Los apoyos para mantener el legado de Averly para Zaragoza aumentan mientras las Administraciones siguen sin pronunciarse ante lo que puede convertirse en un regalo envenenado. La DGA estudia la posibilidad de declarar la factoría como Bien de Interés Cultural (BIC), lo que supondría impedir la edificación en esos suelos cuando la operación de venta ya se ha cerrado. Mientras, el Ayuntamiento de Zaragoza aboga por inspeccionar las instalaciones y salvaguardar todo aquello que pueda tener valor histórico. Pero la apuesta de ambos deberá ir acompañada de una decisión política relacionada con el sobreesfuerzo económico al que puede obligarles. Un dilema sobre cómo pasar a la historia: como quienes consintieron su derribo o como quienes impulsaron una operación que suponga inversiones millonarias a futuro.

No hace tanto que ocurrió algo similar con el antiguo Teatro Fleta, salvando las numerosísismas diferencias que les separan. Entre ellas, que la pugna fue por descatalogar el inmueble cuando el dueño quería levantar pisos, y que este exigía indemnización si alguna administración le impedía hacerlo. Ahora la situación es distinta: la constructora, Brial, acude a esta compra siendo consciente del desinterés que por parte de las administraciones está teniendo la difícil situación económica de la firma, el estado de sus instalaciones en Zaragoza y la escasa importancia que se le da a los materiales que en ellas se alojan. No oculta que quiere construir pisos allí, pero ¿por qué nadie dijo nada antes de ponerlo en valor o rehabilitarlo para un uso público?

15 años y sigue inacabado

Su compra le ha llevado a un laberinto de difícil salida. Pero, al final, el resultado puede ser muy similar a lo ocurrido con el Fleta. Al menos si se atiende a la creciente presión social y a las propuestas que empiezan a surgir desde esta reivindicación ciudadana ya organizada.

La DGA desbloqueó esta situación con la compra del inmueble, por 1.170 millones de pesetas. Dinero que se obtuvo de los 2.000 que sacó de la venta de un solar en el Actur, el único edificado en la pastilla central que separa Gómez de Avellaneda y María Zambrano. Y no es casualidad, porque no estaba previsto que hubiera viviendas en este espacio central. Ese dinero sirvió para paralizar el derribo y cumplir con una sentencia judicial que rebajó en mucho los 1.600 millones de pesetas que reclamaba el propietario del teatro. Fue en 1998, las aguas volvieron a su cauce y la Administración se quedó con un inmueble que se prometía rehabilitar para darle un uso cultural y que 15 años después sigue inacabado. Más de seis millones de euros para la compra y cuantiosas partidas en el presupuesto para una recuperación que no llega nunca. En eso consiste, básicamente, el riesgo de apostar por Averly.

La coordinadora que pide el mantenimiento de su legado, de la factoría, incluso en su mismo emplazamiento, apunta a ofrecer a Brial otra parcela igual de interesante que obre en manos de la DGA o el Ayuntamiento. E igual de valiosa, como un claro pago en especie por un patrimonio que habrá que revitalizar. La voluntad política no debería ser solo para parar su derribo. Y poner en valor el legado cuesta dinero. Así que urge apostar por una salida airosa a cambio de un apoyo desde la iniciativa privada --con una fundación, como propone la coordinadora-- que nadie puede asegurar.

Otra propuesta que se lanza es la de recuperar la actividad de Averly en Zaragoza, pero quizá centrada en una producción más exclusiva, con productos únicos en el mundo y un sello de calidad asociado a la ciudad. Una fabricación casi de lujo que, al parecer, funciona mejor en el mercado.

Por otro lado, resulta curioso que algunos de los elementos exclusivos que Averly diseñó para Zaragoza han desaparecido de la escena urbana sin que nadie levantara la voz por ello. Es el caso de las farolas que alumbraron durante años la plaza Aragón y que el tranvía acabó desterrando de allí.

Por último, Averly también debe posicionarse con más claridad. Porque esta no ha sido una venta al uso, ya que la firma tiene intereses en los 200 pisos que se levanten en la zona. Cuantos más se vendan, más dinero ingresarán sus actuales propietarios que, en realidad, solo han cobrado lo suficiente para poner a cero su capítulo de deudas. Así que el romanticismo poco tiene que ver con el del siglo XIX.