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Bonsáis en Zaragoza: el arte del cariño en minidosis

La Asociación Cultural Zaragoza Bonsái nació en los años 80 exhibe sus arbolitos cada vez que puede. Este fin de semana ha participado en el festival Zaragoza Florece

Vicente Sánchez, a la derecha, mostrando uno de los ejemplares de bonsái que se han expuesto estos días en el Parque Grande José Antonio Labordeta. ANDREEA VORNICU

Allá por 1987 nació en la capital aragonesa la Asociación Cultural Zaragoza Bonsái, una entidad de amantes de los arbolitos que desde entonces lleva divulgando este arte de origen japonés en nuestra comunidad. Y es que no, no fueron Felipe González ni su pasión por la jardinería los primeros en popularizar esta afición en nuestro país.

Vicente Sánchez es el presidente de la asociación, que estos días expone sus mejores ejemplares en el festival Zaragoza Florece, en el jardín botánico del Parque Grande José Antonio Labordeta. En la muestra tienen árboles que son muy reconocibles para la mayoría: olivos, olmos, un pino carrasco y hasta higueras. Pero el más grande de todos, a pesar de tener varias décadas de vida, no pasa de los 50 centímetros de alto.

«Este año queríamos traer árboles autóctonos, que la gente pueda relacionarlos con su entorno», explica Sánchez. Y eso es algo que sorprende a los que son ajenos a este mundo porque no, los bonsáis no son árboles pequeños de por sí, sino que es una técnica de cultivo. «Entrenamos a las plantas de tal forma que no crezcan mucho. Los árboles no tienen inteligencia, pero sí memoria, y si les podas muchas veces aprenden que tienen que sacar más hojas aunque sean más pequeñas», explica el presidente de la asociación.

Algunos bonsáis tienen décadas de antigüedad y valen miles de euros. ANDREEA VORNICU

Pero, ¿cuál es el secreto? «No hay. Como para todo, es importante la paciencia, el gusto y la dedicación. Hay que aprender, no tiene más misterio. Pero a todos se nos mueren los árboles. A mí se me acaba de morir un granado que llevaba 20 años conmigo. Y sí, da mucha pena», cuenta Sánchez.

Y es que una de las preguntas más habituales de los novatos en el arte de los bonsáis, o de los aficionados a la jardinería, es cómo recuperar plantas que empiezan a dar síntomas de no estar muy sanas. «Hay gente que los riega, los riega, los riega y es cuando los mata. Siempre les explico que es como si a una persona que le acaban de operar y está débil le das para comer una fabada. ¿Qué pasa? Que no le va a sentar bien. Pues lo mismo con las plantas», explica entre risas otro de los miembros de la asociación. 

Los árboles más fáciles para empezar con esto de las plantas en miniatura son los olivos, los olmos y las higueras. «Estas son las que más aguantan las barbaridades de un novato, pero siempre pueden morirse», afirma Sánchez.

Para empezar a cultivar un bonsái hay diferentes formas. Puede ser desde cero, es decir, plantando una semilla e ir después dándole forma al árbol recién nacido, o a partir de árboles ya existentes.

Un metro y miles de euros

«Los olivos, por ejemplo, los puedes acodar. De un árbol que ya está hecho cortas una parte y lo plantas. Y a partir de ahí le vas dando forma. También puedes ponerles alambres para dirigir sus ramas hacia donde nosotros queremos», explica el experto. Al estar en macetas reducidas, las raíces no pueden crecer más y el árbol se adapta a ser pequeño.

Para ser considerado un bonsái, cuenta Sánchez, los árboles no deben medir más de un metro. Pero a pesar de su tamaño pueden tener décadas de antigüedad. «Y son muy caros, sí. Alguno de los que tenemos en la asociación puede valer hasta 6.000 euros. Son ejemplares únicos», afirma el presidente de la asociación, Vicente Sánchez.

El tamaño máximo de un bonsái es de 1 metro, pero no hay límite mínimo. ANDREEA VORNICU

Para continuar con su legado, están tratando de conseguir que los jóvenes se asocien. «Para los menores de 16 es gratis. Estos árboles, bien cuidados, van a vivir 200 años. Y nosotros no vamos a vivir ese tiempo. ¿Quién los cuidará entonces? Necesitamos sabia nueva», afirma.

«Todos son especiales pero quizás el árbol que más me gusta es un olmo. Es muy chiquitito, es muy poquita cosa, pero es un olmo que yo recuperé de una cuneta en el Canal. Tendría entonces un centímetro de grosor y tenía un doble tronco. Lo críe y le di forma y entonces un hijo mío tuvo un problema de salud importante y en un despiste, cuando tenía que atender a mi hijo, una ventolera tiró el árbol de una mesa y lo secó. Y murió un tronco. Pero lo puse en tierra otra vez, lo protegí y volvió a brotar. Y hoy en día este árbol está aquí junto con mi hijo, que también está aquí. No es el mejor árbol que tengo, pero es al que más cariño le tengo». 

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