Balance del Gobierno de Chueca: Retos y propuestas desde los barrios
Los colectivos vecinales de la capital aragonesa hacen balance de los dos años de gestión del Gobierno de Natalia Chueca. Destacan algunos proyectos y también reclaman celeridad en otros pendientes

Manifestación de los vecinos de Valdefierro, este jueves en avenida Madrid. / Rubén Ruiz
Arturo Sancho
Tantas veces se ha dicho que el movimiento vecinal no es lo que fue o que está en las últimas, que a veces se nos olvida el papel que sigue jugando en la vida de una ciudad. Un papel que en tiempos como los que vive Zaragoza, de política espectáculo y achicamiento del espacio no ya para la crítica, sino para la mera participación o el análisis riguroso, se hace más necesario y tiende a revitalizarse desde el mismo lugar donde nació: las calles de la ciudad.
Nos recuerda con frecuencia la autoridad municipal que la autoridad legítima es ella, que para eso la han elegido, que las decisiones las toma ella. Cierto. Tan cierto como que el tejido asociativo ejerce una función en la vida democrática de una ciudad que no debería ser desdeñada alegremente. De hecho, aquí y ahora puede que nos esté tocando precisamente algo tan rabiosamente vintage como señalar los problemas derivados de las decisiones que se toman desde la Plaza del Pilar, o tal vez los que quedan olvidados por una visión y modelo muy concreto de ciudad.
El listado es largo. Los cierres y precarización de las Zonas Jóvenes. La contundente reacción de barrios como Valdefierro, La Almozara o Distrito Sur que consiguió detener o paliar la supresión de líneas de autobús, en el marco de una renovación del contrato claramente insatisfactoria por falta de visión de conjunto y de la ambición que merece una ciudad como Zaragoza. La persistente resistencia de Torrero o Picarral ante agresiones medioambientales como la expansión del Parque de Atracciones a costa de los Pinares de Venecia o de la empresa química Tereos a costa del suelo para viviendas. La sangría de suelos de equipamientos vendidos para hacer caja, desde el tremendo caso del skate park de Vía Hispanidad hasta el de Rosales del Canal, y unos cuantos más, alguno de ellos con victoria vecinal como el del Barrio Jesús. La indignación por el estado del Casco Histórico, desde San Pablo hasta el parque Bruil - Tenerías, abandonados a la especulación inmobiliaria y a la degradación de sus calles. La rabia y desesperación, especialmente entre la juventud, por la falta de soluciones justas ante el insufrible coste de la vivienda, sobre todo en alquiler. Las piscinas de La Almozara, los centros de salud del Sur, las urgencias de Atención Primaria…
Lo anterior no es solo una lista de malestares, agravios, protestas e inquietudes en los que el movimiento vecinal está en primera línea haciendo su trabajo. Es una radiografía que señala los grandes retos que afronta nuestra ciudad y afrontará en los próximos años, los que definirán qué alma quiere tener Zaragoza más allá de las luces, las flores y el show. Si queremos aprovechar el buen momento económico (¡los presupuestos más cuantiosos de la historia, con gran diferencia!) para invertir en servicios públicos de calidad, que cohesionen la ciudad social y territorialmente; si es adecuado que la venta de suelo vuelva a ser una fuente habitual de ingresos municipales, condicionando el futuro de numerosos barrios para financiar un estadio de fútbol; si el espacio público debe ser esencialmente para el encuentro y disfrute ciudadano o es prioritaria su comercialización y puesta en valor económico.
Puede que en estos momentos el movimiento vecinal, en cada pelea para defender la calidad de vida en cada barrio, esté apuntando hacia esos grandes retos de ciudad y aportando propuestas, si se me permite, con un nivel de sensibilidad y seriedad que en algunas ocasiones le faltan a nuestros responsables municipales.
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