Un dejà vu, como un mal recuerdo, un viejo temor. El mismo miedo que el Real Zaragoza sigue conservando y no ha olvidado tras su última temporada en Primera. El temido y abominable patadón. Este fue ayer el rasgo más identificativo en la fisionomía del conjunto aragonés. Como cualquier partido del la segunda vuelta el año pasado. El Zaragoza todavía no ha aprendido a olvidar, a no tener miedo. Y no será porque Paco Herrera no se esmere en adoctrinar en las ideas vanguardistas que quiere para sí: liquidar el balón en largo y abrazar el balón jugado desde atrás.

Ayer, el Zaragoza, desoyendo las lecciones (bien impartidas) de su técnico, volvió a dar esquinazo al fútbol combinativo, a la paciencia y virtud, y volvió a caer en las fauces del temido y bochornoso pelotazo, patadón, gorrazo, como se prefiera. El Rico Pérez, desgraciadamente, no fue testigo presencial de la mutación positiva que Paco Herrera desea para su equipo. Con el balón, se vio un conjunto ramplón, seco y carente de la imaginación que marcará la diferencia en Segunda. Esa fue la tónica reinante.

En la primera parte, no siempre pero patadón. En la segunda, aunque menos, también. Y es que miedos pasados hicieron amagos muy serios de aparición en Alicante. La mayoría de jugadores del equipo aragonés parecían sufrir extraños ataques de vuelta a meses atrás: los laterales no profundizaron ni combinaron todo lo que al técnico le hubiera gustado y las rifas de pelota no fueron inhabituales. Los centrales, más de lo mismo.

La pelota quemaba, la paciencia seguía de vacaciones y, claro, el miedo (una vez más) a una pérdida irreparable (en forma de gol en contra se entiende) hizo que las piernas obedecieran al temor. Resultado: balón largo. El mismo formato de juego que Herrera censuró de los suyos tras el choque. El tridente medular, poco participante, tampoco se extendió en las combinaciones.

Un oasis en un semidesierto supuso la figura del mediapunta, la cúspide mayor del rombo que armó Herrera en la media. Durante 53 minutos encarnada por la figura que más tiene que decir en la alteración del ADN temeroso del equipo: Barkero. El donostiarra fue el enganche por el que pasaba todo el poso imaginativo del equipo. Sin ser alucinante, su criterio rebajó las dosis de juego en largo. Desde la primera jornada, queda a las claras que su papel será insustituible en el cambio de estilo y en el ascenso. Barkero fue sustituido, en plaza, por Víctor, a quien se vio mucho, muchísimo, más a gusto en el cuadrado del 10 que en una de las puntas. Suya fue la idea (en forma de pase a Montañés) del gol de Roger. El catalán dio aire e ideas en la segunda parte.

Confianza y seguridad

Tras el gol de Roger, el equipo mejoró y tuvo algo, aunque sin pasarse, más de paciencia con el balón bajo autoridad propia y, por ello, el miedo fue menor. El once zaragocista creció ligeramente en seguridad y confianza, precisamente las dos facetas que más tiene que trabajar Herrera para que sus ideas no caigan en saco roto. Conocida es su preferencia por el balón jugado desde atrás, reduciendo los balones directos por alto (el patadón) al mínimo posible. Ayer, esa tara, como el año pasado, volvió a ser mucho más que un recurso.

Es lógico que en un solo partido (restan 41, mínimo) la nueva información genética no se haya exteriorizado. Hay tiempo para que las ideas herrerianas empapen. Lo que esclareció el partido de ayer es que, en el barro de Segunda, los pelotazos no serán un salvavidas. Hay que cambiar el pasado para no fracasar.