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La Columna: el origen de la plaza del Pilar

Cada Doce de Octubre una gran imagen sobre la Columna se instala delante de la fuente, elevada sobre el manto que tejen millones de flores

Interior de la Basílica del Pilar

Interior de la Basílica del Pilar / JAIME GALINDO

Ricardo Usón

Ricardo Usón

La historia de Zaragoza es inseparable de la del templo del Pilar, cuyo epicentro es la Columna que, según la tradición, Santa María entregó al apóstol Santiago en el año 40 de nuestra Era. Allí, en la capillita apostólica inscrita en una domus ecclesiae, nació la diócesis de Caesaraugusta. Un espacio que, tras el edicto de Constantino, sería rodeado por una basílica y otras construcciones, conjunto que alcanzaría su esplendor en el obispado de San Braulio y sería respetado por los regidores agarenos durante 400 años.

La reconquista de Zaragoza por los ejércitos de Alfonso de Aragón, convocados en cruzada desde el Languedoc, tuvo como objetivo particular el rescate del santuario y su Santa Capilla, tarea en la se empeñaron los obispos Librana, Bernardo y Tarroja, restaurando y ampliando las dependencias, articuladas por un claustro románico que abrazaba aquélla. Por el contrario la edificación de la catedral del Salvador apenas avanzó en el siglo XII sino en su cabecera, reutilizando algunas naves taifales de la mezquita mayor como templo provisional. Posteriormente, mientras surgía primero la Seo gótica y después el gran salón renacentista, el conjunto canonical de Santa María enriqueció sus instalaciones y amplió el recinto apostólico con la luna claustral, cuando la Santa Capilla adquirió su definitiva antigua fisonomía, rodeada por dos templos y más de veinte capillas, espacios todos ellos ajenos a la funcionalidad exigible por la liturgia y la recepción de los innumerables peregrinos que los colmaban.

Llegados al Siglo de Oro, cuando la tipología derivada de Trento hacía de los nuevos templos católicos grandes espacios de oración y sus fachadas eran emblemas del Evangelio en la urbanística barroca, la inamovible Columna, reliquia por excelencia de Zaragoza, permanecía arrinconada entre arcadas y bóvedas medievales. Clérigos y devotos, mirando el ejemplo del Salvador y sus amplias naves, ansiaban para el recinto pilarista una arquitectura semejante. Y así, con el apoyo de Carlos II, Cabildo y Arzobispado pusieron en marcha la titánica empresa de edificar el templo de Nuestra Señora del Pilar.

Los arquitectos diseñaron una magna iglesia con tres cúpulas centrales y cuatro torres angulares en cuyo seno quedaba englobada la Capilla Apostólica, un templo cuyas proporciones se pensaron para la fachada urbana hacia el río Ebro, donde las perspectivas eran colosales. Hubo que terraplenar el cauce para ganar superficie donde levantar la fábrica -sobrepasando la línea de la muralla, antiguo límite del complejo- y derribar parte de la Casa de Aytona, en la primitiva plaza del Pilar. El templo, ideado como la pieza estelar de la ciudad, no sólo no cabía en el solar precedente sino que iría precisando nuevos espacios urbanos con los que conformar la excelsa visual de la escenografía que su arquitectura requería.

Al igual que los proyectos de Maderno y Bernini para San Pedro, fruto de los cuales se extendió el templo y surgió la espléndida plaza porticada que sirve de atrio a la basílica vaticana, la obra de Herrera en Zaragoza contenía todas las valencias de la arquitectura de su tiempo, de manera que acompañando su dilatado desarrollo -completando cúpulas y torres, hasta la fachada de 1954- surgieron los proyectos que configuraron el gran atrio del Pilar: la calle Alfonso en el eje de la cúpula central, la unión de las plazas primero y la avenida de las catedrales después, hasta llegar a los definitivos planes de Borobio, Beltrán y Yarza que culminaron la gran plaza en el ecuador del siglo XX.

Hacia el interior, la Columna, elemento vertebral devocional del templo, quedó expuesta en la más exquisita de las piezas arquitectónicas: la Santa Capilla, obra de Ventura Rodríguez. Sus envolventes cúpulas caladas trasfieren su íntima espacialidad hacia las enormes naves coronadas por los frescos de González Velázquez, Goya y los Bayeu. Hacia el exterior, el templo se enmarca por la plaza, circundado por arquitecturas monumentales y sedes institucionales.

En el extremo oriental se erige axial el campanario de Contini. Hacia Occidente, la fuente de la Hispanidad, nacida en la reforma de 1991, evoca la gloriosa evangelización del Nuevo Mundo, flanqueada por mástiles y banderas de las naciones hispanoamericanas. En 1984, en el curso de su viaje a éstas, Juan Pablo II hizo escala en Zaragoza para visitar el Pilar. Y cada Doce de Octubre una gran imagen sobre la Columna se instala delante de la fuente, elevada sobre un manto que tejen millones de flores entregadas por los corazones de miles y miles de fieles. Ese día, ese atrio que es la plaza es recorrido procesionalmente durante la celebración eucarística presidida por el sucesor apostólico, cerrándose el ciclo de la historia diocesana de Zaragoza.

En recuerdo del origen de tal lugar, en el centro de la plaza, la ciudad grabó en bronce la antífona del introito: Columnam ducem habemus quae numquam defuit per diem neque per noctem coram populo.

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