ESPECIAL 225 AÑOS DEL TEATRO PRINCIPAL

El incendio de la Casa de Comedias del Hospital de Zaragoza en 1778: "Todo eran suspiros, ayes y gritos"

La historia del Teatro Principal comenzó a escribirse sobre las cenizas del que entonces era el primer teatro de la ciudad, la Casa de Comedias del Hospital Nuestra Señora de Gracia

Incendio de un hospital de Francisco de Goya

Incendio de un hospital de Francisco de Goya / SERVICIO ESPECIAL

Zaragoza

De aquel incendio y de la tragedia vivida dejó fiel testimonio el entonces cronista de la ciudad, Tomás Sebastián y Latre en su opúsculo Relación histórica de los sucesos ocurridos en Zaragoza con motivo del incendio de su coliseo en la noche del doce de noviembre de 1778. Escrita sobre documentos auténticos y noticias fidedignas, de orden de la Ilustrísima Ciudad por su cronista D. Tomás Sebastián y Latre. 

La crónica, impresa en marzo de 1779 por Francisco Moreno, unos meses después del incendio, deja constancia detallada de todo lo acontecido en esa tarde aciaga, así como de los días posteriores. Según Sebastián y Latre, los muertos en la noche del incendio fueros 60; en los días siguientes fallecieron 17, y los «maltratados y heridos» fueron un total de 52. El propio cronista estaba en la lista de los heridos. 

Para entender mejor lo que significó esta tragedia, merece la pena extraer algunos pasajes literales de la crónica, tal y como lo escribió Sebastián y Latre, aunque modificando el estilo.

Crónica del incendio

Esa tarde del 12 de noviembre, el coliseo presentaba un lleno absoluto, ya que era día de gala y la compañía de operistas italianos había anunciado una pieza muy célebre y de gran vistosidad escénica. «Representábase La Real Jura de Artajerjes, y concluido el segundo acto, cerca de las seis y cuarto, se preparaba aceleradamente una decoración de jardín, que había de servir para el Baile de Las Estatuas Animadas, cuando por imprudencia o por descuido de los mozos que manejaban los bastidores, se inclinó alguna vela hacia una fuente que estaba en medio del jardín, y prendió en ella fuego con rapidez…», escribía el cronista.

Como estaba echado el primer telón, ningún espectador se percató del incendio en un primer momento, «hasta que, saliendo precipitadamente por el lado izquierdo del tablado, una bailarina gritó, ‘foco’», aviso oportuno si no se hubiera malogrado por la turbación y poca voz de quien la daba, en un momento en que no reinaba el silencio que se requería... Luego se salió de la duda presentándose el primer actor, y diciendo en voz esforzada y clara: «foco, foco». Pero apenas se había retirado dejando la casa llena de susto y conmoción, cuando para calmarla salió el empresario diciendo: «Señores no es nada, ya está apagado el fuego». Y esto se creyó tan cierto por algunos que volvieron a ocupar sus puestos». 

Mujeres en el gallinero

Pero el empresario no advirtió que el aire había elevado las llamas a las bambalinas y telar en que estaban colgados los bastidores. «Consiguientemente ardía ya la parte superior del foro, y comunicándose allí el fuego a lo restante empezaron las gentes a ponerse en fuga. En pocos instantes, y sin grave daño, se despoblaron lunetas, gradas y patio a beneficio de las muchas salidas que tenían próximas a la calle. No las hallaron tan prontas y fáciles las personas que había en los palcos, así por la mayor distancia, como porque el cariño, el respeto y otras obligaciones aumentaban las dificultades de salvarse.

Vista panorámica de Zaragoza a finales del siglo XVIII

Vista panorámica de Zaragoza a finales del siglo XVIII / EL PERIÓDICO

Pero aun llegaron estas a ser mayores para las mujeres que se hallaban en el gallinero o cazuela, que era el sitio más alto de la Casa… Crecía por instantes la confusión y el riesgo. Mutuamente se atropellaban y se impedían la fuga las gentes que bajaban de los aposentos; y los actores, corrían por los tránsitos buscando la escalera principal. Todo era suspiros, ayes y gritos, pidiendo socorro a los hombres, y a Dios misericordia. Todo era susto y horror. Llegó este a lo sumo, cuando las arañas de cristal, cortadas las cuerdas por las llamas, cayeron con un estrepito y crujido espantoso; y cuando después de encendido el primer telón, el aire que por la puerta de los Cómicos entraba en el Teatro, no encontrando desahogo por los despedidores, le buscó por los Palcos y ventanas próximas a la escalera, apagando las luces y llevando consigo globos de fuego y densas nubes de humo fétido»…

Toque a fuego en la parroquia de San Gil

«En un instante se distribuyeron las órdenes para tocar a fuego en la parroquia más inmediata, que es la de San Gil, y el reloj de la ciudad, que es el de la Torre nueva; se echó pregón para que acudiesen bajo graves penas albañiles, carpinteros y aguadores; se providenció llamar médicos y cirujanos; se hizo traer hachas de viento; y finalmente se mandó que todo género de oficiales y trabajadores acudieran con azadas y espuertas, para estar prontos a cuanto pudiera ocurrir». 

