HOSTELERÍA
Adiós a los barras de toda la vida: bares de siempre en Zaragoza que ya no abrirán
El Bar Brasil, el Argos, el Kublas y el Alborán, ejemplos de cierres al jubilarse sus dueños. Otros son rescatados y se traspasan a familiares y camareros

Nicolas, del bar Hernán Cortés, está a punto de jubilarse. / ÁNGEL DE CASTRO

Barra de chapa metálica. Cámaras frigoríficas resistentes a una explosión nuclear. Cerveza en vaso de tubo. Y un mostrador repleto de tapas. La imagen que conforman todos estos elementos puede definir a una infinidad de tascas en Zaragoza (y en toda España) que llevan décadas atendiendo a sus parroquianos. Pero, con el paso del tiempo, cada vez es más difícil encontrar bares de los de toda la vida. La pandemia, la falta de rentabilidad, el cambio de costumbres y la ausencia de relevo generacional está obligando a muchos locales a bajar la persiana sin que nadie quiera recoger un legado que ha dado de comer y de beber a varias generaciones.
Son varios los ejemplos: el Bar Brasil, en Jordán de Urriés, acaba de cerrar tras haberse jubilado su dueño. Al Bar Argos, en Cortes de Aragón, le ocurre igual. Y el Bar Alborán, en Salvador Allende, más de lo mismo.
«Este año se están dando de baja de nuestra base asociativa bastantes personas que llevaban 20 ó 30 años con nosotros», admite el gerente de la asociación Cafés y Bares, Luis Femia. «A veces es gente que se jubila porque les toca, pero hay otros que tienen 62 ó 63 años, que han hecho números y que han decidido adelantar su jubilación porque no les compensa seguir con el negocio», añade.
En algunos casos, estos bares encuentran un relevo y sus dueños consiguen traspasarlos a familiares o, lo que también es muy común, a empleados más jóvenes y que conocen bien las dinámicas del negocio. Es el caso este año de, por ejemplo, del conocido Bar Fausto, en la calle Jesús. En otros casos, como el del bar Hermanos Teresa (calle General Ricardos) y el del Bar Moneva (en Tomás Bretón), son los hijos el que cogen el testigo.
«El compromiso de los hosteleros con sus negocios es tremendo. Requiere mucho esfuerzo y muchas horas mantener un bar abierto, por lo que el relevo generacional es algo residual», apunta Femia como una de las causas de la desaparición de estos bares, los de toda la vida.
Cambia el modelo de negocio en la hostelería
Otra, señala el gerente de Cafés y Bares, es la normativa en materia urbanística. «Zaragoza tiene una de las regulaciones más estrictas. Muchos bares obtuvieron su licencia hace 30 o 40 años, cuando la legislación no era tan rígida y ahora, si cambiaran de titularidad, tendrían que realizar toda una serie de inversiones para poder actualizar sus licencias. Y eso echa para atrás a mucha gente que podría estar interesada en coger un traspaso», cuenta Femia.
Otro de los motivos del cierre paulatino de este tipo de tascas es el cambio del modelo de negocio. En Zaragoza, la hostelería ha sido siempre un sector muy atomizado formado por autónomos y micropymes, muchas veces de carácter familiar. Y ese es un «modelo a extinguir», advierte Femia, sobre todo después de la pandemia, donde han podido sobrevivir aquellos que contaban con un colchón mayor con el que amortiguar el golpe.
«Es cierto que aquí no han funcionado las franquicias de hostelería, más allá de las grandes cadenas de comida rápida», dice Femia. Pero lo que sí que se está viendo en los últimos tiempos es la aparición de pequeños grupos empresariales «a nivel local» que tienen «cuatro o cinco restaurantes» y que se están consolidando. Son compañías con gran capacidad de inversión que pueden permitirse innovar y ofrecer nuevos productos que atraen a la clientela, algo que está al alcance de pocos bares de barrio.
«Son negocios muy digitalizados, tanto hacia fuera como hacia dentro, pues todos los procesos productivos y contables están informatizados. Los bares pequeños tienen muchas dificultades para llegar a eso y acaban expulsados del sistema», zanja Femia.
Otros cierres destacados o próximos por jubilación son el bar Peirón de la Manduca (calle Bruno Solano), el Kublas (en María Moliner), el Valparaíso (en plaza Santo Domingo), y el Candilejas (en la calle San Roque). Todos han cumplido con su labor social y a sus dueños, tras mucho trabajo, les toca retirarse y descansar.
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