Las momias de Quinto imponen, claro que imponen. Los visitantes se acercan a ellas con prevención, temiendo y deseando el encuentro a la vez. Pero, una vez asimilada la mirada vacía de los cadáveres, la expresión doliente o serena de sus rostros, los turistas comprueban que el interés didáctico puede más que el miedo y el morbo. Y se dicen que sí, que los siete euros de la entrada han valido la pena.

Son momias yacentes, vestidas con los ropajes y el calzado que llevaban cuando fueron enterradas bajo el suelo en la iglesia de El Piquete, que forma parte del arte mudéjar declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Están dentro de urnas de cristal que las mantienen con la temperatura y la humedad precisas para que no se desintegren. Datan de los siglos XVII y XVIII y son 14 en total, siete de adultos y el resto de niños e incluso bebés.

«Parecen petrificadas», dice algún visitante. Y la guía tiene que explicar que es justo al contrario, que son «solo cuero», cuerpos curtidos de forma natural, secados al máximo por el mero paso del tiempo, y que pesan muy poco.

Una momia lleva un hábito franciscano, «muy habitual en la época», y recibe el nombre de Van Gogh porque luce una barba pelirroja. En otro cadáver llama la atención lo bien que se conservan los zapatos, los dos del mismo pie «porque hasta mediados del siglo XIX la horma era la misma para el derecho que para el izquierdo».

Todos los que entran en El Piquete, que es un templo desacralizado que durante varias décadas sirvió de almacén de grano, se detienen ante Lady. Es el nombre que recibe la momia de una mujer de 35 años de la que se sabe que murió de un prolaxo vaginal cuando se hallaban tomando las aguas en un balneario que había en Quinto. Sorprende la calma de su expresión, como la de una persona que estuviera durmiendo.

Junto a ella, en otra vitrina, hay un bebé. Es tan diminuto y va vestido de tal manera que, al principio, todo el mundo lo toma por una muñeca antigua.

Las momias llevan las manos atadas sobre el pecho, en actitud orante, y los pies también están sujetos con cuerdas. «Lo hacían así para que cupieran en los ataúdes», señala la guía, que informa de que las cajas de muerto aparecieron en el 2011, apiladas unas sobre otras, muchas veces colocadas de canto y bajo cantidades ingentes de una mezcla de tierra, materia orgánica descompuesta y huesos pulverizados.

La apertura del museo a principios de junio ha sido «un éxito», subraya Jesús Morales, alcalde de Quinto, que dice que, al paso que van las visitas, más de 600 en dos semanas, habrá que ir pensando en contratar otra guía.

Un número apreciable de los turistas procede de fuera de Aragón. Las redes sociales, la prensa y el programa televisivo Cuarto milenio han difundido la existencia de este museo, único en España, y han despertado el interés por las momias.