Sin escatimar en adjetivos y detalles, Sebastián y Latre continúa su vivaz relato describiendo el horror del suceso. Las llamas, imparables, seguían su progreso hacía el hospital y amenazaban las casas vecinas. No dejaban de llegar al lugar del incendio ciudadanos.  

Personajes ilustres y ciudadanos de a pie

Sigue narrando el cronista como participaron autoridades y ciudadanos en esos primeros momentos del incendio, como el alcalde, Luis Gorrón de Contreras, el alguacil Mayor de la Real Audiencia, el Estado mayor de la Plaza, o el alférez Joaquín Tejero, y Diego Polo, «que subieron por una escalera de mano a uno de los balcones de los que caían a los corredores por donde se iba a la Cazuela; y encontrando algunas mujeres que pedían socorro, las echaron por el balcón a la calle, en la que esperaban ya otros que las recibían para que no cayeran al suelo».

También los maestros carpinteros Joseph Frayle y Joseph Gavas, que «tomaron hachas de viento, y con esta luz empezaron a desembarazar la entrada de la puerta de Aposentos, en la que había tanta gente amontonada que hacían impenetrable aquel paso; el que era forzoso desahogar para sacar los que ocupaban la escalera, y subir después a los corredores».

Nombra el su crónica Sebastián y Latre, a personajes insignes de la época como los Señores Conde de Sástago y D. Ramón Pignatelli «quienes casi desde los primeros instantes asistieron a las puertas del Teatro, donde a su Exc. Sr. Regidor del Hospital se le doblaban los cuidados y las penas, viendo reducirse a cenizas uno de los más útiles fondos de los pobres, ya que a estos se les iba acercando el fuego por aquella parte de la fábrica más contigua a sus cuadras…». 

El Capitán General del Reyno, entre los heridos

Destaca Sebastián y Latre en su opúsculo, cómo encontraron malherido dentro del teatro al Capitán General del Reino y presidente de su Real Audiencia, Antonio Manso, que, por desgracia, murió tres días después del incendio debido a sus heridas.

Ramón Pignatelli fue uno de los heridos en el incendio

Ramón Pignatelli fue uno de los heridos en el incendio / SERVICIO ESPECIAL

«Hubo algunas Señoras y muchos Caballeros que no pudiendo llegarles este socorro se determinaron a arrojarse por la caja de la escalera, fiando en la ayuda de los que entraban a contribuir a esta grande obra; entre los que se distinguieron por su bizarría y animosidad algunos Oficiales Militares que de su resulta han estado expuestos a perder la vida. Con los que salían por este medio y los muertos o casi sufocados que sacaban de la escalera, se iba abriendo el camino para los corredores; y tres gradas antes de llegar ellos encontraron al Excelentísimo Señor Capitán General de este Reyno, y Presidente de su Real Audiencia, Antonio Manso, cuyo notorio espíritu y celo por el servicio del Rey y del Público le detuvieron demasiado en el Palco, persuadido de que su respeto y autoridad contribuirían con sus providencias a atajar el fuego, o por lo menos a evitar el tropel que creyó indispensable si veían que su Exc. dejaba su puesto: por cuya razón lo sacaron muy maltratado del fuego y del humo…». 

Las llamas iluminaron la ciudad

Continúa la crónica describiendo la magnitud del incendio hasta el punto de que «las llamas subían tan altas que según se supo después, se velan a cuatro leguas y más de distancia. Así no será exageración decir que llegaron a iluminar toda la Ciudad, extendiendo los recelos hasta los parajes más distantes las chispas y materias encendidas que llevaba el aire; y esto junto al toque incesante de campanas atraía al Coso un gran número de pueblo de todas clases que pocas veces ha visto mayor».

