La noche del Jueves Santo me encontraba en la plaza San Cayetano. Eran ya altas horas de la madrugada, contemplaba embelesado el paso de costal de la Institución de la Eucaristía y aquejado de cierta sed, al fin y al cabo, hacía poco que yo mismo había acabado mi desfile procesional; casi cuatro horas cargando el bombo, golpeando su piel, producen, ciertamente, algo de sed.

Pues bien, como les decía, me metí en uno de los múltiples bares que rodean la plaza San Cayetano, no me refiero al emblemático El Picadillo, que ya se ha confirmado como una segunda sede que refresca a los cofrades en sus horas de asueto, junto al otro foco de atracción cofrade, que es La Pasión; me refiero a otro tipo de bares.

Música estridente

Abriendo la puerta, una música estridente y unas gentes, con un no despreciable grado de alcohol en sangre, me recibieron entre sus brazos. Asustado, cerré la puerta y miré de nuevo hacia la plaza, confirmando que la Eucaristía estaba ubicando sus pasos para introducirlos en el Colegio Notarial y en la Real Capilla, volví a abrir la puerta y reafirmé mi primera impresión del interior del bar. ¡Qué curioso! Dos mundos tan dispares separados simplemente por una puerta.

Un mundo que contempla la Semana Santa como una muestra de cultura y devoción, como un acto público de fe y otro, tan cercano, que simplemente ve el aspecto lúdico de varios días de vacaciones. Nunca me había percatado de lo juntos que van estos mundos.

Hoy, sin ir más lejos, la Cofradía de la Resurrección recorrerá las calles de Zaragoza, desde San Cayetano hasta la plaza del Pilar y vuelta hasta el colegio de Agustinos, en Camino de Las Torres, para que la Virgen de la Esperanza y el Consuelo se encuentre con su hijo resucitado y lo hará para todos, para los cofrades de esa hermandad, pero también para el resto de cofrades de Zaragoza, y desde luego para la totalidad de las personas, Jesús hoy resucita para todos, no solo para los que lo siguen, como si de un Facebook universal se tratara.

Quizás mientras Carlos acompañe a su Virgen y a su Cristo de regreso a su sede canónica, otros en Zaragoza estén trasladando los restos de una noche de fiesta y cierto desenfreno hacia los brazos de Morfeo. Aún así, Jesús habrá resucitado para todos y La Real Hermandad de Cristo Resucitado y Santa María de la Esperanza y del Consuelo lo celebra con un encuentro glorioso entre un Jesús triunfante y su esperanzada madre, con palomas blancas al vuelo y con jotas, cantadas y bailadas, de modo que la plaza del Pilar, a las doce del mediodía, se convierta en una celebración de júbilo.

Carlos tiene la suerte, quizás el privilegio, de pertenecer a la Cofradía que celebra la Resurrección, el final feliz de esta gran película que es la Semana Santa. Hace una semana celebrábamos la Entrada de Jesús en Jerusalén, todo era fiesta, palmas y ramas de olivo al paso de Jesús, hoy todo es luz, una luz que rompe las tinieblas. Cuando la gran luna llena de primavera ilumina el cielo de la noche zaragozana, miles de cofrades rememoran la Pasión y Muerte de Jesús y cuando el sol del domingo está en su zenit todos ellos celebran su Resurrección.

Muchos agradecimientos

Permítanme a estas alturas que agradezca a los personajes que les he acercado esta Semana Santa por haberme cedido sus personas para ilustrar estos artículos. Unos fueron reales, como Ana, la manola más guapa de España, o Joaquín, mi buen amigo de las Siete Palabras, mi confesor en temas cofrades. Al fin y al cabo, pensamos tan igual que parecemos dos cuerpos con una misma mente, a Jesús, hermano mayor del Nazareno y algún otro y a los que inventé: Fran, Juan Mari, Mireia, Alberto y un largo etcétera, ubicándolos en varias cofradías y que, hasta es posible que existan. Perdónenme si no les gustó lo que de ellos referí, pero plasmaron de una manera gráfica lo que es el sentir cofrade en estos días de tanta intensidad de sentimientos y vivencias.

Uno, personalmente, no puede dejar de sentirse orgulloso de pertenecer a esa reducida estirpe que ha optado por mantener viva esta manera de vivir la Semana Santa, esta forma de sentir su fe y su devoción, por un sentimiento que transforma la vida, la propia y la de los que nos rodean.

Si Jesús resucitado quiere, nos volveremos a ver el año que viene por estas fiestas y por estos lugares. Si no, no se preocupen, que otro ocupará este sitio.