LA CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO
Zaragoza contra sí misma: cuando el ladrillo ganó la partida al patrimonio y la ciudad se volvió ¿más fea?
Nueve de cada diez construcciones modernistas que se proyectaron a principios de siglo han desaparecido de las calles de la ciudad

Vista aérea del paseo Sagasta en 1923, cuando esta vía estaba plagada de edificios singulares. / FOTOS: GRAN ARCHIVO ZARAGOZA ANTIGUA

¿Zaragoza es una ciudad bonita? La mayoría de los vecinos de la capital aragonesa responderá que sí, pero también cabe hacer una reflexión de lo que esta urbe fue un día. No todo tiempo pasado fue mejor, pero los expertos apuntan a que, en lo que se refiere al cuidado del patrimonio, los dirigentes de esta ciudad podrían haberlo hecho mucho mejor de manea que, en el presente, seguramente, los zaragozanos tendrían más de lo que presumir.
«Estamos volviendo a los años 70, parece que no hemos aprendido la lección tras habernos cargado en el pasado gran parte de nuestro patrimonio por culpa de la especulación inmobiliaria. En Zaragoza se derribaron y se están derribando muchos edificios que tendrían que haberse conservado». Habla María Pilar Poblador, profesora titular del departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza y experta en el modernismo en la arquitectura.
A día de hoy, el ejemplo más paradigmático es lo que ha hecho y hace la ciudad con su patrimonio histórico está en la calle Lagasca, donde el ayuntamiento ha aprobado un plan especial para levantar un edificio de siete plantas que engullirá un edificio centenario y catalogado y se cargará los jardines traseros de la conocida clínica del Doctor Lozano, un inmueble que está también protegido «y que se está cayendo a cachos sin que nadie obligue a sus propietarios a rehabilitarlo», lamenta Poblador.
Dejar morir a los edificios con el objetivo de acabar con ellos es una táctica que ya se ha utilizado antes. «Se declara su ruina por falta de mantenimiento y eso pesa más que la catalogación del edificio. Así se derriba y se construye un edificio de pisos. El patrimonio ha sufrido allí donde más vale el centímetro cuadrado», explica la profesora.

Cartel de una nueva promoción de viviendas en el paseo Sagasta que sustituyó a uno anterior. / G.A.Z.A.
Después de la hecatombe que fueron Los Sitios y la destrucción llevada a cabo por las tropas napoleónicas, fue en los años 70 cuando la ciudad cambió radicalmente. Las zonas de Zaragoza que más se transformaron –destruyeron– por el desarrollismo de la segunda mitad del siglo XX fueron la plaza Aragón, el paseo Ruiseñores y el paseo Sagasta y todo su entorno, una vía que acumulaba edificios modernistas de los cuáles solo un puñado siguen en pie. Este estilo se hizo fuerte en Zaragoza a principios del siglo, «pero el 90% de los edificios y obras que se proyectaron entonces ha desaparecido». «Resulta desalentador», cuenta esta historiadora del arte.
A pesar de que este estilo abundó a orillas del Ebro, Zaragoza no tenía como referente a Barcelona, capital del modernismo arquitectónico, sino a París, de ahí las referencias a la capital francesa en algunas calles o equipamientos como el Cinema Eliseos, hoy reconvertido en un McDonald’s . «Pero hoy resulta imposible explicar a los alumnos a los que doy clase que un día el paseo Independencia de Zaragoza y la plaza Aragón se hicieron tomando como ejemplo las avenidas parisinas. De eso ya no queda nada y cuando lo explicas te miran como si estuvieras loca», dice Poblador.
Ejemplos hay muchos. La plaza Aragón estaba repleta de hotelitos rodeados de jardines en parcelas que hoy ocupan edificios de viviendas de hasta once plantas. «Cayeron uno detrás de otro».
En el paseo Sagasta abundan también los fantasmas del modernismo que perecieron bajo la piqueta. Quizá el más doloroso de los ejemplos sea la casa de Emerenciano García Sánchez, un hotelito modernista digno de compartir espacio con los edificios más ilustres de la ciudad Condal y que fue derribado en 1976 sin haber pedido permiso al ayuntamiento. «Cuando te dedicas al estudio del patrimonio en Zaragoza, a veces resulta desesperante. Cuando estaba trabajando en mi tesis recuerdo perfectamente como uno de los edificios que quería documentar era la casa de los Ostalé –también conocida como Villa Alta, situada en el paseo Ruiseñores–. Me acerqué varias veces pero no pude hacerle fotos y al mes siguiente fui y ya la habían derribado», recuerda. ¿La excusa? De nuevo argumentaron los propietarios que el inmueble presentaba un estado de ruina inminente, una situación, opina Poblador, que fue buscada. «Resulta más barato derribar y construir que restaurar», lamenta la profesora.
Y es que la desidia de los dirigentes de la ciudad, unida a la especulación, son dos ingredientes perfectos para afear una ciudad. Un ejemplo es la antigua sede de la Universidad de Zaragoza, una institución con más de 500 años de historia que no conserva sus edificios fundacionales.
La sede original del campus público estaba en La Magdalena, en la calle Universidad –de ahí su nombre–. Durante la guerra de la Independencia el edificio sufrió daños importantes, pero acabó derribándose en los años 70 debido a la falta de mantenimiento y a la falta de preocupación y ocupación de las autoridades. «Cuando se acaba con un edificio de este tipo se va con él toda una época. Si no conservamos el escenario de la historia resulta muy complicado explicar la historia», explica Poblador.
Como los que se han mencionado hay muchos otros casos, algunos de ellos muy de actualidad, como la calle Lagasca, el derribo del Jesús y María, la demolición del convento de Jerusalén... «Los que rigen los designios de la ciudad siempre han permitido que se haga lo que ya se hecho. Existe una falta de sensibilidad total», denuncia esta experta, que confiesa que hay temporadas en las que prefiere cambiar los asuntos sobre los que investigar para evitar desesperarse. «La especulación inmobiliaria ha destruido las avenidas más bonitas de Zaragoza», zanja Poblador.
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