Qué paradojas tiene la vida que mientras el Ebro se va acercando poco a poco al casco urbano de Novillas, los más pequeños del pueblo juegan en el parque como si nada. Sin ser conscientes de que el agua se acerca hacía la zona infantil y que por eso hay tantos corrillos a su alrededor.

En Novillas, el primer municipio de Aragón en sufrir los efectos de las avenidas, todos miran al Ebro. «Somos los vigilantes de la playa», dice entre risas Ángel Cabestre. Es uno de los tantos que ayer se dedicó a observar cómo pellizco a pellizco el agua iba acercándose al pueblo. Su casa está en primera línea y en 2015 el agua alcanzó el medio metro de alto en su salón. «La de libros que tuve que tirar», recuerda.

Así que este año ha sido previsor y ha colocado en zonas altas todos los enseres de valor, además de una retahíla de botes de conserva en la encimera de la cocina. «Hambre no pasaré», bromea mientras enseña la tajadera que tiene preparada en la puerta para ponerle todos los impedimentos posibles del Ebro.

Efectivos de la UME reforzando la mota en Novillas. ÁNGEL DE CASTRO

El día de ayer era uno de esos en los que unos y otros intercambian batallitas. Jesús Irún, otro lugareño de los de toda la vida, señalaba una y otra vez en la pared del antiguo lavadero de Novillas las placas que marcan la altura que ha alcanzado el Ebro en las sucesivas riadas.

Además del histórico debate sobre la necesidad de limpiar el cauce y eliminar todas las islas naturales que se crean a lo largo de su recorrido, ayer se sumó otro en los corrillos: la mota. Entre los que dicen que está bien ubicada, se cuela alguno que asegura que la solución pasaría por retranquearla y acercarla al casco urbano para que el río ganase espacio, más zona inundable. «Nos evitaríamos muchos males», decía.

También hay otra teoría en este pequeño pueblo que implica a este enorme dique que los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) reforzaron durante todo el día. Hay una tajadera estropeada, con la compuerta levanta, lo que ha influido en que se haya ido colando el agua hasta inundar el campo de fútbol.

Uno de los muchos corrillos que se han creado este sábado en Novillas para hablar sobre la crecida del Ebro. ÁNGEL DE CASTRO

Al margen de las opiniones, ayer en Novillas había preocupación. En 2018 la mota logró contener al río pero pocos son los que confían en que este año vuelva a suceder.

Fernando Pascual es uno de los que lo piensa. Frente a un cartel en la entrada del pueblo que reza Río Ebro, limpieza o ruina total,  explica que en verano cruza este por debajo del puente andando. «Cuando está seco te puedes acercar y ver que hay restos de árboles, malezas y de todo, así es normal que se hagan tapones cuando se produce una riada. Hay que limpiar más el río», asegura Fernando, que recuerda que de pequeño retiraba la grava del río con su padre.