Coser y cantar, todo es empezar, dice el dicho popular. Y parece que algunos se lo han tomado al pide de la letra, por lo menos en lo que respecta a la primera frase de este refrán. En los últimos años la demanda de cursos para aprender costura y patronaje están viviendo un auge sin igual, que se ha traducido en la aparición de diversos locales y negocios en Zaragoza que se dedican a enseñar estas labores.

Victoria López es la propietaria de una escuela de patronaje, corte y confección en Zaragoza. Abrió su negocio hace 5 años pero «necesitaba un local más grande debido al aumento de la demanda», por lo que este verano se mudó de la calle Fueros de Aragón hasta la calle Carmen. «Desde siempre he estado vinculada con este mundo. Soy ingeniero técnico textil y me he dedicado muchos años a la enseñanza reglada, pero me picaba el gusanillo de montar algo así porque me di cuenta de que había mucha gente que quería aprender pero no había donde. Y la verdad es que en los últimos años el interés ha ido en aumento», explica.

Los motivos que están llevando a cada vez más gente a acercarse a esta tarea son variados, pero entre sus alumnos, López nota que la gente busca en estas labores una forma de desestresarse. «Es una forma de ocio, además de que te puedes hacer tu propia ropa. Trabajar con las manos te obliga a estar concentrado, por lo que te olvidas de todo lo demás», afirma esta profesional de las tijeras que, por cierto, en tiempos de covid humedece la punta de los hilos con gel hidroalcohólico, por aquello de no bajarse la mascarilla. «El año pasado, cuando todo estaba cerrado, mucha gente venía los fines de semana. Los talleres estaban llenos porque la gente quería salir de casa y no había dónde, pero siempre hemos respetado las medidas de seguridad», cuenta.

Noemí Martínez es otra zaragozana que está empeñada en que saquemos los dedales de las cajas de galletas de mantequilla. Desde 2017 gestiona una página web, La voz de las costureras, en la que difunde contenidos relacionados con el mundillo textil, principalmente entrevistas con miembros reconocidos de este gremio. «Sí, en los últimos años hay un mayor interés por parte de la gente», sentencia.

Una joven diseñando una prenda de ropa. ÁNGEL DE CASTRO

Martínez decidió estrenar su ventana digital después de ser madre, pues entonces le vinieron a la mente los recuerdos de las mujeres de su familia, juntas y felices cosiendo y creando. «Quería demostrar que las labores no son algo propio de las marujas, como se ha querido hacer ver históricamente. Para mí en tiempos era una cuestión de sororidad. Las mujeres se juntaban al final del día después de un duro día de trabajo para hacer cosas bonitas», afirma.

Martínez apunta, además, que la costura gusta entre los millennials y los zeta porque les devuelve al mundo terrenal. «Para la gente joven la creación es un placer. Poder diseñar tu propia ropa con tus propias manos en una época en la que todo es digital, etéreo e intangible te acerca a la Tierra. Y además puedes vestir tus diseños», dice.

Coincide con ella Victoria López. «Puede que ya no salga más barato hacerte tu propia ropa, porque no se puede competir con Inditex. Pero si quieres hacerte algo especial, a tu gusto y con tu talla, sigue saliendo mejor», señala.

El gusto por la costura ha crecido casi al mismo tiempo que el gusto por la cocina y en este punto hay dos factores que también han influido en este fenómeno: los programas de televisión y el confinamiento. Masterchef (TVE) en emisión desde 2013 en el ámbito culinario y Maestros de la Costura (también TVE), que estrenará pronto su quinta edición, así como la novela (y después serie de televisión) El tiempo entre costuras han relanzado el gusto por estas labores ancestrales y que cada vez están más en boga en el mundo moderno. Por otro lado, los meses de encierro en 2020 dispararon la venta de máquinas de coser y de levadura. Teníamos tiempo y necesitábamos distracción.

Una profesora ayuda a un joven a tomarse medidas para hacerse un pantalón. ÁNGEL DE CASTRO

«En los últimos años sí que se ha desprejuiciado mucho la costura», opina López, aunque tanto ella como Martínez subrayan una falta: los hombres –por lo menos los heteronormativos, apunta Noemí– apenas se acercan al arte de coserse su propia ropa. «Eso sí, edades no hay. Yo tengo talleres de niños desde 7 años. Ahora veis a un grupo de adolescentes y también vienen jubiladas», dice López, que además de una titulación propia (no homologada) imparte talleres semanales que duran todo un curso pero también puntuales sobre cuestiones concretas.

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Mario (19 años) y Daniel (17) son dos de los alumnos que asisten a los talleres de Victoria. Ambos afirman que hace un tiempo podrían existir más prejuicios, pero que se han ido difuminando. Ambos, además, tampoco reparan mucho en ello y lo tienen claro: quieren dedicarse a la moda. «A mí lo que me hace ilusión es que la gente lleve mis diseños. Me gusta verlos en otros», dice el mayor de los dos antes de ponerse a hacer un pantalón, la tarea de este trimestre. Daniel, por su parte, cuenta que le han preguntado alguna vez que de dónde eran las prendas que vestía. La respuesta: suyas al 100%. «Mola decirlo», reconoce.

En Zaragoza, son muchas otras las mujeres que se dedican a la divulgación y enseñanza de la costura. Está Sol Lasierra, una influencer local con 6.000 seguidores en Instagram, Alfiler de Gancho, el taller Monalita, en la calle Mayor, además de, por supuesto, todas las mercerías que llevan décadas sirviendo a sus clientes en los barrios de la capital aragonesa. Sus dependientas son testigo del paso del tiempo y, por suerte, parece que esta historia, puntada a puntada, seguirá tejiéndose.