ESPECIAL 225 AÑOS DEL TEATRO PRINCIPAL

Rafael Campos: "En el teatro, los momentos de consagración son cuando los actores logran que el tiempo se pare"

Actor, autor y director de teatro, Rafael Campos gestionó el Teatro Principal de 2004 a 2016, tomando el testigo del histórico director y programador Ángel Anadón, que fue el alma del Principal durante 55 años. Campos, que ya era un gran conocedor del teatro y de todos sus entresijos, impulsó la apertura de puertas del coliseo

Entrevista a Rafa Campo

Entrevista a Rafa Campo / JAIME GALINDO

Zaragoza

En esta entrevista, Rafael Campos cuenta cómo fue su andadura como gestor durante 12 años, con una primera etapa de importantes cambios en la forma de promocionar y difundir el teatro, y una crisis económica, la de 2008, que frustró la puesta en marcha de nuevos proyectos. «En esos primeros momentos de 2004, cuando recogí el testigo de Ángel Anadón, tuvimos que inventar un modo diferente de hacer las cosas. Ángel, que llevaba 55 años al frente del Principal, seguía con un modelo de gestión que venía de los años 50. Y lo digo con el mayor el respeto, porque la verdad es que me acogió con muchísimo cariño. De hecho, estuvo en el teatro conmigo hasta que ya se puso muy malito y tuvo que irse».

Un teatro de puertas abiertas

«Empezamos por intentar cambiar el modo de promocionar y difundir el teatro. Los tiempos eran otros, y yo quería que el teatro fuera algo más que una sala de exhibición, quería que fuera una casa abierta. No había que inventar nada, porque en otros teatros de Europa, que visité a menudo por los viajes organizados de la Red de Teatros Públicos, concebían los teatros, ya no solo como el espacio donde va el público media hora antes del espectáculo y se marcha cuando termina, sino como un lugar que permanecía abierto todo el tiempo posible. Pero claro, ¿ofreciendo qué? ¿y dónde? Eso lo tuvimos claro enseguida, porque ese sitio iba a ser el propio espacio de entrada, el vestíbulo que es, sin duda, espectacular. Así fue como empezamos a programar todo tipo de actividades paralelas en el espacio Mariano Cariñena, desde la presentación de libros hasta otros actos de la sociedad civil relacionados siempre con el arte y la cultura. Y para que el público conociera mejor el teatro, programamos las visitas guiadas, que tuvieron y siguen teniendo una gran acogida por parte de la ciudadanía».

Fueron unos primeros años emocionantes, «en los que intentamos programar para que todo el público tuviera el teatro de su elección. Sigo pensando que el Teatro Principal es de la ciudad y todos los ciudadanos tienen derecho a poder encontrar el teatro de sus preferencias. Programamos temporadas maravillosas de danza contemporánea, por ejemplo, que luego tuvimos que espaciar, pero le dimos más presencia. Intentamos traer espectáculos para todo tipo de público, algunos fueron más populares, otros menos, pero la intención fue siempre abrir el teatro cada un poco a todo el público».

Un sueño sin cumplir

«Siempre albergué la esperanza de implementar un esquema que desarrollaban en otros teatros de España, y sobre todo de Europa, y que consistía en elaborar un calendario de coproducciones con el resto de teatros de la Red Española de Teatros, como con el Arriaga de Bilbao, o el Calderón de Valladolid. Producir teatro con los profesionales de aquí, actores, autores y directores, para que estas producciones viajaran después a otros teatros. Nuestra manera de entender el teatro público era como un espacio donde, además de representar espectáculos, se pudiera producir. Nunca lo conseguí, y es algo que me hubiera gustado mucho. También es verdad que a los cuatro años de estar en el Principal sobrevino la crisis de 2008 y hubo un cambio de rumbo. Las administraciones se fueron recuperando lentamente, pero ese sueño ya ni siquiera lo planteé, porque estábamos siempre con unos problemas de presupuesto extraordinarios; teníamos que trabajar con un presupuesto muy escaso que limitaba en gran medida nuestra actividad».

