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La gran transformación de la plaza del Pilar (II): Preservar la historia y conciliarla con la modernidad

Bajo la dirección del arquitecto Ricardo Usón, en 1991 se acometió una de las actuaciones más trascendentales para devolver la plaza del Pilar a los peatones

Fuente de la Hispanidad en Zaragoza en 2009

Fuente de la Hispanidad en Zaragoza en 2009 / EDUARDO BAYONA

El Periódico de Aragón

El Periódico de Aragón

El Plan General de Ordenación Urbana de 1986, puesto en marcha durante el mandato del alcalde Antonio González Triviño (PSOE), contemplaba entre uno de sus objetivos la recuperación del centro histórico de la ciudad que se materializó en la propuesta Zaragoza 1992 presentada por el Área de Urbanismo e Infraestructuras del Ayuntamiento en 1988. Bajo la premisa principal de preservar la historia del casco urbano y conciliarla con la modernidad, se acometió una de las actuaciones más importantes y trascendentales: la remodelación de la plaza del Pilar para devolver el gran espacio a los peatones e incorporar el arte a la ciudad. En esos años era patente el problema de la invasión del tráfico rodado en la zona o del aparcamiento de vehículos, así como la desintegración de la imagen de conjunto.

El proyecto por el que apostaba el concejal de Urbanismo Luis García Nieto fue realizado por el arquitecto Ricardo Usón García, que recogió las claves del mismo en la publicación La Plaza del Pilar, un proyecto urbano diacrónico: El proyecto determinaba, desde sus inicios, la eliminación del caos en que se había convertido la superficie -tanto por la invasión automovilística como por la degeneración espacial- para plantear una limpia alfombra urbana cuya estructura derivaba del orden racional de las arquitecturas, es decir, de la historia misma del espacio urbano en su construcción a través de los siglos.

Altar patrio en la plaza del Pilar

Altar patrio en la plaza del Pilar / GAZA

La primera premisa -continuaba Usón en su exposición- fue el mantenimiento integral del espacio: no sólo no tenía marcha atrás la acción urbanística nacida del proyecto de Borobio sino que precisaba una intervención rotunda sobre la superficie de la plaza para su conclusión, -algunos antecedentes demostraban que todo ejercicio «repristinador» hacia ambientes urbanos anteriores era no sólo absurdo desde la condición humanística de la arquitectura sino desastroso en cuanto a los previsibles resultados arquitectónicos y urbanísticos.

Plaza del Pilar con automóviles en 1976

Plaza del Pilar con automóviles en 1976 / GAZA

El problema pendiente residía en la definición de aquellos sectores que permanecían en un contexto no integrado en el proyecto histórico, pero la peatonalización integral permitía hilvanar las acciones necesarias: completar el porticado del enorme «atrio» en que se constituye la plaza y atemperar los extremos basándonos en los «hitos» monumentales, las agujas de las torres extremas del espacio, San Juan de los Panetes y la Seo, mediante «arquitecturas de agua» conmemorativas (Goya y la Hispanidad), mirando desde ambas ese centro de gravedad del espacio, ante el retablo de Serrano, eje de la fachada del templo, eje de la cúpula mayor, eje de Alfonso I, eje de ejes... centro de la historia de un espacio que nace promovido por las innumerables arquitecturas levantadas y destruidas tantas veces para significar una Columna, cántico de la ciudad durante siglos, hoy grabado en bronce sobre el solar pétreo a los pies de la Basílica.

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