómo llevaban este mostrenco en los bolsillos (refiriéndose al móvil) y entonces se les pondrá cara de tontos», ríe.