Un teatro hecho a empujones

Antes de asumir la gestión del Principal, Campos ya había pisado el teatro como actor, autor y director. «Lo que me impresiona del teatro es la historia de la casa, que se ha ido haciendo como a empujones, pero es la que le da esa especial configuración. A pesar de las numerosas reformas que se han realizado, el teatro no tiene posibilidad de aumentar los hombros y es pequeño, aunque antes lo era más. En la transición se empezó a hacer teatro de otra manera, más actual, más contemporáneo, con otras escenografías, se empezaba a dejar de utilizar los telones pintados. Sin embargo, la caja del escenario antes de la reforma de Pérez Latorre era muy limitada y estaba en un estado lamentable. Yo la conocí así antes de la reforma, en mis principios como actor. Las varas eran de madera, con cinco cuerdas, y estaban en un estado ruinoso; todo el peine era un riesgo. Con la reforma de José Manuel Pérez Latorre se le dio una envergadura que supuso un antes y un después».

«El Teatro Principal cumple 225 años y lo hace, en mi opinión, en calidad de templo civil de la cultura. Es un espacio espectacular, con su dimensión física y metafísica, que me ha dado algunos de los momentos más bellos de mi vida». 

Los momentos mágicos que tienen que ver con el silencio

«Sin dudarlo, son aquellos en los que la comunicación entre el escenario y la sala es perfecta. En el Principal, las preciosas butacas que había antes, las de Loscertales, habían adquirido con el tiempo y el uso una especie de permanente rumor, y cuando el espectador se removía un poco en el asiento, las sillas crujían. Si en plena función oías demasiado el mar del patio de butacas significaba que algo no iba bien. En cambio, cuando el silencio era total, se lograban esos momentos de ángel en el escenario. Cuando los artistas logran una relación intensa con el público, ese silencio denso es casi estruendoso».

«Recuerdo, por ejemplo, cuando Pepe Sacristán, en una obra de Delibes, salió al escenario y estaba todo el teatro en silencio, excepto una señora, que, sin darse cuenta, estaba abanicándose a buen ritmo y se oía perfectamente. Sacristán paró la función y se dirigió a la señora: ‘o para usted con el abanico o yo me bajo’. La pobre señora se quedó petrificada, había interiorizado tanto el ruido, que ni lo oía. O cuando José Luis Gómez también paró el espectáculo porque había murmullos que venía nde una cabina de control y se fue muy enfadado hacía allí. Y es que se habían originado unas pequeñas chispas en una caja eléctrica. Gómez salió de nuevo al escenario, lo explicó y siguió con la función».

La liturgia de los artistas

«Durante todos esos años en el Principal, fue muy emocionante poder ver a los actores y actrices en capilla, toda esa liturgia que conlleva de salir al escenario, que en algunos casos eran muy peculiares. Admiraba la seriedad, el rigor con los que estos profesionales afrontaban su trabajo, aún después de toda una vida subidos al escenario. Nuria Espert, Carmelo Gómez, José Sacristán, Charo López, Lola Herrera, y tantas otras grandes figuras que han pasado por el Principal, todos tenían su momento de recogimiento antes de entrar en escena. Era un ritual que a mí me sobrecogía. En el teatro los momentos de consagración son cuando los actores, con su magia, logran que el tiempo se pare». 

Cuando el teatro se queda vacío

«He pasado mucho tiempo en el teatro y ha habido momentos para todo. Quizás, la experiencia más increíble que he podido vivir es ese momento en el que el teatro se queda vacío, a oscuras, cuando tienes memoria de lo que acaba de pasar allí. Quedarte quieto en el escenario, escuchando unos rumores que en realidad no existen, porque solo hay silencio. Aunque sabemos que, aún vacíos, los edificios siguen viviendo, las maderas crujen…». 

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