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“Venimos cada año, pero este lo hacemos con rabia”: el cementerio de Zaragoza, entre la rutina de las flores y la indignación por los robos

Los afectados muestran su malestar con quien no ha respetado el descanso de sus seres queridos y reciben el apoyo de los zaragozanos ante la festividad de Todos los Santos

Los zaragozanos, entre la rutina y la indignación en sus visitas al cementerio

Miguel Ángel Gracia

Zaragoza

Con el recuerdo reciente de los hechos vandálicos y robos ocurridos en el cementerio de Torrero todavía frescos en la memoria, los zaragozanos se preparan para celebrar el Día de Todos los Santos con una mezcla de tristeza y enojo. Las lápidas siguen rotas, igual que el corazón de los 507 afectados. No están solos. La ciudad de Zaragoza les acompaña. “Venimos cada año, pero este lo hacemos con rabia”, explica Carmen, una de las afectadas por los destrozos junto a sus hermanos Julián, Aurora, Pilar y Miguel.

El cementerio vive estos días entre la rutina de llevar flores a sus seres queridos y la indignación con quien no ha tenido la decencia de respetar el descanso eterno de los fallecidos.

La familia de Carmen acude al cementerio como siempre, pero con el dolor de ver la tropelía realizada: “No son conscientes del dolor que han causado a cientos de familias. Y encima están en la calle. A nivel judicial también es una pena”, apunta entristecida. Tiene claro qué escuece más en esta situación: “Nos duele más el tema moral, dado el agravio a nuestros seres queridos en su lugar de descanso. Más aún con el día de Todos los Santos tan cerca. Eso nos hace aún más daño”, reconoce.

La familia se enteró de todo en los medios de comunicación. En un principio no esperaban ser una de las afectadas: “Cuando subimos a ver la tumba de mis padres la desilusión al ver los daños fue enorme. Hemos puesto la denuncia pertinente y estamos a la espera de que nos confirmen quién se hace cargo de todo. Parece que van serán las familias”.

El cementerio de Torrero vuelve a llenarse de flores, escaleras y recuerdos. Sin embargo, esta vez, el aire huele distinto. El silencio habitual del recinto se ve un poco alterado. Es normal. A pocos días de Todos los Santos, el camposanto zaragozano sigue marcado por los robos y destrozos sufridos hace unas semanas en más de quinientos nichos.

Cruces arrancadas, jarrones desaparecidos, placas fracturadas. Un golpe al recuerdo y al respeto, justo en la víspera de uno de los días más emotivos del año.

“Quiero creer que la gente no va a dejar que esto les afecte. Cuando se hizo público en las noticias subí a comprobar los nichos. Estaba todo bien”, cuenta Carlos aliviado. Sin embargo, siente el dolor de las familias afectadas como suyo: “Realmente, debemos ser conscientes de que aquí hay un trocito de nuestro pasado y de nuestros familiares. ¿Va a servir para algo? Ya sabemos cómo somos los seres humanos. Cuando pasan cosas nos volcamos, pero a los días ya parece que queda muy lejos. La vorágine de la vida que llevamos nos deja estas situaciones”, añade.

Carlos se reserva su opinión sobre los autores de los actos delictivos: No puedo decirles nada porque sería políticamente incorrecto. En esta sociedad en la que vivimos, cuando dices ciertas cosas te tildan de ciertas otras”, apunta antes de lanzar una particular reflexión. “Creo que todo el mundo lo entiende… y yo no he dicho nada”.

Personas sin alma

Carmen, otra vecina de Zaragoza, ha acudido al cementerio con tiempo porque quiere que esté todo limpio. Por mucho que su familia no se haya visto afectada, no entiende qué pudo pasar por la cabeza a los autores: “No tienen alma. No comprendo cómo pueden hacer estas cosas”. Hoy no han sido ellos, pero apunta que en el pasado sí que se ha vivido actos indeseables: “Esta vez no, pero sí que me han robado las flores más de una vez”.

En cuanto a los actos más recientes, Carmen no cree que el botín sea tan grande con respecto al dolor que han infligido a los afectados: “No van a sacar nada en comparación con el daño que pueden hacer. Me parece completamente inmoral”.

José Antonio ha tenido muy cerca los robos. Justo al lado de su ser querido se han llevado piezas ornamentales: “A uno más abajo le han fastidiado, y puede que le hayan amargado estas fechas. No es normal lo que han hecho”, apostilla antes de pedir al ayuntamiento que ponga más cámaras de vigilancia”. En este sentido, Carlos apostilla que ha escuchado a los operarios del cementerio hablar de aumentar la vigilancia. “Me ha parecido oír algo de cámaras, por lo que me imagino que a raíz de esto el ayuntamiento pondrá más vigilancia, activa y pasiva”.

Eso sí, tampoco considera que sea la solución definitiva: “El malo siempre va a hacer lo que quiera, por mucha vigilancia que haya. Da igual que sea en el cementerio o en cualquier otro lugar. Hay mucha violencia en el ambiente y estas cosas pasan”, lamenta.

Pepita ha acudido al cementerio junto a su hijo Ignacio. No son unas fechas agradables para ella, ya que perdió a una hija con 18 años que ya descansa junto a su marido. También reconoce su estado de rabia por los robos: “Es muy triste, una gamberrada. Da mucha impresión ver las lápidas rotas. Ya no dejan tranquilos ni a los muertos”, opina.

“Hacer esto es muy triste, la verdad. Si hubieran estado aquí sus padres, algún hermano o un hijo, ¿lo hubieran hecho?”, se pregunta. Va más allá: “Es muy triste, aunque no tengan familia. Los fallecidos no se pueden defender”, termina.

Una cicatriz invisible

La misma escena se repite por todo el recinto. Personas que suben despacio, que paran frente a una lápida y se quedan quietas un rato. Aún hay quien no había subido y debe comprobar que su nicho está bien. “A mí no me ha tocado, pero me daba miedo venir y encontrarme algo roto”, se escucha entre la gente. “Debería haber más vigilancia, porque esto no puede volver a pasar”, añaden.

El cementerio de Torrero vuelve a llenarse de vida en vísperas de Todos los Santos. Los puestos de flores junto a la entrada, el murmullo de las familias y el sonido del agua en las fuentes recuperan, poco a poco, la normalidad. Aunque, entre tanto color y devoción, queda la cicatriz invisible de un daño que no se cura con masilla ni con pintura: el del respeto arrebatado. Cada losa rota es un recuerdo que se pierde. Y de eso no hay repuesto.

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