La solidaridad del pueblo zaragozano

Destaca en el relato de Sebastián y Latre los pasajes dedicados a narrar la solidaridad del conjunto de la población en las faenas de extinción y atención a los heridos y difuntos. «El incendio había tomado ya tal cuerpo que casi lo ocupaba todo, y conforme iba estrechando el terreno acortaba también el tiempo para las esperanzas y los socorros; tanto que para salvar algunos pocos no se halló ya otro remedio que el de arrojarlos por la escalera rodando, por si había abajo quien los sacase al Coso. Muchas fueron las personas que desde el principio se dedicaron a tan pesada ocupación, conduciendo los estropeados y los muertos a las casas de enfrente, o dejándolos encomendados en la calle a sujetos que, inflamados del mismo celo, se los arrebataban de las manos… En aquel dilatado campo bullía un enjambre numeroso de Ciudadanos de diferentes clases y estados, procurando socorros a sanos y enfermos». 

Convento de San Francisco a finales del siglo XVIII

Convento de San Francisco a finales del siglo XVIII / SERVICIO ESPECIAL

La tragedia tenía tintes de hacerse más grande, pues el fuego amenazaba con extenderse al propio hospital, donde los enfermos entraron en pánico a la vista tan cercana del fuego. Se trasladaron a los enfermos al Convento de San Francisco y a otros espacios, pero afortunadamente el fuego quedó reducido solo al espacio del teatro

Alarma de madrugada

Sebastián Latre cuenta también cómo el fuego, ya controlado, amenazó con revivir. «Estaba ya toda la Ciudad en un profundo silencio, unos llorando en lo interior de sus casas su triste suerte, y otros descansando de las fatigas padecidas, cuando entre tres y cuatro de la mañana se advirtió prendido otra vez el fuego en el Hospital, y aunque los albañiles que se quedaron de prevención estuvieron prontos para atajarlo, les faltaba gente que ayudase a los trabajos, pues el cansancio la había obligado a retirarse; pero el Marqués de Ayerbe que resolvió desde el principio servir de centinela a los pobres, y no desampararlos hasta que no pudiera dudarse de su seguridad paso luego al Café de Carmen a buscar la Tropa que estaba allí de guardia, la que asistió con puntualidad, y en seguida envió un aviso al Caballero Corregidor que mandó al instante se hiciese saber por medio de un pregón que se había prendido otra vez fuego en el Hospital y que para apagarlo acudiese por lo menos uno de cada casa».

El sonido de la trompeta de madrugada puso en pie a muchos ciudadanos que corrieron a ayudar para atajar las llamas que amenazaban con reavivar el incendio. Ya al amanecer, «se empezó a desmontar la fábrica, y a extraer los cadáveres que se iban encontrando».

Dos reos en capilla

Sigue aún la crónica narrando como hubo otro motivo de dolor entre los ciudadanos, ya que desde el día anterior al incendio había dos delincuentes en capilla esperando la ejecución de su sentencia de muerte. Pero más muertes eran impensables y las autoridades acordaron suspender de momento la ejecución de los reos y mandaron un despacho a su Majestad solicitando el indulto, que llegó días después conmutando la pena capital por diez años de presidio en los penales de África. 

Mientras, se cursaron órdenes para que en ninguna iglesia se tocase a muerto para no aumentar la consternación y el llanto de los vecinos y evitar así el paso de los cadáveres del incendio por las calles de Zaragoza. Los cadáveres fueron enterrados en el Convento de San Francisco. Con la sepultura de los muertos culminaba uno de los episodios más dramáticos de la escena teatral de Zaragoza y daba comienzo, entre las cenizas del teatro del Hospital, la historia del Teatro Principal.  

Goya y su obra: "El coliseo de comedias de Zaragoza en llamas"

El incendio de la casa de comedias del hospital traspasó las fronteras de Zaragoza y fueron numerosos los artistas que en sus obras dieron cuenta de ello. Ese el caso de Francisco de Goya y Lucientes, al que se le atribuye un óleo titulado ‘El Coliseo de Comedias de Zaragoza en llamas’. El óleo, con unas dimensiones de 19 x 28 cm., se cree que fue realizado el mismo año del incendio en una visita que Goya realizó a Zaragoza; sin embargo, no es un hecho contrastado. La tabla representa la fachada principal del teatro que daba al Coso, apareciendo el coliseo en pleno incendio y delante de él un gran número de figuras damnificadas y otras que ayudan a la extinción.

Igual que Goya, fueron otros muchos los autores y artistas de la época que, a través de sus obras y con diferentes fines, se hicieron eco de la tragedia. Es el caso del Padre Basilio Boggiero, que escribió una composición poética «Al incendio del Coliseo de Zaragoza». O el Padre Bruno de Zaragoza, que llegó a dedicar al incendio la pieza «Representación del Juicio a ocasión de haberse incendiado el Teatro de las Comedias en la ciudad de Zaragoza».

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