La vida de un conserje al frente de un edificio señorial de Zaragoza: "Nací aquí. Me sé el nombre de los 450 vecinos"

El edificio, construido en los años 50, esconde curiosidades de su época que este portero cuida mientras atiende sus responsabilidades desde su garita, donde ya trabajó su padre, al que relevó cuando este se jubiló

Ángel Monge, portero de una finca de Gran Vía, en su garita; uno de los elementos que conservan de los antiguos cuadros de luces; y un pasillo subterráneo que recorre el edificio.

Ángel Monge, portero de una finca de Gran Vía, en su garita; uno de los elementos que conservan de los antiguos cuadros de luces; y un pasillo subterráneo que recorre el edificio. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Iván Trigo

Iván Trigo

Zaragoza

Más de dos décadas lleva Ángel Monge metido en su garita. Este conserje nació en el edificio en el que ahora trabaja, situado en la Gran Vía de Zaragoza, cerca ya de la plaza Basilio Paraíso. En su momento, al inmueble se le conoció como la Casa de los Americanos, puesto que muchos militares estadounidenses que trabajaban en la base yanki residían allí. La construcción, por fuera, parece un bloque de (buenos) pisos más, pero por dentro está recorrido por pasajes y pasillos y con solo recorrerlos uno advierte su magnitud. Aquí viven «unas 450 personas» repartidas en 150 hogares, dice seguro Monge, más que en muchos pueblos de Aragón. A todos les conoce por el nombre.

Lo singular de esta historia son, primero, su protagonista, Ángel, y después el edificio que tiene a su cargo. El inmueble fue construido a principios de los años 50 después de que 15 inversores juntaran un millón de pesetas cada uno para levantar el inmueble con el objetivo de alquilar los pisos. Pero a mitad de la obra, «como ha pasado tantas veces», apunta sabiamente Ángel, se quedaron sin dinero, por lo que el edificio acabó en manos de una entidad bancaria que primero los arrendó y finalmente los vendió.

La vida al frente de un edificio señorial

La vida al frente de un edificio señorial

En los sótanos del edificio se conservan todavía cuadros de luces con décadas de antigüedad. Clavijas y cables que dan cuenta de la evolución tecnológica. Aquí, bajo tierra, tienen su sede algunas fundaciones y asociaciones, como Montañeros de Aragón, que incluso cuenta con un rocódromo dentro del edificio.

En el garaje todavía se conservan pinturas de cuando esto era un aparcamiento algo menos ordenado. «Venías, dejabas tu coche con las llaves y te lo aparcaban amontonado. Y cuando te querías ir avisabas, te preparaban el coche y te lo sacaban del hueco», explica Ángel. En la pared, hay dos ilustraciones de dos coches con matrícula Z-12719 y Z-11211 que, en su momento, estuvieron estacionados en este aparcamiento.

La vida al frente de un edificio señorial

La vida al frente de un edificio señorial

La garita en la que Ángel cumple con su jornada –cuando no está realizando algún apaño o atendiendo a algún vecino– fue en su momento un estanco accesible desde la calle. Son apenas 3 metros cuadrados, pero te permitía «bajar a comprar el tabaco en zapatillas de ir por casa», ríe Ángel. Él, no obstante, no es el único conserje de la finca. Comparte plaza con otros cuatro compañeros para asegurarse que haya siempre alguien ejerciendo su función. 24 horas y 365 días al año.

«En días especiales, como Navidad, hay vecinos que te bajan una botella de champán o algo. Yo me siento muy reconocido», cuenta el hombre, que tiene 52 años.

Su caso, no obstante, es particular. Su padre era el anterior portero de la finca. Y además de conserje, era también vecino puesto que, no sin esfuerzo, consiguió comprar uno de los pisos del bloque. «Yo nací aquí, por eso me conozco a todos los vecinos desde hace muchos años. Y cuando mi padre se jubiló, yo le di el relevo».

Desde entonces, comenta, sus funciones han variado. Él se encarga de la limpieza del edificio y es el contacto con los gremios que se requieren para arreglar aquello que se estropean. Pero también está pendiente de algunos vecinos que ya son mayores e intenta ayudar cuando a algún otro residente se le estropea un electrodoméstico. Otra de sus principales tareas en la actualidad es recoger los paquetes de Amazon y demás empresas. «Hemos tenido que poner un armario. Estas pasadas navidades no te puedes ni imaginar lo que acumulamos aquí», asegura.

Ángel abre las puertas de su finca.

Ángel abre las puertas de su finca. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Una cuestión que también ha cambiado es el trato por parte de los vecinos. Antes, comenta, era una relación muy vertical, en la que a los vecinos había que tratarles con pleitesía. Hoy eso no ocurre. «Mi padre me contaba que los porteros no podían subirse en el ascensor cuando subía un vecino. Eso cambió el día que uno de los señores de la finca le requirió con urgencia en casa porque había reventado una tubería. Ese día subieron juntos», ríe.

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