Zaragoza brilló más que nunca en el verano de 2008. La ciudad acogió entonces la Expo Universal del Agua, un evento que transformó la ciudad y convirtió el meandro de Ranillas en el centro del mundo por unos meses. Todo fue esplendor y memorable, aunque parece que el olvido está ganando la batalla. Darse un paseo hoy por el recinto de la Expo, más allá del bullicio de los edificios en uso, no es apto para los nostálgicos. Ni tampoco para los que para pasear buscan entornos cuidados y apacibles.

No hay más que rodear los ahora famosos cacahuetes, donde el Gobierno de Aragón quiere construir viviendas para jóvenes. Por la parte trasera, la parte que da al río, la falta de mantenimiento convierte el lugar en el escenario perfecto para una película de zombies. Y si el cierzo despeja el lugar de paseantes directamente se convierte en una zona de exclusión. El tiempo se ha congelado y nadie ha hecho nada para evitar los efectos del paso de los años.

Por orden. Iniciando el paseo por la zona este, donde están los juzgados, lo primero que llama la atención es el antiguo pabellón de Aragón. Está abandonado, se sabe. Pero lo que salta a los ojos son los grafitis que decoran de la peor forma posible los tres grandes pies de hormigón sobre los que se sostiene el edificio. Para más inri, estas paredes pintarrajeadas están justo en frente del acceso al salón de bodas civiles, por lo que son un estupendo photocall para las parejas más macarras. Al resto de novios y novias puede que no les haga tanta gracia.

Grafitis en el pabellón de Aragón, lo primero que ven los novios al salir del salón de bodas civiles de los juzgados. EL PERIÓDICO

Contrasta el edificio con el de los nuevos juzgados. Rehabilitada y acristalada, la moderna construcción no casa con otro emblemático pabellón de la Expo 2008, el de España. Sus decenas de columnas se alejan de los viandantes mediante unas vallas de obra, que colocadas ahí hacen hincapié en la degradación del entorno y de la propia infraestructura.

Lo único que se salva del conjunto son los parterres y las zonas verdes. En su mayoría están bien cuidadas: la hierba no tiene calvas, luce verde y los árboles crecen lozanos. Pero poco más. Los bancos están agrietados y decolorados por el sol y los monumentos son ahora odas a la dejadez más que expresiones artísticas.

Pocos paseantes se atreven a sentarse en los que un día fueron unos bonitos bancos. EL PERIÓDICO

El mejor ejemplo puede que sea una fuente que se levanta varios metros del suelo y que un día estuvo adornada con un original mosaico diseñado por el grupo Eboy, expertos en arte digital. Hoy, los cachos de lo que un día fue una obra de arte se amontonan en el suelo. Y, de nuevo, unas vallas colocadas alrededor de la fuente dejan claro, por si alguno no se había dado cuenta, que hace tiempo que nadie con responsabilidad se preocupa por la imagen de degradación que ofrece hoy la Expo.

Ocurre lo mismo con todos los bancos que se amontonan a lo largo de la ribera. Originalmente estaban cubiertos con una especie de azulejos. Actualmente, esas baldosas están rotas y los metales oxidados. Pocos se atreven a sentarse.

Fuente con un mosaico de arte digital al que se le han caído buena parte de las teselas. EL PERIÓDICO

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El paseo termina en los tres cubos gigantes colocados frente a la salida del Pabellón Puente -en obras- y frente al palacio de Congresos, uno de los pocos edificios que siguen deslumbrando a pesar del paso del tiempo. Ahí mismo, eso sí, hay una fuente en la que la mitad de sus baldosas de pizarra están rotas y levantadas.

2008 fue el año de la Zaragoza mundial. Pero si Fluvi levantara hoy la cabeza se encontraría una escena que se aleja mucho de la inyección de autoestima que supuso la Expo. Los cacahuetes serán viviendas, pero hace falta más para recuperar el meandro de Ranillas.