Zaragozeando
¿Qué fue la Quinta Julieta de Zaragoza? El jardín paradisiaco que después dio nombre a un gueto
La Quinta Julieta fue un espacio de recreo que Ramón J. Sender describió como un «rinconcito de cielo» en la Tierra

Barca con un cisne en la proa con la que se llegaba a la finca de la Quinta Julieta. / GRAN ARCHIVO ZARAGOZA ANTIGUA

Zaragoza sigue creciendo y, en su expansión, zonas que antaño estaban dedicadas al retiro y al recreo en las afueras van a quedar rodeadas –que no integradas- por nuevos desarrollos y barrios. Es el caso de la antigua finca de la Quinta Julieta, situada a la derecha del Tercer Cinturón cuando se circula en dirección a Parque Venecia, junto antes de cruzar el acueducto por el que pasa el Canal Imperial. Este místico lugar, calificado por muchos como un trocito del paraíso en la Tierra, ya nada tiene que ver con lo que fue. Hoy quedan restos minúsculos y una historia que ha ido retorciéndose con el tiempo.
La finca de recreo de la Quinta Julieta fue construida a finales del siglo XIX y se inauguró en 1897. No debe confundirse con el poblado gitano que se construyó en los años 80 del siglo pasado y al que se le conoció con el mismo nombre –precisamente por la proximidad entre ambas ubicaciones- en unos terrenos situados cerca y donde ahora se va a levantar Parque Venecia II.
En la actualidad, lo que era la finca de la Quinta Julieta es la casa de ejercicios espirituales de los Jesuitas. Pero su interior dista mucho de lo que un día fue. Para acceder a este lugar había que subirse a un bote decorado con un cisne en la proa que navegaba por el canal hasta llegar a su destino. Una vez en el lugar, recibía a los visitantes una exuberante vegetación, árboles frutales, grutas excavadas en la tierra, esculturas, cascadas, lagos, puentecitos y lujosas construcciones que hicieron las delicias de la burguesía de la época.
No se puede hablar del origen de esta finca sin mencionar a su creador, Enrique Sagols y Ferrer, un ilustre industrial muy respetado por sus coetáneos. Siempre apasionado por la belleza, este hombre comenzó a adquirir terrenos a orillas del Canal. Inspirándose en el Monasterio de Piedra, creó un «rinconcito de cielo», como lo denominó Ramón J. Sender, quien dedicó a la Quinta Julieta un tomo de su Crónica del alba. No fue el único ilustre que visitó el lugar: Basilio Paraíso, Jacinto Benavente, Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós también pasearon por sus jardines, seguramente los más bonitos que haya tenido nunca la ciudad de Zaragoza.
Pero la ilusión no duró mucho tiempo. En 1917 Sagols vendió la finca para trasladarse a San Sebastián y los Jesuitas adquirieron los terrenos para crear un centro de «ejercicios espirituales» que hoy en día sigue funcionando. Pero el paso del tiempo y la falta de actuación acabó con aquel paraíso llamado Quinta Julieta.
Pero esta denominación resurgió en los años 80, puesto que así se llamó a un poblado que se construyó para alojar a personas gitanas trasladadas desde poblados chabolistas diseminados por los alrededores de la ciudad. En 1982 llegaron hasta este nuevo asentamiento, situado cerca pero en el mismo lugar que la finca que erigió Sagols, 200 familias. El objetivo pudo ser loable y no era otro que dotarles de una vivienda digna, pero el experimento acabó fracasando: la urbanización acabó convertida en un gueto apartado de los barrios de la ciudad que sirvió para estigmatizar aún más a la comunidad gitana.
El ayuntamiento intentó entonces el traslado de estas familias a otra zona de la ciudad menos aislada, lo que provocó fuertes protestas por parte de los vecinos que iban a compartir barrio con las personas gitanas. Los disturbios sirvieron para criminalizar más a esta etnia, que comenzó a organizarse. Entonces crearon una asociación y eligieron a su primera presidenta, Pilar Clavería, La Rona, quien rechazó cualquier traslado forzoso y luchó por el derecho de las familias gitanas a elegir donde vivir.
Aquella historia parece que queda lejos. Hoy quien pase por allí ya no verá nada de lo que las dos Quintas Julietas fueron. En la zona se levantarán ahora 1.115 viviendas cuyos vecinos compartirán espacio, que no tiempo, con dos capítulos muy distintos de la historia de Zaragoza.
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