Zaragoza cuenta desde 2020 con una ordenanza específica que regula el consumo de alcohol en la calle y establece sanciones a los que hagan botellón. Hasta entonces, este fenómeno no estaba prohibido como tal, aunque podían denunciarse casos en los que se generaban molestias, ruido o suciedad. Pero desde que la nueva norma está en vigor, el número de denuncias ha disminuido de un año para otro de forma muy significativa: si en 2021 la Policía Local puso 2.697 multas por beber en la vía pública, en 2022 fueron 665, un 75% menos.
Dada la importante bajada, la primera pregunta es obvia. ¿Están desapareciendo los botellones de Zaragoza? Teniendo en cuenta que la ordenanza que prohíbe consumir alcohol en la calle data del año 2020, resulta poco útil comparar las multas que se ponen ahora con las que se ponían antes de que existiera esta regulación específica.
Así pues, a pesar de la brusca reducción de multas de 2021 a 2022 (2.032 menos de un año para otro) no se sabe todavía si se trata de una tendencia consolidada que permita afirmar que los botellones vayan a desaparecer. Pero lo que es una evidencia es que cada vez hay menos. Lo confirman fuentes de la propia Policía Local que aseguran que, precisamente debido a la presión de los agentes que patrullan las calles, cada vez se concentran grupos de menos personas para beber en la vía pública y cada vez en sitios donde pasan más inadvertidos y generan menos molestias.
Las zonas más habituales apuntan fuentes del cuerpo municipal, son el Náutico, la ribera del Ebro y algunas plazas próximas a las zonas de ocio nocturno, como la del Justicia, donde el botellón se camufla con el ruido y la gente que ya de por sí está en la calle en la zona del Casco. También queda algo de botellón en el parque Delicias y en el entorno de plaza Europa. Además de la nueva ordenanza de 2020, que aumentó el importe de las sanciones, y la mayor presión policial, es lógico que hay otro factor que ha ayudado a que disminuya el número de botellones en la ciudad: la pandemia.
Hace dos años, cualquier concentración en la calle era perseguida o examinada, el ocio se restringió y todo quedó en el entorno del hogar y eso impidió que muchos jóvenes se iniciaran en el rito del botellón, que desde hace generaciones es todo un bautismo adolescente para la mayoría de los adolescentes.
«La generación actual de jóvenes ha tenido un tiempo que les ha marcado y ha sido la pandemia», cuenta la psicóloga Charo Molina, que trabaja en el Centro Municipal de Atención y Prevención de las Adicciones de Zaragoza (CMAPA), que explica que los adolescentes «perdieron sus referentes» durante el confinamiento. Es decir, a aquellos que les hubiera tocado empezar a beber en la calle no lo hicieron porque se vieron encerrados en casa. Y una vez que las restricciones han terminado ya no lo hacen porque no han adquirido ni aprendido ese hábito.
No obstante, Molina se muestra cauta. «Es verdad que según la encuesta Estudes (sobre el uso de drogas en Enseñanzas Secundarias en España) el consumo de alcohol entre los jóvenes cayó entre 2019 y 2021 (como se observa en el gráfico que acompaña a esta información). Pero es cierto también que se trata de un momento muy limitado en el tiempo en el que no se podía salir de casa», recuerda la psicóloga.
La generación que menos bebe
Hay estudios que indican que la Generación Z, la de los nacidos ya con el nuevo milenio, es la que menos bebe de la historia. Según los datos del informe HBSC, promovido por la Organización Mundial de la Salud, solo un 8% toma alcohol cada semana, una tercera parte de los que lo hacían en 2006. En las redes sociales, además, proliferan los retos y las tendencias que animan a apartar el alcohol de los momentos de ocio y a aprender a disfrutar de la fiesta sobrio.
Eso sí, «hay que dejar pasar el tiempo», dice Molina, para saber si dejar el alcohol o beber menos pasa de ser una moda a un comportamiento que se generaliza entre la juventud. «Somos bastante cautas –insiste la psicóloga–. El alcohol sigue siendo la droga más barata y más socialmente permitida».
Una rápida consulta entre los jóvenes también constata que el botellón es un fenómeno en decadencia. «La última vez fue en Pilares. Es verdad que ahora el botellón nunca es la primera opción. Preferimos ir a bares o a casas, que sale más barato», explican un grupo de jóvenes de 21 años, Clara, Jesús, Paula y Chema. «Con la pandemia desaparecieron y no han vuelto, aunque también es que nos hemos hecho mayores», añadían.
«A raíz de la pandemia y de todas las restricciones que hubo la gente tiene más miedo a beber en la calle y se han acostumbrado a no hacerlo. Sigue habiendo alguna placita del centro en las que sí que se bebe, pero yo las veces que he estado la Policía ha aparecido muy pronto. Antes solo venían a controlar y no multaban. Y venían cuando casi habías terminado. Ahora patrullan más», explica otra joven, Lucía, de 23.
Desde el CMAPA advierten, no obstante, que el consumo de alcohol en adolescentes es «muy dañino» y más cuando se su ingesta se produce «en atracones». «Como tienen hora de llegada a casa y poco tiempo, hay jóvenes que beben mucha cantidad de alcohol muy rápido, lo que obliga al cuerpo a realizar un esfuerzo muy grande para expulsarlo. El alcohol es una sustancia nociva, y todo eso en un cuerpo y un cerebro que se está desarrollando es muy perjudicial», apunta Charo Molina, que deja claro que el alcohol «es una droga» y es, además de legal, la «más barata y más fácil de conseguir para los jóvenes». Aunque en la calle cada vez beban menos.
Una droga legal muy banalizada y de uso «permisivo»
El consumo de alcohol en España, así como en la sociedades occidentales, es un factor que forma parte de nuestra cultura, motivo por el cual está tan «banalizado» su consumo. Desde el Centro de Atención y Prevención y Adicciones de Zaragoza (CMAPA), la psicóloga Charo Molina advierte que el alcohol es una droga «de la que se hace un uso muy permisivo» por parte de los adultos hacia los menores. «Si le preguntas a una madre o un padre si le dejaría fumarse un porro a su hija, te diría que no. Pero con el alcohol la respuesta no es la misma. Hay padres que hasta les compran el alcohol a sus hijos porque dicen que así saben lo que beben», cuenta. Un factor determinante a la hora de empezar a beber en la adolescencia es la presión de grupo. «En el CMAPA trabajamos en prevención inespecífica y tratamos de fomentar la percepción del individuo y mejorar el autoestima de los jóvenes para que no se dejen arrastrar por los comportamientos del resto», cuenta.