Una maqueta de más de 15 metros cuadrados y 8.000 figuras recrea desde hoy de forma permanente en el Museo de Miniaturas Militares de Jaca (Huesca) la batalla de Waterloo (1815), la última de Napoleón y en la que cobra protagonismo la figura del general Álava, un español que tuvo gran relevancia en la contienda.

Lo que empezó como una "anécdota" se ha convertido a lo largo del tiempo en una gran maqueta sobre esta batalla, ha explicado a EFE Alfredo González, un ingeniero técnico de profesión que junto a Raúl Quílez, funerario ya jubilado, es autor de esta obra.

Esta maqueta sobre una de las batallas más importantes de Europa se comenzó a crear allá en los años 70 aunque con interrupciones, "unos 3 años de trabajo" a los que dedicó "los fines de semana o los ratos libres", ha explicado González a EFE.

Alfredo González ha participado hoy en Jaca en la inauguración de esta maqueta, que es fruto de la afición al miniaturismo y a la historia de sus coautores.

Empezaron a consultar libros y a documentarse, se "fueron enganchando" y metiendo cada vez más en la historia a través de los libros.

Su gran "descubrimiento" fue la intervención en la batalla del general Álava, algo sobre lo que "había muy poca información".

Este general formó parte del alto mando del ejército aliado que lideraba el general Wellington en una batalla en la que no hubo de forma oficial participación española.

Ayer mismo, un descendiente de este general español, Gonzalo Serrats, impartió una conferencia en Jaca como preludio de la inauguración de esta maqueta.

El general Álava está representado en esta maqueta e incluso en la sala que alberga esta obra existen paneles con una descripción biográfica sobre su participación en una batalla en la que estuvo junto con el general Wellington, con quien le unía una gran amistad.

La batalla de Waterloo dispone de un total de 8.063 piezas, entre ellas 3.600 soldados franceses, 3.050 efectivos ingleses, belgas y prusianos, 1.285 caballos, 71 cañones y 57 carros de munición.

El otro autor de la obra, Quílez, explicó hace unos días a EFE que había "llegado a trabajar hasta 12 y 13 horas diarias, muchas veces todos los días de la semana, para tenerlo todo listo", -una declaración que por error se atribuyó a González-.

Lo que comenzó siendo "una escenita pequeña sin pretensiones de ningún tipo" derivó desde pronto en una pasión para los dos maquetistas, en la que ha sobresalido siempre la minuciosidad por la recreación de los hechos acaecidos el 18 de junio de 1815.