ZARAGOZEANDO

El reparador aroma de una cocina para los que se quedaron sin hogar

Un taller para usuarios del Albergue busca dar una nueva oportunidad a las personas sin hogar

Los asistentes al taller de cocina del plan de primera oportunidad del Ayuntamiento de Zaragoza posan antes de comenzar a elaborar sus platos

Los asistentes al taller de cocina del plan de primera oportunidad del Ayuntamiento de Zaragoza posan antes de comenzar a elaborar sus platos / Jaime Galindo

Iván Trigo

Iván Trigo

Cocinar puede gustar más o menos, pero pocas personas rechazan juntarse en torno a un plato de comida y pasar el rato charlando. De este humilde placer pueden disfrutar ahora los usuarios del Albergue de Zaragoza a través de unos talleres de cocina que han nacido dentro del plan de primera oportunidad, una iniciativa del ayuntamiento para posibilitar la inserción de la gente sin recursos.

El objetivo prioritario de estos talleres no es el de aprender a cocinar, aunque sesión tras sesión los usuarios sí que comienzan a manejarse en una cocina, lo que les puede ayudar de cara a conseguir un puesto de trabajo. «Pero no solo va de eso. Queremos que con los olores y los sabores que se generan en una cocina las personas que vienen aquí retomen la conciencia de lo que es un hogar. Parece una tontada, pero cuando llegas a un sitio y huele a tortilla de patata sientes que estas en casa», cuenta Marifé, quien ejerce de profesora.

Ella también sabe lo que es vivir en la calle y alojarse en el Albergue, cuando durante la pandemia se quedó sin hogar. «A través del plan de primera oportunidad se ofrecen alojamientos a las personas que acuden al albergue. Primero son viviendas semituteladas y después ya de alquiler social. Con estos talleres lo que buscamos también es romper estereotipos. Aquí hay muchas personas que con la pandemia se quedaron sin casa y queremos demostrar que por ser personas que vienen de la calle no somos menos ni tenemos por qué hacer las cosas peor», cuenta Marifé, de quien dicen que es una cocinera muy innovadora.

Claudia y Janet, con delantal, asisten para socializar y compartir experiencias.

Claudia y Janet, con delantal, asisten para socializar y compartir experiencias. / Jaime Galindo.

«Yo soy más de pucheros, pero ella nos enseña muchas cosas», cuenta Alfredo, uno de los usuarios que asiste al taller de cocina. «Yo ya sabía cocinar. En su momento monté una sociedad gastronómica», cuenta el hombre, que trabajó durante décadas en el sector de la construcción. «Lo importante aquí no es solo cocinar. Para mí todo lo que sea estar ocupado me encanta. Cada uno de los que venimos tenemos nuestra historia detrás y hemos pasado por situaciones difíciles y desgracias personales, pero esto es un momento en el que nos evadimos. Aquí no nos acordamos de que hemos pasado por épocas mejores», dice Alfredo. «Yo no oculto que he tenido que ir al albergue. A cualquiera nos puede pasar. Yo he trabajado 40 años en el sector de la construcción y soy una persona conocida en ese mundo», insiste.

Para cada uno de los talleres, Marifé diseña un menú concreto. Este miércoles pasado tocaba lasaña de espinacas. El único requisito es que no cueste más de 4 euros. «Se pueden hacer cosas ricas con poco dinero y cada uno a su manera. Luego los probamos todos y vemos cuál está mejor. Con los mismos ingredientes a cada uno le sale una cosa diferente. A veces es un poco caos», ríe.

Volver a ser uno mismo

Los talleres tienen lugar en la cocina del centro Joaquín Roncal de la Fundación CAI en Zaragoza. Félix, Leonor, Janet, Mati y Claudia son los nombres de algunas de las más de 60 personas que han pasado por estos cursos. «Yo ya sabía cocinar pero siempre puedes aprender algo nuevo, truquitos. Pero lo importante es compartir la experiencia con otras personas, contarnos qué tal nos ha ido la semana, poder preocuparte por los demás, enriquecerte como persona. La tarde antes de venir ya tienes en la cabeza que es el taller y sabes que te lo vas a pasar bien. Yo vine de Valencia huyendo de una situación de violencia y estuve 9 meses comiendo en el comedor social del Carmen. Aquí nos apoyamos los unos a los otros», cuenta Claudia. «Yo emigré sola y me vine mayor a España. Aquí podemos apartar la nostalgia y encontramos una familia», añade Janet.

Flor León es la trabajadora social a cargo del plan de primera oportunidad. «Con estos talleres también pretendemos que recuperen habilidades perdidas, como la puntualidad o tener que llamar por teléfono. Hay gente que después de 5 o 6 años en la calle ya no saben. Pero lo más importante es que todas estas personas merecen una oportunidad. Tenemos que ser conscientes de que las personas, aunque vivan en la calle, son personas. Tenemos que saludarles. Son gente que cada día que pasa tratan de dar un paso adelante. Ellos no quieren estar en la calle», dice la profesional. «Gracias a esta señora –interrumpe Alfredo refiriéndose a Flor– vuelvo a ser el que era hace cuatro años. Ha conseguido sacar lo mejor de mí». Mientras, las ollas siguen borboteando. 

Suscríbete para seguir leyendo