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Un paseo por la Zaragoza que ya no existe: crece la lista de los edificios demolidos y desaparecidos en la ciudad

La historia de la capital aragonesa está plagada de ejemplos de edificios que fueron derribados fruto de decisiones hoy inasumibles pero que siguen repitiéndose a lo largo del tiempo

Imagen del paseo Sagasta en los años 20.

Imagen del paseo Sagasta en los años 20. / GRAN ARCHIVO ZARAGOZA ANTIGUA

Iván Trigo

Iván Trigo

Zaragoza

Zaragoza pronto verá caer otro de sus edificios singulares. Este pasado viernes fue el último en servicio de la sede de Correos en la avenida Anselmo Clavé, un ejemplo de arquitectura brutalista en la capital aragonesa que, gustos aparte, es un trocito de historia de la ciudad que va a desaparecer bajo la acción de la piqueta. Este inmueble, que en paz descanse, se unirá así a una larguísima lista que es quizá la mayor vergüenza de Zaragoza como ciudad y que bien podría agruparse bajo el título Cómo cargarse tu propio patrimonio sin morir en el intento.

Recientemente han engrosado esta lista otros edificios como el convento de Jerusalén, junto a La Romareda, o el colegio Jesús y María, en la calle Cortes de Aragón, pero esta tradición zaragozana de acabar con sus edificios más significativos no es algo nuevo, sino que viene de lejos. Sabido es por todos que durante el Renacimiento se conocía a la capital aragonesa con el sobrenombre de La Harta, en referencia a la riqueza arquitectónica de palacios y conventos.

En el imaginario colectivo de los maños persiste la idea de que fueron los franceses, durante los dos sitios de la ciudad en la guerra de la independencia, cuando la ciudad perdió gran parte de su patrimonio. Y cierto es que Zaragoza sufrió, se desangró y acabó hecha añicos, pero algunos de sus edificios más significativos consiguieron sobrevivir a pesar de los daños. Fue la pasividad y la falta de recursos de los años posteriores y la especulación urbanística del siglo XX la que acabó con muchos edificios que hoy serían seña de identidad de la ciudad. Los ejemplos se cuentan por decenas.

A lo largo de la historia

Uno de los más sangrantes es quizá la desaparición de las conocidas como Casas de la Diputación del Reino, un palacio del siglo XV que se situaba en la plaza del Pilar y que albergaba la sede de las principales instituciones del reino de Aragón. Durante el asedio de los ejércitos napoleónicos el edificio sufrió daños muy importantes pero no desapareció. Los propios zaragozanos contribuyeron después a su degradación ya que saquearon algunos elementos para poder reconstruir sus propias casas. Pero fueron las instituciones las que, lejos de optar por la reconstrucción del que había sido el hogar del poder y la soberanía de Aragón lo dejaron pasar. Y el resultado es hoy visible, o mejor dicho, invisible. El caso es que el palacio ya no está.

Lo mismo ocurrió con otras joyas del patrimonio zaragozano que se dañaron en la guerra con los franceses y que después fueron víctimas de la desidia. El monasterio de los Jerónimos de Santa Engracia, situado en lo que hoy es la basílica de Santa Engracia, era de una belleza inmensa. Su claustro, para hacerse a la idea, era similar al del monasterio de los Jerónimos de Lisboa, un monumento que recibe cientos de miles de visitantes cada año.

Detalle de una pintura del general Barón Lejeune en el que se puede ver cómo era el claustro de Santa Engracia

Detalle de una pintura del general Barón Lejeune en el que se puede ver cómo era el claustro de Santa Engracia / GRAN ARCHIVO ZARAGOZA ANTIGUA

El convento no, pero el claustro sobrevivió a las bombas y pudo haberse reconstruido. Pero no se hizo. Y lo mismo ocurrió con más de una decena de conventos que estaban en lo que hoy es el Casco Histórico de la ciudad.

La misma suerte corrió la Universidad de Zaragoza, una institución con más de 500 años de historia que no conserva sus edificios fundacionales. La sede original del campus público estaba en La Magdalena, en la calle Universidad –de ahí su nombre–. Durante la guerra el edificio sufrió daños importantes, pero acabó derribándose en los años 70 debido a la falta de mantenimiento y a la falta de preocupación y ocupación de las autoridades.

La torre de pisa de Zaragoza

En esta lista hay de todo. Célebre es también la demolición de la llamada Torre Nueva, en la plaza San Felipe, que el ayuntamiento derribó por el supuesto riesgo de que se viniera abajo y que se ha intentado reconstruir, sin éxito, en varias ocasiones, la última recientemente. Esta era una torre de más de 80 metros que era conocida en toda Europa por estar inclinada. Hoy de ella solo queda su huella en el suelo.

La torre nueva era una infraestructura civil, pero los templos religiosos tampoco se han salvado de la piqueta en Zaragoza. En los años 60 se demolió la iglesia de San Juan El Viejo, que se situaba en lo que hoy es la calle de San Juan y San Pedro, junto a la plaza de San Pedro Nolasco. Esta iglesia tenía una torre mudéjar similar a las que lucen hoy las parroquias de San Gil y San Miguel. Pero todo se demolió para construir viviendas.

Pero si se trata de escribir sobre los destrozos y los crímenes contra el patrimonio cometidos en Zaragoza hay una avenida que quizá se lleve la palma: el paseo Sagasta. Esta vía fue proyectada a principios del siglo XX por Ricardo Magdalena y albergó ejemplos exquisitos de la arquitectura modernista. Esta zona fue el ensanche de la ciudad y aquí se asentó la burguesía de la época en bonitos palacetes, casas y edificios del estilo. Pero el 90% de los edificios modernistas que se proyectaron hoy ya no existen, según reveló una investigación de la profesora de Historia del Arte María Pilar Poblador.

Todos esos edificios se construyeron ya en el siglo XX, un siglo después de la invasión napoleónica, por lo que los franceses no sirven en este caso de excusa. Fue el mal llamado desarrollismo de los años 60 y 70 y la especulación inmobiliaria lo que acabó enterrando joyas como la casa de Emerenciano García Sánchez o la casa Retuerta. Y así una y otra vez. Habrá por ejemplo, quien todavía recuerde los hotelitos que rodeaban la plaza Aragón. O el antiguo colegio El Salvador de los Jesuitas, que estaba situado en los solares que hoy ocupa la sede central de Ibercaja. En los 70 los jesuitas trasladaron el centro a su actual ubicación y el colegio original fue demolido.

Pero esto son tan solo muestras de una larga lista en la que también hay teatros, cines y fincas de recreo que hoy no son ni están. Pero como ciudad cabezona por antonomasia, Zaragoza no ha aprendido la lección.

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