La incertidumbre tras un desalojo por riesgo de derrumbe en Zaragoza: "Es un gasto que no esperábamos, porque vivimos al día"
Uno de los vecinos de Coso 147 recuerda cómo fueron las dos semanas en las que tuvo que realojarse en casa de su hermano junto a su familia

Los Bomberos entregan algunas pertenencias a los vecinos del Coso, 147, el día del desalojo. / EL PERIÓDICO

Francisco (nombre ficticio), su mujer y sus cuatro hijos recibieron un aviso el pasado 26 de marzo. Los técnicos les obligaron a salir con lo puesto de su casa, en el número 147 del Coso de Zaragoza, ante los daños estructurales que presentaba un inmueble colindante, en la plaza de La Madalena. Sin tiempo para pensar, Francisco y su familia tuvieron que idear rápidamente una solución improvisada para lo que, pensaban, iban a ser solo un par de días, que finalmente se convirtieron en dos semanas.
"Sales con lo puesto y no te da tiempo a coger nada. El protocolo municipal de Servicios Sociales funcionó perfectamente y nos ofrecieron ir a un módulo en el Albergue, pero al final es un sitio desconocido, y con niños pequeños... Preferimos tirar de la familia", recuerda en una conversación con este diario, ya desde su casa, a la que regresaron el 10 de abril. "No hay ningún problema de habitabilidad, aunque la incertidumbre sobre lo que puede pasar sigue estando. Es una especie de miedo, de respeto", añade.
Un miedo y un respeto que se trasladan al apartado económico. Los propietarios de los pisos, como responsables de su conservación y mantenimiento, están obligados a pagar de su bolsillo las mejoras pertinentes. "Es un gasto adicional que no esperábamos, porque vivimos al día, y agrava todo lo que hemos vivido", narra Francisco, que admite que le gustaría recibir algún tipo de ayuda para solventar la situación. "No queremos dinero, solo que se solucione para estar tranquilos", subraya el afectado.
Costes extra
Y es que estos costes extra, que corresponden a las obras que los vecinos tendrán que pagar para que se solvente la situación, se suman a los sobrevenidos en los días que han estado fuera de casa. Francisco y su familia, que suman seis personas, se desplazaron a casa de uno de sus hermanos, que vive con su mujer y su hija. En total, nueve residentes en un piso de tres. "Fue caótico, porque no es lo mismo estar dos días fuera que dos semanas. Al final, se hace incómodo", expresa.
En ese sentido, el vecino del Coso señala que su hermano, "como no podía ser de otra manera", les acogió "con todo su amor", pero el sobreesfuerzo por parte de todos era evidente. "Dormíamos como podíamos, hacinados en un cuarto, en el suelo... Y se alargó mucho más de lo esperado. Además, generas un gasto a tu familia que también hay que asumir, lógicamente", prosigue Francisco, que añade otro gasto más a la lista: "Salimos tan deprisa cuando nos desalojaron que no pudimos coger la comida que teníamos en la nevera, que se puso mala. E, insisto, vivimos día a día".
Ahora, entre la tranquilidad y la incertidumbre, Francisco y su familia hacen vida normal en su vivienda, aunque conscientes de que lo económico hace que el problema no haya acabado. En el edificio, actualmente, viven 21 personas, ocho de ellas menores de edad, y también hay dos locales que cerraron temporalmente sus negocios. El edificio está estable y no corre peligro, aunque la fachada está deteriorada y los Bomberos tuvieron que llevar a cabo una revisión programada hace unos días.
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