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Los Reyes Magos conquistan el corazón de Zaragoza con un espectáculo a la altura de su fama
Melchor, Gaspar y Baltasar hacen las delicias de los más pequeños y reciben sus mensajes en un día repleto de ilusión
La Romareda recibe a Sus Majestades y el centro de la ciudad vibra con la cabalgata

Jaime Galindo

Los Reyes Magos llegaron a Zaragoza con la lección aprendida y, este año sí, aterrizaron en la capital aragonesa por la puerta grande. Pasaban pocos minutos de las cuatro de la tarde cuando el helicóptero que les traía de Oriente se posó con suavidad sobre la Romareda. Allí les recibió la alcaldesa, Natalia Chueca, con una gran sonrisa en su primera vez acogiendo a los sabios.
En ese momento comenzó un baño de multitudes para Sus Majestades que duró horas y que convirtió un día desapacible de frío y viento en una calurosa bienvenida en la que los niños (y no tan niños) pudieron ver de cerca, y en algunos casos incluso hasta tocar, a los tres personajes que con su visita ponen el broche de oro a las Navidades. No obstante, como por arte de magia, algún rayo de sol se pudo ver en el cielo antes de que cayera la noche y las únicas luces que brillaban fueron las de un desfile que, a lo largo de sus más de tres kilómetros de recorrido, estuvo siempre escoltado por millares de personas.
Pero antes del punto y final, miles de personas quisieron cerciorarse personalmente de que sus cartas habían llegado a Melchor, a Gaspar y a Baltasar y salieron a las calles de la ciudad a comprobarlo. Incluso los más tardones lanzaron al paso de los Reyes Magos sus deseos, listas que las decenas de carteros reales pusieron a buen recaudo. Cerca de ellos iba un grupo de trabajadores de la mina que llegaron en locomotora para apuntar en su lista a los niños que se han portado mal, aunque por las respuestas de los más pequeños pocos van a recibir carbón.
Tras abandonar el estadio municipal (por última vez si la construcción del nuevo campo se hace realidad), la comitiva se trasladó hasta el colegio Joaquín Costa, donde comenzó un desfile lleno de color y fantasía. No estaban, ni mucho menos, solos Sus Majestades. Una procesión de secundarios amenizó la espera hasta que, como mandan los cánones, los Reyes Magos hicieron su aparición en la cola de la cabalgata.
«No íbamos a venir porque por el tiempo no apetece mucho, pero a ver quién les dice que no a estos», explica Joaquín, señalando a sus dos hijos. Lucas y Rodrigo, de 7 y 4 años, se turnan, con poca paciencia, los hombros de su padre para, ante la acumulación de gente, poder presenciar el espectáculo desde ese improvisado y privilegiado balcón.
La ausencia
La que tendría que haber abierto el desfile era la Estrella Anunciadora de Belén, pero el viento impidió que guiara al resto de la cabalgata. Pero para algo son magos estos Reyes, así que un innumerable número de carrozas para todos los gustos encontró el camino correcto: una casita de muñecas, un gran mago azul que parecía sacado de la película de Aladdín, varios grupos circenses, pitonisas, gigantes y uno de los que más llamó la atención a los niños, un grupo de robots marionetas gigantes con las cabezas esféricas iluminadas que parecían venir de otro planeta.
Pero, por mucho esfuerzo que hicieran los teloneros y por más que endulzaran la espera hasta la estelar aparición real (incluso Epi y Blas se atrevieron a bailar un atrevido breakdance por las calles de Zaragoza), a los que querían ver los presentes eran a los verdaderos protagonistas de la noche: a los tres Reyes Magos. Era con el paso del trío mágico cuando los decibelios subían, buscando un gesto o una mirada cómplice de los sabios de Oriente. Los tres fieles a su imagen. Melchor, muy dulce, Gaspar, muy correcto y Baltasar (el más aclamado) fue el que más se movió al ritmo de los bailarines que le escoltaban.
Al paso de Sus Majestades de Oriente, las reacciones se sucedían. Desde el asombro y las muecas ojipláticas de los más pequeños, quedándose mudos muchos de ellos y no pudiendo hacer otra cosa más que señalar, pasando por los gritos de euforia de otros hasta los que se van haciendo mayores y comienzan a tener sus dudas. «¿Son los de verdad, mamá?», se cuestionaba un chico. «Claro», se apresuró a contestar rápidamente su progenitora.
Porque, hasta que esa pregunta encuentre respuesta, lo cierto es que es innegable que los Reyes Magos maravillaron y triunfaron por las calles de la capital aragonesa y con un espectáculo a la altura de su fama conquistaron el corazón de unos niños zaragozanos que se echarán a la cama entusiasmados por lo presenciado y con la seguridad de que Melchor, Gaspar y Baltasar van a cumplir todos sus deseos.
Los Reyes Magos suben al balcón del Ayuntamiento de Zaragoza y se dirigen a los niños y niñas que abarrotan la Plaza del Pilar.
Los Reyes Magos, acompañados de miembros del Ayuntamiento de Zaragoza y de Natalia Chueca, visitan el Belén de la Plaza del Pilar.
En Sádaba también hay cabalgata con los Reyes Magos de Oriente.

Cabalgata de Sádaba. / S. E.
Dato histórico: La primera Cabalgata de Reyes en Zaragoza se celebró en el año 1935
Los Reyes Magos también llegan a los pueblos de Aragón, ya que la ilusión está en todos los sitios. Esta foto, de Tauste.

Los Reyes Magos, en Tauste. / S. E.
214 personas están trabajando en la Cabalgata de Reyes de Zaragoza, con compañías de Aragón, Francia y Alicante.
Miles de niños aguardan impacientes el paso de Sus Majestades de Oriente. Esta noche es para ellos la más esperada del año, pues mañana amanecerán con sus deseos bajo el árbol.
VÍDEO | La llegada de los Reyes Magos al estadio de La Romareda ha sido... ¡De película!

Jaime Galindo
Antes de que salgan los Reyes, los más tardones todavía están teniendo oportunidad de entregar su carta a las decenas de carteros reales que van en la comitiva. Además, un grupo de trabajadores de la mina han llegado en locomotora para apuntar en su lista a los niños que se han portado mal, aunque por sus respuestas pocos van a recibir carbón
La Policía Local de Zaragoza comparte en su cuenta de X el recorrido de la Cabalgata. Asimismo, recuerda los cortes y desvíos que se producirán a consecuencia del desfile.
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